Carla Martínez reflexiona sobre los beneficios de apostar en el aula y en nuestra vida y la de nuestros hijos por relaciones intergeneracionales: amistades con personas de diferentes edades que nos ayuda a “aprender a ver la vida a través de los ojos de alguien con más o menos experiencia, con diferentes límites y potencialidades, puede ser muy enriquecedor”.
Un aula no debe ser sólo un sitio de aprendizaje académico. E independientemente del aprendizaje lúdico que se pueda generar en asignaturas formales, la escuela es un ambiente óptimo para el desarrollo de habilidades sociales y la inteligencia emocional.
Para cimentar este tipo de aprendizajes que no son estrictamente académicos, los docentes y la comunidad escolar en su conjunto pueden recurrir a estrategias diversas e interesantes que enriquecen mucho el desarrollo integral de niños y jóvenes.
Una experiencia que puede resultar increíble en este sentido es la de fomentar relaciones intergeneracionales en el seno de la escuela. El hecho de enfrentarse a la diferencia permite a los pequeños en edad escolar de apreciar que no son tan diferentes de personas en un rango distinto de edad y con necesidades vitales diferentes.
¿Qué entendemos por relaciones intergeneracionales?
Para entender un poco el escaso lugar que damos a las relaciones intergeneracionales en la vida contemporánea, podemos hacer un sencillo ejercicio: recorrer nuestra lista de contactos o amistades. ¿Cuántos hay con quienes tengamos una diferencia de edad mayor a 7 años? En realidad, quizá sean muy pocos y en cierta forma es normal. Los sitios en que socializamos desde niños están pensadas para mantenernos mucho tiempo con personas de la misma edad que nosotros. Y si tenemos suerte, guardaremos hasta la edad adulta todas las amistades hechas en este tipo de ambientes.
Una relación intergeneracional es precisamente una amistad que une precisamente a dos personas entre las que hay más de 7-10 años de diferencia de edad. A veces crear una amistad de estas características puede no ser sencillo si mantenemos las vías de comunicación cerradas.
Pero si logramos crear una amistad intergeneracional, podemos disfrutar de muchas ventajas. Sobre todo, el aprender a ver la vida a través de los ojos de alguien con más o menos experiencia, con diferentes límites y potencialidades, puede ser muy enriquecedor.
Para ello, hace falta buscar (como en cualquier relación amistosa o cordial) los puntos en común. Yendo más allá de los clichés, es verdad que cada grupo de edad puede tener ciertos elementos de conducta que “molesten” a las personas de edad diferente, pero si en lugar de concentrarnos en esa diferencia de apreciación y comportamiento buscamos elementos en común, se puede construir una relación sólida y que brinda elementos de desarrollo a ambas partes. La parte de mayor edad en la relación, se enriquece con la energía y la curiosidad de la contraparte joven. La persona o personas de menor edad, adquieren la riqueza de perspectiva de alguien mayor que ya no se deja influenciar por la moda y las tendencias actuales. Y en ambos casos, se aprende a desarrollar la empatía de entender emociones distintas y reacciones emotivas y motivacionales que no son las propias.
Mecanismos para introducir las relaciones intergeneracionales en la escuela
¿Cómo fomentar una relación de este tipo en el marco de la escuela, dentro del aula? Existen diversas alternativas, y una idea muy interesante es acudir a asociaciones de personas jubiladas o residencias de personas de la tercera edad, que suelen tener propuestas muy interesantes para permitir que personas mayores y niños convivan y aprendan juntos.
Un ejemplo lo representan las guarderías y escuelas para niños en baja edad que permiten la colaboración o que incluso están construidas cerca de residencias para ancianos. (En esta nota se puede leer una hermosa experiencia al respecto).
Otro ejemplo son las asociaciones que permiten que personas mayores realicen actividades puntuales con niños más grandes (de 6 años en adelante). Una muy buena iniciativa la podemos ver con esta asociación francesa (Lire et faire lire: leer y hacer leer a otros) que colabora en pequeños poblados en escuelas leyendo para los niños. La actividad consiste de dos personas de la tercera edad que van una vez por semana a un salón de clase a leer para los niños. No sólo les leen en voz alta, sino que posteriormente discuten, comentan y realizan actividades lúdicas al respecto. Estas últimas pueden ser dibujos, marionetas, representaciones, o incluso una pequeña merienda con alguna receta sacada del texto leído. Los niños se involucran mucho y es una actividad que no sólo potencia el placer por la lectura, sino que fomenta las relaciones intergeneracionales.
Apenas estos dos ejemplos nos indican cuántas cosas se pueden compartir entre niños y adultos mayores, o bebés y adolescentes. La edad no debe ser un obstáculo o una frontera entre amistades. Que conocer la vida a través de los ojos de alguien diferente es un camino para ser más empático, para entender mejor nuestras emociones y poder tener una convivencia social más armónica y pacífica.