Un aprendizaje real: ¿Por qué es importante (re)conocer nuestras emociones?
Si hace poco más de un mes fue Kate Middleton la que se sinceró y habló del enorme reto emocional que supone la maternidad, esta pasada semana The Telegraph ha publicado una entrevista con su cuñado, el príncipe Harry, en la que confiesa cómo se sintió con respecto a la muerte de su madre, Diana de Gales, ocurrida cuando apenas contaba con 12 años. Dice Harry que “reprimí todas mis emociones durante los últimos veinte años” y esto ha tenido “un impacto bastante serio no solo en mi vida personal, sino también en mi trabajo”. Reconoce el príncipe que “tenía ganas de pegar a alguien”, y por eso el boxeo fue de gran ayuda. Desde que habla con honestidad sobre lo que siente, el príncipe, según el diario, “se siente capaz de poner sangre, sudor y lágrimas para contribuir a mejorar la vida de los demás”. Esta historia nos enseña la importancia de hablar de las emociones, reconocerlas y no esconderlas para nuestro propio bienestar y para la sociedad. No en vano, ya nos dijo Begoña Ibarrola en una de sus ponencias que “si educamos personas empáticas, sensibles, con regulación emocional, que se conozcan bien, con una autoestima fuerte, os digo que el mundo cambiaría”. ¿Os parece una afirmación exagerada? Tras conocer el testimonio de Harry quizá no lo parezca tanto. Si queréis conocer algunas ideas clave para educar en las emociones, de la mano de Begoña Ibarrola, seguid leyendo.
Nos dice el Príncipe Harry que la manera en que enfocó la muerte de su madre fue “esconder mi cabeza bajo la arena, rechazar incluso el pensar en mi madre, porque ¿por qué eso me iba a ayudar? Solo me haría sentir triste, no iba a conseguir que mi madre volviera”. Así que, confiesa, pensaba: “no dejes que tus emociones sean parte de nada”. Por eso, solía pensar con 20, 25 o 28 años que “la vida está bien, todo va bien”. Pero, de repente, “todo ese dolor que nunca había procesado salió a la superficie y me di cuenta de que había muchas cosas ahí que necesitaba afrontar”. Tras esta revelación Harry reconoce que vivió dos años de puro caos, que “estuve a punto de derrumbarme muchas veces”. En esos dos años, “no sabía qué problema tenía, no podía tocar esa parte de mí”. Incluso en los compromisos de la Corona, tenía ganas de huir o de luchar. Confiesa que este malestar que sintió no tuvo nada que ver con su presencia en Afganistán, si bien hablar con soldados heridos acerca de su salud mental supuso un paso importante para la comprensión de sí mismo. Por eso, afirma: “Sé que tiene un enorme mérito hablar sobre tus problemas y lo único que consigues acallándolos es empeorarlos. No solo para ti, sino para todas las personas a tu alrededor, porque te conviertes en un problema”.
Cuenta Harry que su hermano el Príncipe William le animaba a hablar y le intentaba ayudar, pero “quizá no fue el momento”. Ahora anima “a la gente a hablar sobre el tema porque, primero, te sorprenderá cuánto apoyo encontrarás y segundo cuánta gente está esperando a que salgas a expresarte“. Junto con su hermano y su cuñada, ha creado el proyecto Heads Together (Cabezas Juntas), que busca erradicar el estigma sobre las enfermedades mentales. Por eso señala que “debido al proceso por el que he pasado estos dos años y medio últimos, he sido capaz ahora de tomarme mi trabajo y mi vida privada en serio. Y he sido capaz de poner sangre, sudor y lágrimas en las cosas que realmente marcan una diferencia y cosas que creo que supondrán una diferencia para todos”.
Begoña Ibarrola nos brindó una genial ponencia en la que subrayó la enorme importancia de las emociones en la vida y en la educación. No en vano, la psicóloga y autora de cuentos infantiles subrayaba que “el mundo emocional es un aporte impresionante a la Humanidad. No debemos permitir que nuestra dimensión cognitiva anule nuestra dimensión emocional. Somos seres sensibles antes de nacer y hasta un minuto antes de morir. Si las emociones tiñen toda nuestra vida, merece la pena que apostemos por una buena educación emocional”. Aunque, como en el caso de Harry, hayamos tenido alguna herida emocional, “cuando tomamos conciencia de ella o de alguna mala educación emocional que hemos recibido (como “los niños no lloran”, “las mujeres no gritan” o cuando no nos dejaban enfadarnos porque nuestros padres no sabían cómo gestionar emociones) podemos cortar los hilos”, afirma Begoña. ¿Cuáles serían, entonces, las bases de esa buena educación emocional?
- Hablar de emociones con nuestros hijos.
- Legitimar todas las emociones y ver lo positivo de cada una, sin juzgarlas.
- Acompañarles desde la calma: “Si sienten vuestro acompañamiento, que legitimáis esa emoción y que no les queréis quitar cuanto antes de ahí es tremendamente importante para ellos porque se sienten respetados”, nos dice Begoña, quien subraya que “cuando tus hijos se sientan abrumados por las emociones, en una pataleta o en un enfado que no sabemos cómo controlar, lo que podemos hacer como padres y madres es desde la calma esperar y ayudarles a que salgan, pero no unirnos a su caos”.
- Entender que antes de una conducta hay una emoción o un sentimiento. “Si atendemos más a sus sentimientos y a sus emociones vamos a ser capaces de modular sus conductas”, nos dice Begoña.
- Permitir a nuestros hijos que las expresen y enseñarles a expresarlas de forma adecuada.
- Reflexionar sobre nuestro propio mundo emocional: “¿Qué emoción me cuesta más vivir? ¿Qué emoción me cuesta más regular? ¿Con qué emociones me siento más cómoda y con cuáles más incómoda? ¿Qué emociones permito que expresen mis hijos y qué emociones no les permito que expresen porque no me gustan?”, nos invita Begoña a preguntarnos.
- Tomar conciencia de nuestras heridas emocionales, para cortar los hilos y no transferirlas a nuestros hijos.
- Y, también, formarse acerca de la importancia del mundo emocional y de las claves para una buena gestión emocional. Por eso, el próximo 10 de junio en nuestro encuentro de Barcelona contaremos con Mar Romera, experta en inteligencia emocional.