Como adultos, ¿alguna vez nos hemos planteado cómo nos hacen sentir frases muy positivas cuando estamos tristes? Algunas como: “la vida puede ser maravillosa si te lo propones” o “solo necesitas ver el lado positivo de las cosas para salir a flote”. ¿De verdad todo eso nos hace sentir mejor o más bien nos sentimos incomprendidos e invalidados?
Cómo afectan los mensajes excesivamente positivos a nuestros hijos
¿Qué mensajes subyacen bajo afirmaciones como “tú puedes con todo” o “lo vas a conseguir”? Que si no eres feliz, es porque no te esfuerzas lo suficiente.
La felicidad es una tendencia de moda en el siglo XXI, a diario se hacen publicaciones que nos repiten que ser positivo y ser feliz es una decisión personal. Sin embargo, nuestro cerebro no es un ordenador que podamos programar a medida, a nuestro cerebro no le viene nada bien que nos digan “no pasa nada”, “sonríe”, “si te esfuerzas, lo conseguirás”. No todo depende de nuestra actitud, existen otras circunstancias que juegan un papel importante. Lo normal es sentir el abanico completo de emociones porque nuestro estado anímico fluctúa a lo largo del día. La experta en inteligencia emocional Mar Romera siempre nos repite que quiere que sus hijas vivan todas las emociones, no que sean felices. Así, subraya la necesidad de enfadarse cuando alguien nos trata mal o de estar tristes cuando ocurre una desgracia.
Cuando no conseguimos superarlo todo o incluso, fracasar después de mucho esfuerzo, no somos capaces de desarrollar resiliencia, nadie nos ha enseñado a manejar esa tristeza. Los mensajes excesivamente positivos cuando nos sentimos tristes no validan nuestras emociones y eso es lo que necesitamos.
La psicóloga Begoña Ibarrola enfatiza que a medida que enseñamos a nuestros hijos a manejar su mundo emocional, les estamos dando recursos y estrategias para saber qué pueden hacer cuando se sientan enfadados o tristes o sientan miedo, qué potencial tiene esa tristeza, ese miedo o ese enfado, qué mensajes nos quieren dar esas emociones, pero también cómo ayudarles a gestionar esas emociones, que son legítimas, pero que deben aprender a manejar.
Cómo consuelo a mi hijo para que se sienta mejor
En el curso de la comunidad de Educar es Todo, “Educar con inteligencia emocional“, se destaca que la clave fundamental es que si como cuidadores adultos no somos capaces de cuidar nuestra propia regulación emocional, tampoco podremos enseñar a nuestros niños cómo hacerlo, es por ello que debemos recordar siempre que los niños son un edificio en construcción que necesitan a los padres como bases sólidas en esa estabilidad emocional para la vida adulta.
Algunas propuestas que nos da Begoña Ibarrola para acompañar las emociones son:
- Reconocer las distintas emociones, como la rabia, la sorpresa, la tristeza, la vergüenza, la alegría o el asco.
- Ponerles nombre.
- Entender que a veces el “ruido”, o lo que es lo mismo: su comportamiento, no representa la necesidad emocional real del niño, y por ello hay que intentar llegar al verdadero origen.
- Validar y acompañar en el momento.
- Ayudar a expresar las emociones de un modo más regulado, más manejable y por tanto tener sensación de control sobre lo que nos ocurre para que no nos desborde, como por ejemplo dibujarlas, intentar calmarse o crear códigos familiares secretos que representen cada estado emocional.
- Actuar de espejo y amplificador de esas emociones reguladas.
- Servir de modelos de gestión emocional, con recursos o técnicas que usemos como adultos.
Unos ejemplos más concretos de acompañamiento serían:
- “¿Cómo te sientes?” Pareces abatido, enfadado etc.. (según resulte apropiado)”. Esto les ayuda a poner nombre a lo que sienten y a establecer grados de intensidad.
- “Cuando me siento triste, a mí a veces tampoco me apetece comer”. Aquí, empatizo y ayudo a que mi hijo o hija identifique su emoción. Al no haber juicio le permito que explique si le ocurre otra cosa distinta.
- “Por lo visto hay algo que te preocupa. No actúas como sueles hacerlo. Me gustaría hablar contigo de esto”.
- “Cuando te veo hacer… sé que te pasa algo. A veces esa actitud quiere decir… pero no estoy segura. ¿Tengo razón, o se trata de otra cosa?”.
Fomentar la resiliencia en nuestros hijos
La resiliencia es la capacidad de levantarnos cuando algo ha ido de mal, de volver a nuestro estado inicial y de equilibrio. Cuando nuestros hijos e hijas fracasan o se sienten tristes y nuestra respuesta es “tú puedes con todo”, no les estamos dando espacio para aprender de ello y abrazar sus emociones. Cuando los mensajes excesivamente positivos se encuentran continuamente a su alrededor, sienten que no están haciendo lo suficiente para conseguirlo.
Para fomentar la resiliencia, la psicóloga Silvia Álava nos da algunas claves:
- Evita sobreproteger a tus hijos. Los niños cuyos padres tienen un estilo educativo sobreprotector, además de desarrollar menos capacidades emocionales, generan menos procesos de resiliencia. Dárselo todo hecho, o evitar que se tengan que esforzar para conseguir sus objetivos, es un impedimento para el desarrollo de la resiliencia.
- No busques culpables. La actitud de víctima es justo la contraria a la de ser resiliente. Se trata de ver qué es lo que cada uno de nosotros puede hacer para solventar o mejorar la situación. Se trata de poner el foco en nosotros, no en los demás.
- Trabaja la responsabilidad. Que cada hijo sea autónomo y responsable de sus cosas ayudará a que sea más resiliente.
- Promueve su autoestima, que se sientan seguros y capaces de resolver las situaciones. No dejes de reconocer sus logros, pero, sobre todo, enséñales a que ellos mismos sean capaces de reconocerlos.
- Trabaja la perseverancia. Es una de las fortalezas del carácter más relacionadas con la motivación de logro y una clave fundamental para conseguir los objetivos.
- Sé realista: las personas resilientes también sufren. Emociones como la tristeza, el enfado, la frustración… surgen de forma natural en cualquier situación. Ser resiliente no significa que no sientas emociones negativas, sino que has aprendido a manejar mejor dichas emociones.