Marta Santomé participa en nuestro concurso de relatos de verano contándonos su día a día como madre de dos peques a tiempo completo y sin familia cercana. El agotamiento y la falta de tiempo para ella misma se ven compensados con momentos especiales juntos, sonrisas y complicidad. Os suena, ¿verdad?
Agotada, exhausta, incluso derrotada a veces y por momentos… Estaba deseando que mi hija se quedara de vacaciones, y por fin olvidarnos de los horarios, y lo cierto es que esa parte es genial. La parte de no tener que despertarlos por la mañana y arrastrarlos fuera de la cama aún con los ojos casi sin abrir, desayunar corriendo y llegar al cole para despedirnos un día más, sin tener muy claro qué va a hacer, con quién va a jugar y a qué, si tendrá algún problema en algún momento y me va a necesitar y yo no estaré… El verano supone un descanso para todos de esa rutina que tan poco me gusta, pero el verano tiene su parte gris, claro. No todo iban a ser arco iris y purpurina, ¿no? Y, con una niña de casi cinco y un niño de casi dos años, que se pasan la vida queriendo el mismo cuento, el mismo juguete, o a la misma mamá al mismo tiempo (sí, esa soy yo), mi bienestar emocional y físico quedan en entredicho. Y es cierto eso que he escuchado muchas veces de que las mamás no tenemos nunca vacaciones, y no las quiero, de verdad que no, solo pido descansar un poco, solo un poco, ducharme tranquila o dormir una noche ocho horas… A ver si este año no olvido escribir mi carta a los Reyes Magos, y a ver si atienden mi petición, claro.
El cansancio de ser mamá 24 horas al día, con un papá que trabaja muuuchas horas y sin familia cerca es tremendamente agotador. Y a veces caigo en ese abismo de gritos y reproches porque no soy la mamá perfecta y en ocasiones también la soledad se me mete muy dentro y me cuesta arrancarla. Y me pregunto si disculparme con mis pequeños como lo hago cada vez será suficiente, me pregunto si no podría estar haciéndolo mucho mejor, si me equivoqué al decidir estar con ellos y no trabajar fuera de casa (porque de puertas adentro es imposible parar).
Pero luego… luego comparto una sonrisa y una conversación en susurros con mi hija mientras su hermano duerme la siesta, una mirada mientras mi hijo toma su adorada “teta”, unos saltos en la cama, un juego que hemos hecho juntas, un paseo por el bosque (“Mamá, ¡mira qué bicho tan chulo!”)… y siento que todo se me pasa.
Y aunque los días a veces de tan largos que son parecen eternos, pienso eso de que los años son cortos y yo quiero atesorar esos pequeños momentos, guardarlos en una caja de mi memoria y no soltarlos jamás. Volver a ellos en las horas bajas, en medio del cansancio, del enfado, de la desesperación de algunos días. Y darme cuenta de que son realmente esas pequeñas cosas, esos momentos cotidianos, los que hacen que ser la madre de mis hijos merezca la pena y sea un motivo de alegría.
Y darme cuenta de que, a pesar de mi cansancio, igual que cuando yo era la niña pequeña, no quiero que el verano termine jamás.
Si quieres participar en nuestro concurso de relatos de verano puedes mandar el tuyo (de 300 a 600 palabras y de temática libre pero con mensaje educativo) hasta el 25 de agosto a info@educarestodo.com. El premio es 2 entradas para nuestro próximo evento en Madrid (24 de noviembre), una suscripción anual en pareja a nuestra plataforma Gestionando hijos, y el último libro de cada uno de los ponentes del evento firmado por ellos. Además, la ilustradora y escritora Jessica Gómez leerá el relato ganador en el evento.
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