Los conflictos son inherentes a nuestra condición humana. Estarán ahí y surgirán con mayor o menor frecuencia, en mayor o menor intensidad y nos afectarán de una manera u otra según nuestra habilidad y capacidades para saberlo gestionar.
Cuando estamos en un conflicto nos radicalizamos, sacamos lo más potente, que no lo mejor, de nosotros mismos, queremos ganar. El uso de etiquetas (“ya está el sabelotodo”), nuestro enfado porque los demás no cumplen nuestras expectativas (“no me ha apoyado”), unas normas que no están claras para todos (“yo no sabía que se jugaba a este juego así”) y la pérdida de perspectiva (“el árbol que no nos deja ver el bosque”) son factores que causan o agravan los conflictos.
Pero, ¿y si entendiéramos que los conflictos nos han ayudado a aprender? Cada conflicto nos empodera.
Adquirir habilidades para gestionar conflictos de manera eficaz
Transformar las discrepancias en oportunidades positivas para negociar
Detectar las emociones que pueden llevarte a conflicto
Generar nuevas alternativas y mejoras ante los conflictos