Esther tiene la impresión de correr contrarreloj todo el día y de ir capeando el temporal. Se levanta pronto por la mañana porque, para conciliar, ha optado por solicitar una jornada intensiva. Tiene dos hijos y quiere pasar las tardes con ellos. En el trabajo, es muy eficiente. Y con sus hijos… con sus hijos es un no parar.
Los recoge del colegio con la lengua fuera, porque a veces llega tarde porque pierde el tren con el que podría llegar al cole sin prisas, y siente que, desde el minuto uno, a pesar de las enormes ganas que tiene de verlos y abrazarlos, se enzarzan en un tira y afloja en el que todos pierden: que si no quería esa merienda que me has traído, que si no quiero ir a inglés, que si vámonos corriendo que no llegamos, que si no quiero hacer los deberes, que si no los haces te castigo, que si deja de saltar en el sofá que lo vas a romper, que si no quiero bañarme, que si no quiero salir del baño, que si no quiero cenar esto que has preparado, que si no me quiero ir a la cama… Al final del día, Esther se siente frustrada: ha tratado de llegar a todo y no lo ha conseguido, y, sobre todo, entiende que tiene un problema con sus hijos, le entristece que no haya hecho más que discutir con ellos y se siente culpable porque le gustaría disfrutar más de ellos, porque está poco tiempo con ellos, porque si no tuviera que madrugar tanto no estaría tan cansada. Le gustaría cambiar la dinámica con sus hijos pero se siente sin tiempo para aprender, reflexionar o investigar otras formas, otros modos. Y además le entristece no encontrar, con el frenesí de vida que tienen, un espacio en común, una especie de tribu, con la que compartir la maravillosa y a veces agotadora tarea de educar. Y así un día, y otro. Esther está frustrada y esa frustración se contagia un poco a todas las facetas y ámbitos de su vida. Está metida en un círculo vicioso y no sabe cómo salir de él.
El padre de las criaturas, Mateo, los deja en el colegio y luego llega tarde a casa del trabajo. Le encanta despertar a sus hijos por la mañana con besos, arrumacos y palabras llenas de ánimo por el nuevo día. Pero enseguida entran las prisas por vestirse para llegar al cole, los enfados porque no da tiempo a jugar, los malos modos porque ya hay que correr y no llegamos a tiempo. Mateo siente que cuando llega a su trabajo acaba de correr una durísima maratón. Y le gustaría pensar que ha ganado una medalla porque ha ido todo bien, sin enfados, sin peleas, con soluciones tranquilas y consensuadas ante los conflictos que van surgiendo. Pero no, casi nunca cree que se merezca una medalla.
En los trabajos de ambos, la educación de los hijos es uno de los principales temas de conversación, después de los temas estrictamente profesionales. Esther y Mateo se dan cuenta de que la mayoría de sus compañeros también están cansados de las peleas diarias, frustrados, que incluso esa frustración se está haciendo evidente en el trabajo y que todos quieren encontrar nuevas formas de hacer, formas de educar mejor, pero no tienen tiempo de buscarlas.
La empresa donde trabaja Esther tiene un certificado EFR (Empresa Familiarmente Responsable, concedido por la Fundación Másfamilia). Un buen día, los directivos de Recursos Humanos diagnostican que los problemas con los hijos preocupan mucho a su plantilla, que se siente (entre el trabajo y las tardes con sus hijos) con poco tiempo para combatir la inercia y buscar nuevas formas de hacer. Entonces, se les ocurre una idea brillante: ¿por qué no invitar a su plantilla a un gran evento sobre educación (pongamos, por ejemplo, Gestionando Hijos, que se celebrará en julio en Barcelona😉 )? Dicho y hecho, a las pocas semanas todos los padres y madres de la plantilla se han apuntado entusiasmados a acudir al evento. Esther asiste, plantea preguntas, debate, escucha con atención, reflexiona y se entusiasma. Por fin ha tenido ese tiempo y espacio que tanto necesitaba para pensar en hacer las cosas de otro modo, porque, como dice Fernando Botella “de vez en cuando, en todo en la vida, también como padres y como madres, tenemos que pararnos para poder ir después más deprisa, haciendo las cosas dándonos el permiso para que sean diferentes”.
La acogida de la experiencia es tan buena y la respuesta tan agradecida y motivadora que los directivos de Recursos Humanos no dudan un instante: pondrán en marcha iniciativas parecidas para acompañar a su plantilla que quiere educar mejor. Y así se puede romper este círculo vicioso en el que muchos padres y madres estamos metidos: prisas, falta de tiempo, conflictos que se arrastran, cansancio, sentimiento de culpa, inercia, frustración, desmotivación. En Gestionando Hijos creemos que, al ser la educación de nuestros hijos una tarea que importa a toda la sociedad, cuantos más agentes apoyen a los padres y madres mejor nos irá a todos.