Andrea Zambrano, de AEIOU Coaching, comparte una típica escena que sacaría de quicio a cualquiera: bebé pequeña llorando, niño de tres años con una gran rabieta, marido enfermo y ganas de salir al parque en coche. Ante esta situación, Andrea podía elegir por atajar la rabieta lo más rápido posible y meter a la fuerza al niño en el coche o conectar con su hijo con curiosidad, amor y sin juicios. Por eso, Andrea recuerda que “si nosotros estamos “mal” ese día (estresados, cansados, con quehaceres pendientes, enfadados…), reaccionamos mal y nuestros hijos actúan “mal”. Si en ese momento nosotros decidimos priorizar la relación y actuar con amor y conexión (aceptando, comprendiendo, con curiosidad, escuchando…), el niño se siente bien, y actúa bien. En nuestras manos está”.
Esta es una mañana de sábado cualquiera:
Marido enfermo. Quiero salir de casa con un niño de 3 años y una bebé de 6 meses. Tardo 1 hora en poder vestirles a los dos. Lo consigo, por fin! Entonces la niña se pone a gritar: tiene sueño. Dejo al niño unos minutos viendo la tele. Consigo dormir a la niña.
Aprovecho para arreglarme yo y jugar un rato con el niño. Ahora quiere coger una trompeta (que le encanta pero que tengo escondida por su sonido “infernal”). Se la doy – hace semanas que no la usa- y le digo que hay que esperar a salir a la calle para hacerla sonar.
La niña se despierta! Bien, salgamos de casa por fin. Bajamos al parking. La niña en el carrito que no para de llorar. El niño encima del carrito también porque ha decidido que no quiere caminar.
Tengo el coche a 5 metros pero, aunque parezca mentira no consigo avanzar. Mi hijo (de repente y “porque sí”) se ha puesto a gritar en plena rabieta. Ahora los tengo los dos gritando y llorando en la puerta del ascensor del parking sin poder llegar al coche (socorroooo!!).
Entre grito y grito el niño se pone a tocar la trompeta.
– ¿Cariño, qué te pasa? – le pregunto
Él sólo grita:
– ¡No quiero caminar!
Yo intento “razonar” con él (ya sabéis , algo que hacemos mucho los adultos y que no suele funcionar):
–¡Pero si el coche está aquí mismo! Venga va, que te cojo a caballito.
–Nooooo, yo quiero ir al coche pero no quiero caminar (mientras llora hace pausas para tocar la trompeta, parece que es porque sabe que eso me “cabrea” todavía más…o eso pienso yo…)
–Pero ¡si vamos al coche! Y ya te he dicho que te llevo en brazos ¡Venga va! (yo estoy deseando meterlo en el coche de una vez y poder salir de casa por fin)
-¡Que nooooo, mamáaaa!! – Sollozos, lloros y gritos … (la bebé sigue llorando también)
(Imaginaos mi cara…, les miraba sin entender nada, agotada y a punto del colapso).
¿Qué hice entonces?
Porque…bueno, hay dos opciones aquí:
Una es acabar espetando: “Niño, haz el favor de entrar en el coche de una vez (cogerlo y hacerlo) que me tenéis harta y no hay manera de salir de casa. Dame la trompeta (que no te la tendría que haber dado nunca) ¡Castigado sin tocarla hasta dentro de una semana! Y no te quiero oír más que me tenéis frita con tanto llanto y tanto grito. Ya que papá está enfermo, me podríais ayudar un poco ¿no? Me tenéis agotada”.
Os soy sincera, en algún momento esta opción también se me pasó por la cabeza. Me costaba reprimir las ganas de dar un grito y zanjar esa situación a la fuerza. Pero no, ese día no hice esto. Ese día estaba en modo “constructivo”. Es decir, no tenía prisa, no estaba intentando controlar la situación, y no había preocupaciones que me impidieran conectar con mis hijos. Ese día estaba presente, quería disfrutar de mis hijos y estaba tranquila. Así que tomé la segunda opción, que es esta:
Cuando estás presente, es decir, cuando no quieres cambiar lo que está pasando y sencillamente lo aceptas (dejas que pase), enseguida te das cuenta de que el comportamiento de tu hijo responde a algo que le está pasando por dentro. Es una forma de decirte algo que te está pasando inadvertido.
El foco/tu atención está en él (en lo que le ocurre) y no en ti (en tus ganas de coger el coche y largarte). En vez de juzgarlo, esta vez decidí sentir curiosidad. Respiré hondo, me puse a su altura y le pregunté con todo el amor y el interés verdadero que pude reunir en ese momento:
– Cariño, ¿qué está pasando? ¿de qué va esto en realidad? (naturalmente, no hubo respuesta).
Decidí agudizar el oído y escuchar activamente qué estaba pudiendo pasarle a mi hijo de 3 años para que decidiera comportarse así. Después de una mañana eterna sin poder salir de casa, esperando a su hermana y sin poder tocar la trompeta le espeté:
-¿Qué te pasa cariño, estás aburrido?
En ese momento mi hijo abrió mucho los ojos y me miró con cara de “¿cómo lo sabes?”:
-Sí, mamá, estoy aburrido- me contestó” .
(*NOTA IMPORTANTE: no pudo decírmelo hasta que yo no puse palabras a su emoción, a lo que le estaba pasando. Ellos no tienen tantos recursos todavía…). En ese momento él se relajó. Así que yo aproveché para cogerlo en brazos y decirle:
-Lo entiendo! Ha sido una mañana muy larga. ¿Sabes qué vamos a hacer ahora? Vamos a ir al coche y vamos a ir muy rápido al parque para poder jugar mucho rato y tocar la trompeta muy fuerte ok? Sólo en el parque vale? En el coche no que con lo que llora tu hermana solo me falta la trompeta, ¿vale cariño?
-Vale mamá – me contestó.
Resultado: niño en el coche, tranquilo, trompeta en mano y sin tocarla ni una sola vez. Y lo que es mejor, niño conectado con su madre quien en vez de cargarse la relación, puso palabras a lo que le pasaba y conectó con su necesidad. En ese momento, el niño decidió colaborar.
Moraleja de toda esta historia: Cuando un niño se está ”portando mal” lo que en realidad necesita, lo que está reclamando, es amor.
Amor significa que no le juzgues, que le escuches, que aceptes lo que está pasando y que te preguntes ¿qué está pasando para que mi hijo actúe de esa manera? Siempre es por algún motivo. A veces tu no lo sabrás, otras veces él tampoco lo sabrá, pero siempre hay una razón.
Si nosotros estamos “mal” ese día (estresados, cansados, con quehaceres pendientes, enfadados…), reaccionamos mal y nuestros hijos actúan “mal”. Si en ese momento nosotros decidimos priorizar la relación y actuar con amor y conexión (aceptando, comprendiendo, con curiosidad, escuchando…), el niño se siente bien, y actúa bien. En nuestras manos está.