“Las normas, los límites, las consecuencias, se hablan antes. Es como un terreno de juego, se van a sentir mucho más seguros”.
Pedro García Aguado, presentador de televisión, y Francisco Castaño (“profesor de chicos en los que nadie creía”, tal como le ha presentado su compañero en el escenario). Autores del libro y el proyecto Aprender a educar, hicieron hincapié en que “hay que educar al hijo que tenemos y no al que nos gustaría tener” y hablaron de enseñar valores, responsabilidad, perseverancia y gestión de la frustración con el ejemplo. “No por tener un caballo se sabe montar, y no por tener un hijo se sabe educar”, resaltaron ambos expertos, que a través de divertidas escenas nos presentaron diferentes estilos educativos poco positivos (el padre autoritario, el colega y el sobreprotector). Nos hablaron de valorar el esfuerzo más que el logro para impulsar a que se esfuercen más, reflexionaron sobre la necesidad de enseñar responsabilidad (nos recodaba Francisco que en una excursión con chavales ninguno sabía lo que era la sábana bajera) y nos hablaron de una escena que demuestra cómo dejar que gestionen su frustración a través de una pataleta en la salida del cole. Francisco nos cuenta que las madres “me miraban para saber qué hacía ‘el del libro’”.
Francisco Castaño y Pedro García Aguado explicaron los tipos de padres que hay con diferentes escenas, con el hilo argumental de un padre al que le han llamado del instituto porque su hijo estaba usando el móvil en clase y se lo han confiscado. En medio de risas, Pedro adopta el papel de hijo y Francisco el del padre autoritario, sobreprotector y colega. En el caso del hijo de padre autoritario, nos dice Pedro, “he ido generando rabia y frustración, pero no he aprendido por qué no puedo sacar el móvil, me haré un especialista en que no me vean para no soportar al energúmeno de mi padre. Yo no he aprendido la norma e intentaré salirme con la mía con habilidad el día de mañana”. En cuanto a los padres sobreprotectores, que lo primero que dicen cuando se les dice que han pillado a su hijo con el móvil es “a mi hijo no”, Pedro García Aguado subraya que pasa muchas veces y “no nos damos cuenta, les estamos enseñando que papá y mamá van a estar ahí siempre para que yo me salga con la mía. Y llegará un momento en el que no me podré salir con la mía y no tendré capacidad de manejar la adversidad”. Por último, los colegas llegan a decir a su hijo que use el móvil “por debajo de la mesa, tío, que no te pillen”. Y nos dice Pedro que “si somos colegas de nuestros hijos los dejamos huérfanos. Es más fácil ser colega de tu hijo que decir que no. Pero los niños crecidos así tienen baja autoestima y poca capacidad para gestionar la adversidad”
Eso sí, todos estos tipos de padres “lo hacemos lo mejor que sabemos, porque los queremos, pero hay que querer de una manera responsable”. Francisco recuerda que “en casa los padres hemos de tener autoridad, que no tiene que ver con el autoritarismo, porque somos los que ponemos las normas y los límites, para que se sientan seguros”.
¿Y cómo sería la manera ideal de resolver la situación? Primero, no gritar. Segundo, conversar en casa con calma. Y además, poner normas claras antes. Por ejemplo, “yo sabía que si sacaba el teléfono me lo quitaría una semana, porque ya me lo había dicho. Si no ponemos las normas y en el momento en que ocurre algo les decimos que se van a quedar tres meses sin teléfono, los chicos no reaccionan bien porque no se lo esperan. Las normas, los límites, las consecuencias, se hablan antes. Es como un terreno de juego, se van a sentir mucho más seguros”.
Educación en valores
Nos dice Francisco, muy crítico, que los chicos sí que tienen valores, “pero son valores diferentes: la cantidad de me gustas, de seguidores. Pero hay unos valores que no se pueden olvidar”. Y es que, asegura Pedro, “nosotros aprendimos de forma natural a esperar: a esperar a revelar el carrete de fotos, hacías fotos de los veranos y no selfies incluso en el baño, a frustrarnos porque las fotos no salían como queríamos. Nuestros hijos tienen ese pequeño problema de la inmediatez. En cinco segundos han hecho una foto, la han compartido y obtienen me gusta”. También hay un contraste enorme en cómo se hacen y se hacían los trabajos de estudiante: “Antes abrías la enciclopedia, ahora tienen Rincón del Vago. Ellos no son culpables, pero tenemos que estar pendientes”.
¿Y qué valores nos proponen enseñar a nuestros hijos?
El primero es el esfuerzo. La psicóloga Carol Dweck hizo un experimento: dio un puzle a cada uno de 200 niños. A la mitad les dijo: “Muy bien, lo has acabado”. Y a la otra mitad, les valoró el esfuerzo mientras lo estaban haciendo. Luego les daba a escoger entre dos puzles, uno más complejo que otro. El 99% de los niños cuyo esfuerzo valoró escogieron el más complejo. La mayoría de niños que recibieron valoración por el resultado, escogieron el fácil. En el experimento, al día siguiente les daba uno que no podían resolver por su edad. Los niños valorados por su esfuerzo lo intentaban. Los que habían sido valorados por el resultado no lo intentaron. La conclusión que extrae Francisco es que “valoramos mucho las notas de nuestros hijos, en lugar de decirles: “Tú esfuérzate, que los resultados ya llegarán””.
El segundo es la responsabilidad. Todos queremos que nuestros hijos sean responsables, nos dicen Pedro y Francisco. Pero se preguntan: “¿Les has enseñado a serlo?” Francisco cuenta: “Me voy con mis alumnos de 3º de la ESO (13-14 años) de colonias. Y les digo “Lo primero es que vamos a hacer la cama. Sacad la sábana bajera”. Ni uno sabía lo que era la sábana bajera”.
El tercer valor es la perseverancia, que ellos tienen bien asentado, nos dice Pedro, porque “siempre van a intentar salirse con la suya. Y es natural. Tenemos que ser igual de pacientes”. Nos propone la escena de un súper al que vamos con nuestros hijos y les decimos que nada de chuches, insisten y les decimos que no (“su estrategia es el agotamiento parental”, nos dice entre risas) y de repente, en la cinta transportadora de la caja, descubres un chupachups. “Y los pedagogos dirían: “No, cariño, te he dicho que no” y lo quitarían. Pero muchos se lo llevarán a casa. No pasa nada si quiero darle un chupachups a la primera, pero no le tengo que decir dos veces que no para que me la cuele a la tercera”.
El cuarto valor del que nos quisieron hablar es la gestión de la frustración. Y Francisco nos cuenta otra escena: “Un día me avisaron de que mi hijo pequeño no tenía entrenamiento de ciclismo. Me voy a buscarlo al cole y se lo dije en la puerta del colegio”, lamenta, porque confiesa que “mi mujer habría sido más lista y se lo habría dicho en casa”. Y prosigue: “El niño, con ocho años, se pone a llorar y me dice: “Pues yo quiero ir a entrenar”, se agarra a un poste de parking de bicicletas llorando cuando le digo que vamos a casa, todas las madres del cole me miraban para saber a ver qué hace el del libro. Y yo me lo llevo a casa”. Cuenta que del colegio a mi casa hay una tienda de chuches, una papelería… Pero no le compró nada porque consideraba que no tenía que compensarle, “a mí las cosas no me salen bien tampoco”. Cuando llegaron a casa “le dije: entra en tu habitación y gestiona tu frustración. Y a los tres minutos llega al salón con los ojos como tomates y me dice que ya ha gestionado su frustración”. Y ahora, cuando no tiene entrenamiento, cuenta Francisco, le dice que está gestionando su frustración.