Un niño llora, tiene una pataleta, tira de su padre para que le haga caso, empuja cualquier cosa que se le ponga delante… Todo esto son conductas que nuestros hijos e hijas realizan para llamar nuestra atención porque nos necesitan en ese momento.
Aunque estos actos y comportamientos provocan malestar a los padres y madres, se trata de llamadas de atención que nos alertan de que una necesidad de nuestro hijo no está cubierta, ya sea afectiva, fisiológica, social o cognitiva.
Rabietas como llamada de atención
Muchas veces esta llamada de atención se realiza porque no tienen otra forma de expresar lo que sienten. Así pasa con las llamadas “rabietas“, comportamientos naturales en los niños. Desde los dos años y hasta los cuatro comienza esta etapa en la que los niños expresan sus emociones mediante gritos, pataletas o berrinches. Por ejemplo, un niño enfadado es alguien que no sabe reconocer su emoción y tampoco sabe cómo tratarla y decide expresarla mediante patadas y gritos.
En estos casos, los niños no saben cómo expresar correctamente sus emociones ya que no tienen desarrollada la parte del cerebro del neocórtex que controla los impulsos. Sus emociones y sus correspondientes conductas pueden surgir cuando no les apetece hacer algo, cuando tienen una necesidad que no les hemos cubierto o cuando tienen un deseo y no se cumple.
Niños sin necesidades cubiertas
Cuando van creciendo nuestros hijos pero habiendo malos comportamientos nos preguntamos: ¿qué puede pasar, qué he hecho mal? María Soto, experta en disciplina positiva y creadora de Educa Bonito señala que muchas veces nos preocupamos mucho más por la conducta y la llamada de atención y no prestamos atención a la emoción que se esconde detrás de esa acción. “Su conducta es importante, pero más lo es la emoción por la que reacciona así”, cuenta. Y es que esa desobediencia y ese malestar que presenta nuestro hijo es su forma de reaccionar ante una necesidad no cubierta.
La disciplina positiva explica estas llamadas de atención mediante la teoría del iceberg. Nosotros como padres y madres vemos la parte visible del iceberg, es decir, vemos los malos comportamientos. Por ejemplo, el pegar a su hermana, el empujarnos, el no hacer los deberes… Sin embargo, no vemos la parte sumergida del iceberg, en el que está la causa de esa mala conducta, las creencias que lo motivan y el para qué se comporta así. “Esto nos impide solucionar el problema. Nos estamos limitando a tratar de controlar el comportamiento “erróneo” de nuestros hijos, y esto solo nos llevará a frustrarnos porque no lo conseguiremos”, señala Soto.
María nos pone un ejemplo para poder entender la teoría mejor: “Imaginaos que mi hijo mayor pega a mi hija pequeña y yo le castigo para penalizar su conducta (parte visible del iceberg). Sin embargo, no miro en la parte no visible del iceberg para entender qué le está motivando a pegar a su hermana. En este caso, lo hace porque tiene celos. Mañana, en vez de pegarle, le esconderá los juguetes. Yo volveré a castigarle. Pero su creencia errónea (pensar que yo quiera más a su hermana) seguirá ahí”.
Reacción ante estos comportamientos
Muchos padres y madres no saben cómo reaccionar ante estas llamadas de atención de los niños. Sobre todo cuando estos comportamientos se dan en la calle. El psicólogo Alberto Soler cuenta que muchas veces no sabemos reaccionar ante un berrinche porque actuamos más de cara a los demás, por las miradas cuando se da una rabieta en un espacio público, que por cómo se encuentra nuestro hijo.
No siempre se tiene éxito cuando intentamos calmar a nuestro hijo cuando tienen una emoción como la ira y a veces nos contagiamos de esa emoción, perdemos los nervios y recurrimos a gritos o castigos para que deje de realizar ese comportamiento. Por eso, lo más importante es intentar mantener nuestra calma para poder reconducir la conducta de nuestro hijo. Estos cuatro consejos nos pueden ayudar a calmar la emoción de nuestro hijo o hija:
- Bajar a su nivel y mirarle a los ojos: Solo así podremos calmar al niño, ya que estando a su misma altura, estará mucho más receptivo.
- No chillarles: Aunque es muy complicado no gritar en ciertas situaciones, tenemos que pensar que con los gritos solo conseguiremos agravar la situación y el vínculo con nuestro hijo empeorará.
- Transmitirles amor incondicional: Expresarles muestras de amor y cariño puede ayudarles a calmarles. Asimismo, puede ir acompañado de frases en un tono calmado como: “Cariño, yo te quiero mucho, pero esto no es posible”.
- Redirigir una vez se haya calmado la crisis: En medio de un estallido emocional, por mucho que queramos apelar a la mente racional de nuestro hijo, no va a comprender nada. Podemos acercarnos a hablar con él cuando se haya calmado sobre lo que ha sucedido.
Cómo conseguir a largo plazo que las llamadas de atención se reduzcan
Se trata de un proceso a largo plazo por el que si se atiende a sus necesidades, estas llamadas se van a reducir:
Cubriendo sus necesidades
Sobre todo sus necesidades emocionales, tanto respetar y dejarles expresar sus emociones como dejar atrás la manipulación emocional y el chantaje.
Límites claros
Debemos establecer límites claros desde la disciplina positiva. Jane Nelsen, la creadora de esta forma de educar, señala que debemos ser amables y firmes con estos límites. “Imaginemos que tu hijo te grita. Una forma amable y firme de abordar esta situación es marcharte de la habitación. No puedes obligar a nadie a tratarte con respeto, pero sí podemos tratarnos nosotros con respeto. Marcharnos es un modo de hacerlo. Cuando haya pasado un rato, y todos nos hayamos calmado, podemos decirle a nuestro hijo: Cielo, siento que te hayas enfadado, respeto tus sentimientos, pero no cómo los expresas. Siempre que me faltes al respeto, yo me iré durante un rato. Te quiero y quiero estar contigo, así que, cuando estés listo para tratarme con respeto, puedes decírmelo y estaré encantada de buscar otras formas de resolver tu enfado que sean respetuosas para los dos”, cuenta.
Enseñarles a autorregularse
En ocasiones, somos los propios padres los que pretendemos y exigimos a nuestros hijos que controlen y gestionen sus modales, su mal humor, su impulsividad y la manera de hacer determinadas cosas. En definitiva, tenemos la expectativa de que sean nuestros hijos quienes calmen su propia rabia (total, ellos se la provocan, ellos tendrán que dar con la solución, ¿no?). “Nada más lejos de la realidad. Nuestra misión es regular a nuestro hijos, devolverle a la calma para que, cuando sea adulto, sepa hacerlo él mismo. Nuestros hijos aún no saben hacerlo de otra forma. Solo se llega a la autorregulación emocional pasando por la heterorregulación (es otro quién te regula)”, nos recuerda Rafa Guerrero.