Cuando decretaron el Estado de Alarma los supermercados españoles vieron cómo se agotaban las existencias de productos de primera necesidad en tiempo récord, como por ejemplo el papel higiénico. Pero luego, cuando pasó la novedad, se disparó el consumo de otro tipo de productos, como los snacks, las tabletas de chocolate o la harina. Con las neveras y despensas bien preparadas, es difícil no caer en la tentación e ir a picotear algo.
Muchas veces lo realizamos como un acto casi automático, incluso cuando ya estamos saciados de la comida anterior. Si estamos aburridos, o ansiosos, o enfadados… todo se ve de otra manera con un poco de chocolate, pensamos. ¿Verdad?
Pero, ¿por qué hacemos esto? Desde adultos a niños y adolescentes, todos, podemos vernos atacados por el hambre emocional, ese que nos susurra que vayamos a la nevera y arrasemos con las existencias de dulces que hay en la casa. Para descubrir por qué tanto nosotros como nuestros hijos nos sentimos así -especialmente durante el confinamiento- y qué podemos hacer al respecto, hemos hablado con la psicóloga Silvia Álava.
1. Silvia, ¿qué es el hambre emocional y cuándo surge?
El hambre emocional está detrás de muchos de los atracones o de los ataques de gula que hacen que sigamos ingiriendo alimentos pese a estar saciados, porque lo que nos está ocurriendo es que utilizamos la comida para regular nuestras emociones.
En estas situaciones, se eligen alimentos ricos en grasas o azúcares, de manera que cuando los comemos se experimenta una intensa sensación de placer a causa de la liberación de endorfinas y dopaminas en el cerebro.
Sin embargo, la comida no sirve para regular las emociones, en cuanto acabe el placer momentáneo de comer, las emociones que desencadenaron las ganas de comer permanecerán. Es necesario trabajar desde el origen del problema, el déficit en la regulación emocional. Para ello es necesario realizar una correcta educación emocional.
2. ¿Afecta solo a los adultos o pueden los niños también sentirlo?
Es algo que afecta tanto a niños como adultos. Detrás del hambre emocional hay un problema de identificación de las emociones, pero sobre todo de regulación. En ocasiones cuando sentimos una emoción desagradable, en lugar de ser conscientes de ella e intentar regularla de una forma saludable, intentamos taparla comiendo, y además tal y como hemos explicado antes, elegimos alimentos que suelen ser ricos en grasas y azúcares.
3. ¿Qué podemos hacer para evitarlo, y ayudar a nuestros hijos?
-Trabajar la inteligencia emocional, es decir, enseñar a los niños a que:
- Sean capaces de percibir correctamente la emoción que sienten, tanto ellos como los demás.
- Expresen las emociones de forma correcta.
- Entiendan que no existen emociones buenas ni malas, sino que todas las emociones son buenas, porque nos dan información y hay que aprender a escucharlas.
- Tengan en cuenta las emociones que están sintiendo, para poder hacer una buena toma de decisiones.
- Comprendan por qué se sienten así, cuál es el origen, la causa y la consecuencia de su emoción, y también comprendan por qué los demás se sienten de una determinada forma.
- Etiqueten y pongan nombre a las emociones, ya que de esa forma aprenderán a identificarlas y regularlas.
Es decir, estar abiertos a sentir tanto emociones agradables como desagradables, y trabajar estrategias saludables de regulación emocional. Para ello:
-Sé un modelo tanto de alimentación sana, como de regulación emocional. No olvidemos que los niños nos copian y en educación no vale con decir: “Haz lo que yo te digo que hagas, no lo que me veas hacer”.
-Planifica la cesta de la compra para ofrecerles frutas, o frutos secos, opciones de comida sana entre horas.
4. ¿Se puede convertir en una adicción a largo plazo?
Efectivamente, el hambre emocional se relaciona con la ingesta compulsiva y con atracones y, por consiguiente, con sobrepeso y obesidad, además de con otros problemas de salud y de la conducta alimentaria.