Dustin Vuong es un youtuber de 19 años que cuenta con más de 400.000 suscriptores en su canal. Dustin, aunque tiene casi medio millón de usuarios que siguen su vida, no siente que haya alcanzado el éxito. En uno de sus vídeos, este youtuber se preguntaba por qué sentía que estaba fracasando, por qué sentía que no era suficientemente válido y por qué no se sentía realizado como persona a pesar de tener un canal exitoso. Su ambición no pasa por ser solo youtuber, sino que él quiere ser un artista multidisciplinar exitoso, y más específicamente, un cantante que triunfe mundialmente.
Dustin no es el único joven que se pregunta cuando llegará su éxito. Son miles de vídeos los que podemos encontrar en Youtube de jóvenes frustrados por no ser exitosos, frustrados tanto porque no cumplen las expectativas que se imponen en la sociedad como porque no cumplen las expectativas que sus progenitores les han ido marcando a lo largo de su desarrollo. “Sé abogado, sé ingeniera, sé economista, sé un triunfador en la vida…” Como padres y madres tenemos ideas de cómo queremos que sean nuestros hijos y, aunque no nos demos cuenta, se las imponemos sin dejar que ellos decidan y les presionamos para que sean la persona que nosotros hemos ideado.
Consecuencias de presionar con ser exitosos
Cuando nacieron nuestros hijos e hijas, ¿qué pensamiento teníamos sobre ellos? ¿Queríamos que fueran exitosos o que fueran felices? Esta pregunta nos planteaba la maestra y escritora Carmen Guaita en su ponencia. “Alguno de nosotros dijo: por favor que sea embajador en Australia, por favor que gane la final en Wimbledon, no. Nosotros, y todos los padres dijimos: por favor que sea feliz“. Guaita aclaraba entonces que esa felicidad no significa que nuestro hijo no se ponga malo, que todas sus notas sean excelentes, sino que nuestros hijos “puedan con la vida, que un disgusto o una frustración no les lleve por delante”.
Esta es la idea de éxito que tenemos para nuestros hijos cuando ellos nacen. Sin embargo, según van creciendo, nos vamos olvidando de esa máxima, que encuentren su propia felicidad, y vamos creando ideales sobre ellos, dirigiendo sus propios deseos y prioridades.
La presión del éxito desde pequeños, ya sea en el ámbito escolar (sacar las mejores notas), pero también en el personal (tener muchos amigos, ser querido por todos, estar siempre alegre) va generando un clima de desconfianza en nuestros hijos, ya que les estamos transmitiendo que si ellos no llegan a X logro, no son lo suficientemente válidos como personas. La autoestima está directamente relacionada con el sentimiento de capacidad. Si usamos presiones sobre nuestros hijos para que sean los mejores y usamos los castigos o las amenazas si no llegan a esos objetivos, la autoestima y la confianza se irá reduciendo cada vez más.
De esta manera, si consiguen sus logros se sentirán bien, ya no solo por ellos, sino porque hacen felices a sus padres; sin embargo, si no consiguen su objetivo, su autoestima se reducirá y creerán que están defraudando a sus progenitores.
La repercusión de las expectativas en nuestros hijos
Para transmitirles una buena autoestima, la psicóloga Begoña Ibarrola hace hincapié en que no debemos transmitirles nuestros deseos y proyecciones, sino que debemos acompañarles en sus decisiones. “Ayudarles a sentirse capaces de ir construyendo su propio mundo, porque ahí está la base de la autoaceptación: sentirnos dueños de nuestras decisiones y de sus consecuencias”, señala.
Por eso, debemos dejar atrás las expectativas y las frustraciones que tenemos para que sean ellos mismos los que van escogiendo su camino, aunque tengan muchos errores y fracasos. Así nos lo contaba la psicóloga Patricia Ramírez en nuestro último evento: “Cuando tus hijos salgan a jugar el partido de su vida, de qué los quieres ¿de suplentes o de titulares? Yo a mis hijos los quiero de titulares, pero no de titulares para que protagonicen y tengan el ascenso y sean más competitivos, en absoluto. Esa no es mi escala de valores. Los quiero de protagonistas para que puedan elegir la vida que ellos crean que tiene sentido con sus fracasos, muchos, y sus pocos aciertos. Pero una vida que realmente valga la pena vivirse”.
Y esto se aplica en todos los ámbitos de la vida, pero sobre todo lo podemos trasladar al ámbito escolar y luego profesional. Debemos dejar que ellos mismo escojan su carrera, sin que nosotros interfiramos. “Una vida de la que se sientan orgullosos porque hayan elegido una profesión que económicamente igual no les lleva a mucho, porque hayan elegido a la persona con la que se sienten a gusto o a las personas. Porque tengan una vida elegida, esa para mí es la persona protagonista. El suplente es aquel al que le hemos dicho: ¿Bellas artes? Te vas a morir de hambre. Mejor que estudies económicas. Ese niño, cuando mire para atrás, se dará cuenta de que la vida le ha dejado poca huella, así que incentivemos que nuestros hijos jueguen la vida de titulares”, explica Ramírez.
¿Cómo dejar de proyectar estas frustraciones?
- Destierra las etiquetas: Dejemos de etiquetar a nuestros hijos y de proyectarles que solo serán buenos si son exitosos. “Una vez etiquetamos a una persona, esta tiende a comportarse de acuerdo con la etiqueta que le hemos puesto, lo cual acaba condicionando sus oportunidades y su desarrollo”, nos cuenta el psicólogo Alberto Soler.
- Valora el esfuerzo: Siempre nos fijamos más en el resultado de las notas y no tanto en el esfuerzo que han hecho nuestros hijos.
- Acompaña a tu hijo en la toma de sus propias decisiones. Por ejemplo, cuando son pequeños podemos dejarles que escojan las extraescolares a las que quieren asistir y cuando van creciendo debemos dejar que ellos mismos escojan su futuro escolar y profesional.
- Trabaja en ti mismo. La frustración que sentimos al ver que nuestros hijos no siguen el camino que habíamos pensado no es un fallo de ellos, sino que se trata de una emoción que debemos aprender a gestionar nosotros mismos.