Estoy harto, la verdad. Llevamos un veranito que tela… Y es que trabajo como autónomo y por eso mis hijos se quedan conmigo en casa, porque así no tienen que madrugar, juegan tranquilamente (aunque lo de tranquilamente debería ir entre muchas comillas) y viven el verano sin prisas y con mucho tiempo libre. Y, dicho sea de paso, así nos ahorramos una pasta en colonias y campamentos, que falta nos hace.
Mis hijos, Carolina y Jairo, son mellizos de 8 años (sí, sé lo que estáis pensando: “¿a quién se le ocurre tener dos de golpe?”), se levantan tarde, desayunan con calma y se ponen a jugar con todos los juguetes que durante el curso apenas han sacado por falta de tiempo. Mientras sigo trabajando, aparto de vez en cuando la vista del ordenador para ver el espectáculo: mis hijos jugando, entendiéndose y disfrutando…
Pero esto no dura todo el día, ¡qué va! Que mis hijos son muy reales y la armonía con ellos siempre tiene fecha de caducidad: dos horas como mucho. Poco antes de comer, como si de unos Gremlins se tratara, los niños dejan de jugar en armonía y ser unos achuchables peluches para convertirse en unos monstruitos que lo destrozan todo, se pelean constantemente y, por supuesto, no me dejan trabajar. Entonces me puede la desesperación: aún no he terminado de trabajar, me queda mucho por hacer y no parece que me vayan a dejar seguir trabajando. Entonces, en medio de mis: “¿Es que no podéis estar tranquilitos un rato más?”, “¡Trabajar con vosotros es imposible!”, alguno de los dos pone esa mirada de pena digna del Gato con Botas y suelta, inocentemente:
-Si nos dejas la tele o la tablet estaremos más tranquilos.
Y yo, claro, caigo en la trampa, porque necesito un tiempo más de calma y porque no he podido organizarme mejor. Pero cuando toca apagar las pantallas, se monta una pelea campal que parece que los estoy matando. Luego comemos, recogemos y se pasan dos horas de sobremesa con pantallas otra vez… Sí, mucha pantalla, lo sé. Cuando de nuevo les digo que vayan apagando se vuelven a poner en pie de guerra. Y entonces yo monto en cólera, tanto que parece que soy el más gremlin de los Gremlins. Y me pregunto quién me manda a mí quedarme con los niños en verano en casa, con lo bien que se lo pasarían en unas colonias. Pero como diría Swipper el Zorro enemigo de Dora la Exploradora, “¡demasiado taaaaarde!”. Así vivimos en bucle, todos los días, por no coger las riendas de la situación y tomarme el tiempo para solucionarlo, quizá porque pienso que esto se soluciona solo, que somos personas razonables, pero no, no es verdad y mis hijos están perdiendo el verano entre pantallas y yo en esta historia soy, debería ser, el adulto responsable.
Pues ya está bien. Estoy harto y creo que debería tomar de una vez una decisión. Así que me decido a hablar con mis hijos seriamente para poner un poco de orden.
-Chicos, estoy harto de las peleas que tenemos por las pantallas y creo que necesitamos buscar una solución. Yo tengo que trabajar pero no quiero ni que os subáis por las paredes en casa ni que estéis todo el rato abducidos por la tele o la tablet. Como mucho podréis estar dos horas al día con pantallas y ya me apañaré yo con el trabajo. ¿Se os ocurre cómo lo organizamos?
Carolina toma la palabra:
-Pero es que dos horas son poquísimas, papá… ¿Qué vamos a hacer si trabajas tantas horas? Nos aburrimos…
-Carolina, por la mañana no paráis de jugar y os veo encantados durante un par de horas. No entiendo qué pasa después, pero aburridos no os veo.
-Jo, papá, pues que nos cansamos de estar en casa haciendo lo mismo- suelta Jairo, muy disgustado con limitar el tiempo de pantallas -. Y tú no nos haces ni caso, con las pantallas nos divertimos y te dejamos tranquilo, todos contentos.
La verdad, podría sentirme herido, muy herido, con esta frase de que no les hago ni caso. Y podría decirles, a la defensiva, que no es así, que por la tarde jugamos mucho, que qué desagradecidos, que les dejo hacer lo que quieran… Pero, en un momento de lucidez, decido no criticar cómo se sienten, no reprochar nada, y elijo otro tono:
-Mira qué listo, casi me convences –ironizo-. Solo podéis estar dos horas al día con pantallas y no podéis destrozar la casa, eso es innegociable. Os estoy preguntando cómo podemos organizarnos – me muestro todo lo seguro que puedo, he pronunciado el innegociable de tal manera que parece escrito en neón.
-Vale, vale, pues podríamos jugar por la mañana y cuando nos estemos hartando salimos a dar un paseo o vamos a la pisci. Dejamos la tele o la tablet para después de comer –dice Carolina con desgana.
Así que, después de poner un poco de orden y hablar las cosas sin mucho reproche, ya tenemos un acuerdo. A ver cuándo caduca. Deseadme suerte, crucemos los dedos.
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