En los años 60, Walter Mischel llevó a cabo un estudio en la Universidad de Standford (EEUU) para ver la capacidad que tenían los niños de la etapa infantil de retrasar la gratificación y controlar sus impulsos de comerse una golosina.
Para ello, el investigador colocaba delante del niño una golosina y le decía que tenía que salir de sala durante unos minutos. En cualquier momento el niño se podía comer la golosina, pero si conseguía aguantar hasta que llegara el investigador, tendría el doble de recompensa.
Una de las muchas conclusiones de este estudio fue que los niños de 5 años controlan mejor sus impulsos que los de 3 y 4 años. “Todo esto es congruente, el cerebro necesita tiempo y experiencia para ir adquiriendo las funciones ejecutivas, y el control de impulsos es una de ellas”, nos dice el psicólogo Rafa Guerrero en el libro ‘Cómo estimular el cerebro del niño’.
Pero en este estudio se llegaron a más conclusiones:
Aquellos niños que fueron capaces de esperar a que llegara el investigador y, por lo tanto, obtuvieron el doble de recompensa, cuando llegaron a la adolescencia:
- Puntuaban más alto en pruebas de inteligencia
- Mostraban mayor autocontrol en situaciones frustrantes
- Cedían menos a las tentaciones
- Se concentraban mejor
- Eran más seguros de sí mismos
- Eran más previsores
- Eran más perseverantes
Podríamos resumir diciendo que aquellos niños que se comieron la golosina serían adolescentes más impulsivos, y los que no la comieron, más reflexivos.
¿Qué es el control de impulsos y cómo desarrollarlo?
En su libro, Guerrero define el control de impulsos como “la capacidad que tenemos para controlar, parar o postergar determinados estímulos o acciones que no son relevantes para la tarea que estamos realizando en el momento presente”.
El control de impulsos es una de las funciones ejecutivas que más nos diferencia del resto de especies y, además, es una de las que más tarde adquieren los niños.
“Las funciones ejecutivas no son una cuestión de blanco o negro, sino que están en una escala de grises. En función de su uso, las tendremos más o menos desarrolladas”, nos dice Guerrero, que además nos advierte de que “no vienen determinadas genéticamente, lo cual es una buena noticia, porque en caso de que un niño tenga un mal rendimiento en una función ejecutiva, como puede ser el control de impulsos, la podemos entrenar”.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a controlar sus impulsos?
Rafa Guerrero nos da una pautas generales, que pasamos a detallar a continuación:
- El pensamiento puede ser un gran aliado: los niños que superaron el test de la golosina reconocieron a Mischel que pensar fríamente les ayudaba a no caer en la tentación. Por ejemplo, ver esa palmera de chocolate y pensar que quien la hizo no se lavó las manos al salir del baño, disminuye la probabilidad de comértela.
- Los planes “si…entonces” son muy efectivos: el hecho de explicitarles a nuestros hijos la secuencia que llevaremos a cabo ayuda a no salirse del “guion”. Por ejemplo, “si haces tus deberes ahora, entonces podremos jugar luego un rato juntos”. Este tipo de planes “si…entonces” son muy efectivos con niños y adolescentes con impulsividad o con TDAH.
- Visualizar las consecuencias futuras: cuando aparece el impulso y la tentación, si pensamos en las consecuencias que tendrá para nosotros el hecho de llevar a cabo nuestro impulso, la probabilidad de ejecutarlo disminuye. Ser consciente de lo que hacemos y de las consecuencias de nuestros actos aumenta la probabilidad de que asumamos el control. Por ejemplo, pensar en lo mal que nos sentiremos después de tomarnos un trozo de tarta cuando hoy es nuestro primer día de régimen, disminuye la probabilidad de que lo hagamos.
- Recuerda, el autocontrol se aprende, no se exige: no nacemos con la capacidad de autorregularnos, sino que lo aprendemos de la mano de nuestros seres significativos. La corteza prefrontal es muy inmadura en bebés y niños pequeños. Solo nuestra paciencia, cariño y perseverancia les ayudará a desarrollarla de manera equilibrada y sana.