Cuando eres niño piensas muchas veces en que nunca, nunca, vas a ser como los adultos. Y cuando eres adulto te descubres demasiadas veces diciendo o haciendo exactamente tal y como hacía tu madre o tu padre. Y a veces… hasta tu abuela.
Recuerdo a mi abuela, sentada en la cocina, escuchando mis historias sobre lo difícil que me parecía – a la luz de mis 20 años- entenderme con personas a las que yo tenía por inteligentes y muy formadas y con las que me costaba entenderme. Son más importantes los quereres que los saberes, me decía. Y yo le rebatía enérgicamente ese refrán con todo el ardor de mi rebeldía juvenil, mientras ella desmigaba con parsimonia una rebanada de pan en mi tazón de café con leche. Por aquel entonces yo estaba convencida de que los conocimientos, los contenidos tradicionalmente considerados como académicos, eran herramientas superiores y que bien aprovisionados de ellos podríamos cambiar las cosas, transformar la sociedad. Los asuntos del corazón importaban, pero desde luego no tenían la categoría reservada “a los saberes”, cuanto más académicos mejor. Te acordarás de lo que te digo, sonreía, pero aún tienen que pasar unos añicos. Pasado el tiempo asistimos con interés a la eclosión de la educación emocional en la escuela y en la educación. Proliferan masters y postgrados sobre la necesidad de enseñar con corazón, de conectar los contenidos que se imparten en los centros docentes con las emociones que les dan forma. El movimiento educativo que las incluye y promociona es evidente y altamente contagioso. Ahora, también me doy cuenta de lo fácil que resulta entenderse y trabajar con gente competente con la que conectas, y cómo ese “querer” ilumina el “ saber”, el conocimiento y consigue equipos profesionales, imbatibles. Entiendo a los alumnos cuando quedan enganchados a los saberes de una profesora que además “es muy maja y nos entiende” y me apeno al ver grupos de profesionales muy formados pero que no conectan y que se pasan el día luchando unos contra otros. ¿Qué ha pasado con los saberes? Que siguen siendo imprescindibles, abuela, pero conviene que vayan de la mano de los quereres, Si no, no van a funcionar igual. Tenías razón, me han hecho falta esos añicos para entenderlo, pero ahora estoy convencida de que esa combinación ya no hay quien la pare.