Necesitamos algo, y podemos pedirlo online y tenerlo en nuestra casa en tan solo 24h. No sabemos cómo hacer una receta y, a golpe de clic, tenemos miles de tutoriales. Un amigo nos envía un audio largo por WhatsApp y podemos escucharlo en la mitad de tiempo, al igual que los vídeos de Youtube o las series de Netflix. En definitiva: la inmediatez es el pan nuestro de cada día desde que las tecnologías llegaron para quedarse.
Y no es solo una cuestión tecnológica, es que vivimos corriendo. El estilo de vida que llevamos no suele propiciar la calma y la serenidad, sino más bien todo lo contrario: prisas, impaciencia y repetir constantemente “corre, que no llegamos”. ¿Y cómo viven esto nuestros niños y niñas?
Cómo reacciona el cerebro ante las tecnologías
La sobreestimulación tecnológica hace referencia al fenómeno a través del cual recibimos una gran cantidad de estímulos que hacen que nuestro cerebro esté expuesto a constantes señales de movimiento, luz, sonido… de forma instantánea y casi sin descanso para nuestros sentidos.
Esta recepción de estímulos en el cerebro de un niño o niña, que está en pleno desarrollo, es especialmente preocupante, pues afecta en gran medida a la capacidad de concentración. Como nos contó Catherine L’Ecuyer en uno de los eventos de Educar es Todo, “una exposición prolongada a cambios rápidos de imágenes durante los primeros años de vida condicionaría la mente a niveles de estímulos más altos, lo que llevaría a una falta de atención más adelante en la vida”.
Es decir, si los niños se acostumbran a recibir estímulos intensos durante los primeros años de su vida provenientes de las tablets, móviles, televisiones y demás dispositivos, luego será más probable que les cueste prestar atención en clase, concentrarse leyendo un libro o divertirse con un juego de mesa. En definitiva, la vida real les parecerá un aburrimiento en comparación con la vida virtual.
Niños sobreestimulados, cerebros anestesiados
Para que entendamos mejor cómo se da este proceso, la psiquiatra Marian Rojas Estapé explica que “la atención se sitúa en la corteza prefrontal y, cuando un bebé nace, esta es profundamente inmadura”. “La corteza prefrontal de un bebé se activa con tres cosas: luz, sonido y movimiento”. Justo lo que ofrecen los dispositivos tecnológicos.
A medida que esta corteza prefrontal va madurando, esperamos que los niños y las niñas sean capaces de prestar atención a objetos inmóviles y no luminosos, que puedan atender en clase, leer un libro o esperar tranquilamente en una cola, por ejemplo. Pero esto se complica mucho si desde pequeños su atención ha estado saturada con estímulos muy intensos.
Las prisas facilitan la sobreprotección
Ahora que ya sabemos los efectos de la exposición excesiva de los niños a la tecnología, hay otro tema del que no nos podemos olvidar y que también viene propiciado por nuestro estilo de vida marcado por las prisas: la sobreprotección.
Muchas veces, nos vemos tan agobiados y nos cuesta tanto llegar a todo, que acabamos haciendo por nuestros hijos cosas que ya podrían hacer por ellos mismos, por ejemplo: vestirles, darles de comer, prepararles la mochila para el colegio…
Lo hacemos con muy buena intención, sin duda, pero lo cierto es que les estamos mandando el mensaje velado de “ya lo hago yo, que tú no puedes” o “no creo que seas capaz”, y esto no va a beneficiar en nada a nuestros pequeños.
Con este tipo de acciones, entre otras, no estamos fomentando la autonomía de nuestros hijos en pro de nuestra comodidad. ¿Y es eso lo que queremos?
5 claves para alejarnos de la inmediatez
- Estableced un horario en el que no se usarán los móviles ni la televisión. Igual que hay una rutina para sentarse a comer, puedes crear una rutina para jugar en familia o charlar.
- Realizad actividades al aire libre y enseñadle juegos que se disfrutan más fuera de casa.
- Leed un cuento antes de dormir. Una historia breve, un capítulo de un libro…todo es bueno para fomentar su gusto por la lectura y ayudarle a relajarse para dormir.
- Vuelve a los juegos de mesa: de preguntas, de adivinanzas, de mímica, de plastilina, de cartas, etc. Un campeonato de juegos de mesa puede ser tan divertido como cualquier consola.
- Podéis aprender a cocinar una receta fácil juntos o decorar un mueble que tengáis por casa: involúcrale en las tareas cotidianas y enséñale a valorar el proceso tanto como el resultado. ¡El camino siempre se disfruta más sin prisas!