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Ponencia Alberto Soler: Cómo educar hijos autónomos

Alberto Soler reflexiona en esta ponencia sobre cómo educar a niños autónomos. El conocido psicólogo rompe algunos mitos, pues afirma, entre otras cosas  que “no se puede sobreproteger a un bebé”. Nos enfrenta a nuestras propias contradicciones, porque nos empeñamos en que anden antes que ninguno para luego frenarles por nuestros miedos. Y nos recuerda que “si alguna vez dudáis de quién es el mayor experto sobre educación y desarrollo, esos expertos son nuestros hijos, porque ellos saben mejor que nadie cuándo están preparados”.

¿Los niños autónomos no manchan?

Alberto nos cuenta que para responder a la pregunta “¿qué es lo que entendemos por niños autónomos?” buscó en las imágenes de Google. Vemos a “niñas que en un escenario impoluto son capaces de ponerse los calcetines, o el niño que se sirve el desayuno sin manchar. En Google Imágenes hay una asociación muy fuerte entre niños autónomos y repostería”. En todo caso, según ese imaginario, “los niños autónomos son aquellos que no manchan. O se ven a niños dibujando tranquilamente mientras detrás su madre está a sus cosas o jugando mientras sus padres leen”. Nos pregunta Alberto si nos parece que estas imágenes son reflejo de la realidad o si hemos vivido la escena de “un niño jugando a un tren de madera mientras vosotros leéis”. Por respuesta se oyen muchas risas. En realidad, matiza Alberto, eso “no tiene mucho que ver con la autonomía. La autonomía se parece mucho más” a un niño que está hasta arriba de espaguetis con tomate. “Ese niño autónomo es ese niño al que sus padres le han permitido comer solo, con sus manos, ponerse hasta las trancas de salsa de tomate. Sus padres han asumido que es mejor para su hijo mancharse y ponerse así de tomate que lo que a ellos les va a implicar después recoger todo”, lo que Alberto llama en casa “bajar al submundo”, nos confiesa. En realidad, “la autonomía es una niña a la que se le ha permitido experimentar, mancharse, o esta niña que ha decidido que las paredes de casa eran demasiado blancas y que con un toque de color a lo mejor estaban más chulas. La autonomía es que ellos encuentren sus propios límites, no los que nosotros les ponemos, que vivan desafíos y retos y asuman las consecuencias que eso pueda tener”, como cuando se hacen una herida en la rodilla trepando. Por eso, Alberto, algo nostálgico, nos pregunta: “¿Quién no se ha pelado una rodilla cuando era pequeño?” y señala que si os habéis pelado la rodilla de pequeños “habéis tenido infancia”.

En realidad, como en las imágenes, tenemos un conflicto entre “las expectativas que tenemos y la realidad. Pensamos que la autonomía de los más pequeños implica una mayor comodidad para los padres, que cuando nuestros hijos sean autónomos podremos estar tranquilamente leyendo mientras nuestro hijo estará preparando bizcochos. Pensamos que los niños autónomos se levantan solos, se preparan solitos el desayuno, se cepillan los dientes, se vistan solos, mientras nosotros hacemos otra cosa”. En realidad, aclara Alberto, “fomentar la autonomía de los niños implica lograr prácticamente lo mismo que lograríamos haciendo por ellos las cosas pero invirtiendo mucho más tiempo y esfuerzo. Es algo que a corto plazo no parece que nos sea rentable, pero os aseguro que a medio y largo plazo sale mucho a cuenta”.

Los bebés autónomos

¿Cuándo empieza la autonomía? Cuando “el niño empieza a llorar, porque con ese llanto que tiene empieza a modificar la intención de la gente”, porque te llama la atención para que hagas algo. Pero esto se ve de una manera mucho más clara alrededor de los 18-24 meses. “Es lo que llamamos los terribles dos años, las rabietas. Alrededor de esta época, son más capaces de transmitir su propia visión del mundo”.

Alberto nos cuenta que en esta etapa de bebés se establece una especie de competición entre padres para ver qué bebé logra antes un hito: “¿Quién no se ha sentido muy guay en el parque cuando su hijo gateaba mientras otro estaba en el capazo? ¿O cuando su hijo andaba mientras los demás gateaban? ¿O cuando su hijo come un plátano mientras otro está a potitos?”. Y es que “siempre queremos que nuestros hijos sean los primeros en lograr todos esos hitos. La crianza no deja de ser, al menos en parte, una proyección de nuestras propias frustraciones”. “Los éxitos o fracasos de nuestros hijos los vivimos como propios. Y eso nos lleva a empujarles a hacer más de lo que ellos pueden hacer”.

Y es que detrás de esta competición está la idea de que “muchas veces pensamos que los logros a nivel evolutivo o a nivel motor es algo que se tiene que enseñar, como si no fuera algo que se adquiere”, pero “andar, levantar el cuello, gatear, sentarse, son logros evolutivos que ellos deben conseguir de manera autónoma. No nos necesitan a nosotros para conseguirlos”.

El bebé autónomo necesita libertad de movimiento

Nos habla Alberto Soler de John Bowlby, creador de la teoría del apego. “Después de la Segunda Guerra Mundial, la Organización Mundial de la Salud encargó a Bowlby que estudiase qué pasaba con aquellos niños que se habían visto abocados a vivir en orfanatos. Esos niños tenían un retraso muy importante en su desarrollo: a nivel cognitivo, a nivel motor, a nivel emocional. Eran unos niños muy retraídos que no se desarrollaban con normalidad. Es lo que se llamó el síndrome del hospitalismo”.

Sin embargo, hubo un orfanato en el que no hubo ese síndrome. Se llamaba el instituto Lóckzy, que dirigía Emmi Pikler, que “era pediatra y estaba obsesionada con la autonomía. Confiaba mucho en la capacidad de los niños para desarrollarse de una manera autónoma”. De hecho, en su consulta recomendaba a los padres lo que ella misma había hecho con sus hijos: fomentar su autonomía, su libertad. En Lóckzy, Pikler aplicó “dos de los pilares que tenía en cuenta en su consulta: no obstaculizar los movimientos libres del niño ni intervenir directamente en el desarrollo normal del niño y asegurar las condiciones para garantizar la libertad de movimientos”, en concreto en lo que respecta a la vestimenta y el entorno.

En línea con estas ideas, Alberto nos invita a que “cuando nuestro bebé empieza a poder moverse tenemos que adaptar la casa para que se pueda mover libremente, porque si nuestra casa no es un entorno seguro para que se pueda mover vamos a estar constantemente poniendo límites innecesarios: “Cuidado, no rompas eso, por ahí no vayas, no metas los dedos en el enchufe”. Es decir, que “tenemos que asegurar que en ese entorno puedan moverse con libertad, puedan explorar”. Otro tema es la ropa. Viendo a un bebé vestido como un deportista y a una bebé con un vestido muy elegante, “vestida de tarta”, nos dice Alberto, nos pregunta: “¿quién podrá moverse más libremente? Con gestos tan simples como la ropa que les ponemos desde la mañana ya estamos condicionando su desarrollo”. Por si no quedaba claro, entre muchas risas Alberto pregunta a las mujeres: “¿cuántas veces os habéis tirado vosotras por un tobogán vestidas de fiesta, sobrias? Nunca, porque no tenéis libertad de movimientos”.

¿Se puede sobreproteger a un bebé?

Nos da mucho miedo coger demasiado a un bebé porque se acostumbra, darle teta mucho tiempo porque nos dicen que lo hacemos dependiente… Y aquí Alberto es contundente: “Es imposible sobreproteger a un bebé, porque es nuestra responsabilidad cuidarles, protegerles, ser el intermediario entre el entorno en el que viven y su realidad física”. Es más, denuncia Alberto, “vivimos en el mundo al revés. Nos preocupa mucho la sobreprotección en los bebés pero luego tenemos señores de 30 o 40 añazos que no son capaces de contratar una hipoteca sin preguntarle a papá o mamá”. O padres y madres que han decidido que “tiene que ser un bebé totalmente autónomo, nada de brazos, nada de teta, pero luego empiezan con el avioncito para comer”. En realidad, cuando dejan de ser bebés, “cuando llega el momento en el que tenemos que ayudarles a que sigan avanzando somos nosotros los que ponemos el freno. La sobreprotección es un reflejo de nuestros propios miedos como padres, que no nos dejan ir soltando conforme el niño va necesitando. Nos da miedo que se hagan daño, que se equivoquen, queremos evitar que cometan los mismos errores que quizá cometimos nosotros, pero se nos olvida que esos errores son el motor del aprendizaje”.

Alberto se detiene a hablar de la lactancia materna: “No existe ningún estudio que haya relacionado la lactancia materna con la sobreprotección o falta de autonomía. Es más, existe todo lo contrario. En los años 90 se llevó a cabo un estudio en Nueva Zelanda con mil madres e hijos y se analizó la relación entre la lactancia materna y diferentes factores. A esos niños, ya adultos, les preguntaron cómo percibían la relación que habían tenido con sus padres. Los que habían recibido lactancia materna durante más tiempo percibían una menor sobreprotección”. Por eso, “no tenemos que quitar la lactancia materna a un niño pequeño para asegurarnos su independencia”, y lo mismo ocurre con el colecho, que solo está desaconsejado por seguridad en bebés pequeños cuando los padres fuman, beben alcohol, toman fármacos sedantes o sufren obesidad. “Por favor, disfrutad de esa etapa todo lo que queráis, porque algún día echaréis de menos a vuestros hijos en la cama”, subraya Alberto.

Otro tema que suele preocupar mucho en cuanto a la autonomía de los bebés es la retirada del pañal: “Si somos sensibles al momento de desarrollo en el que se encuentra vamos a conseguir que esa transición desde el pañal, que, os recuerdo, les ponemos nosotros, y la autonomía en el control de sus esfínteres”. Y la señal no puede ser más clara: que nuestro hijo nos diga “no quiero pañal”.

¿Dejamos que los niños sean autónomos?

Cuando nuestros hijos crecen, la prioridad deja de ser su autonomía, sino las prisas, la limpieza, el orden… “y no escuchamos cómo nuestra hija nos dice que quiere sola. En el momento en el que ellos empiezan a pedirnos ser más autónomos, quizá a nosotros ya no nos viene tan bien. Queremos rapidez, pulcritud, cosas para las que ahora no están preparados”.

Otro tema que suele preocupar en torno a la autonomía son las llamadas regresiones cuando llega un hermanito, por ejemplo: “Es importante no confundir falta de autonomía con reclamar afecto. En estos casos, el niño no necesita que lo alimentemos porque no sepa comer, lo que nos está pidiendo es afecto”. Aun así, “tenemos que tener en cuenta que su capacidad fluctúa, y también la nuestra. Los adultos somos los reyes de pagar seis meses de gimnasio e ir un día. Pero esperamos que desde la primera vez que son capaces de hacer algo ya sean capaces de hacerlo siempre”.

Cuando van creciendo y enfrentándose a otros retos, nuestro papel es “ayudarles a que pongan en marcha recursos para que puedan ser efectivamente más autónomos”. Habla Alberto de ir de campamento, dormir en casa de los amigos o hacerles los deberes. “Hay muchos padres que se quejan de que sus hijos tienen muchos deberes pero luego se quedan hasta las tantas haciendo los deberes por sus hijos. Pero no hagáis eso, empezad a hacer objeción de conciencia de deberes, porque necesitan descansar, cenar con sus padres… Así se darán cuenta los profesores de que esos deberes eran excesivos”, apuesta.

Educar en la autonomía supone que “cuando crezcan un poco más sean capaces de hacer su matrícula en el colegio, en el instituto o en la universidad”. Alberto afirma que “he visto a señores y señoras de 20 años yendo a la revisión de un examen en la universidad con su mami al lado”.

Claves para educar niños autónomos

Para no llegar a este extremo, hay que soltar cuerda y tener confianza. ¿Cómo podemos ayudarles en su autonomía?

  1. Que nuestros hijos sean autónomos no tiene que implicar nunca ni llanto ni sufrimiento. Si lo implica es que estamos yendo más rápido de lo que ellos pueden ir.
  2. Implica tiempo, mucho tiempo. Un trayecto de cinco minutos con el niño en brazos o en el carro nos lleva quince porque se para a ver todas las florecitas que hay por la calle. Requiere tener paciencia para ver cómo se pone el calcetín mal una y otra vez.
  3. Requiere confianza, tenemos que confiar en que ellos van a poder salir de las situaciones en las que se metan y no estar siempre acompañándoles diciendo a ver si te haces daño, a ver si te vas a caer. Los niños necesitan asumir riesgos, ponerse a prueba, pero como padres no podemos consentir que corran peligros inncesarios. Si no confiamos en ellos, vamos a condenar su autoestima, vamos a hacerles creer que no son nadie sin nosotros, que no son capaces de trepar, columpiarse, de experimentar, de andar. Sin esa confianza ellos están vendidos.
  4. Necesita que tengamos paciencia para esperar a que llegue ese momento en que se sientan capaces y paciencia para acompañarles durante todo ese proceso de aprendizaje, porque cuando toman la iniciativa de hacer algo no significa que sean capaces de hacerlo de forma pulcra e impoluta en todo momento.
  5. Implica ir paso a paso. Si para nosotros es muy importante que se vistan y desvistan solos, vamos a priorizar eso y apartemos temporalmente otros logros que ya vendrán. O si lo importante es que se laven los dientes vamos a centrarnos en eso.
  6. Requiere flexibilidad. Ellos no son capaces de hacer siempre todo a la vez. Hay momentos y momentos. Podemos fomentar la autonomía en el momento de la ducha o en el baño de la tarde, pero por las mañanas, con las prisas, quizá no es el momento.
  7. Debemos permitirles errores. Los errores son el motor del aprendizaje. Nos lo tenemos que aplicar nosotros mismos, tenemos que dejar de sentirnos acomplejados por cometer errores y saber que los errores forman parte de nuestro proceso de aprendizaje. Sin esos errores no seríamos quienes somos hoy. Tenemos que aprender de nuestros errores y transmitir a nuestros hijos esa capacidad de aprender de nuestros errores.
  8. Si alguna vez dudáis de quién es el mayor experto sobre educación y desarrollo, esos expertos son nuestros hijos, porque ellos saben mejor que nadie cuándo tienen hambre, cuándo están listos para dejar el pañal o cuando pueden dormir solos. NO tenemos que ir delante de ellos tirándoles de la mano para que consigan ir a un sitio al que no saben siquiera que están yendo. Tenemos que estar un pasito por detrás de ellos, dejarnos guiar, ser capaces de identificar esas señales que nos indican que ahora está preparado

Alberto concluye su intervención recordando una cita de Maria Montessori: “Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para su desarrollo”.

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