¿Es suficiente la vocación en un maestro para educar a nuestros hijos?

El otro día, mientras estaba en la peluquería, escuché cómo preguntaban a una amiga si ella era maestra de vocación o simplemente había estudiado magisterio para cobrar a fin de mes. Esta pregunta, que a simple vista puede parecer inofensiva, me llevó a una reflexión profunda: ¿confiamos más las familias en los docentes con vocación que en su profesionalidad? ¿Qué entendemos por vocación docente y hasta qué punto hemos caído en la trampa de idealizarla? ¿Cuántas cosas justificamos como padres en nombre de esa vocación?

 

El origen de la vocación

La vocación es un concepto que ha existido desde tiempos inmemorables, asociado a una llamada interior que guía a una persona hacia una profesión o un estilo de vida específico. Popularmente, la vocación se percibe como una fuerza innata que impulsa a alguien a dedicarse con pasión a una tarea, más allá de las recompensas materiales o el reconocimiento social. Pero, ¿qué sucede cuando aplicamos esta idea a la docencia?

 

La vocación docente y su impacto en las familias

Desde la perspectiva de las familias, la vocación docente se percibe como ese deseo innato que lleva a una persona a querer enseñar, formar y guiar a nuestros hijos. Creemos que un docente “por vocación” es aquel que, a pesar de los desafíos de la profesión, encuentra satisfacción y sentido en educar. Sin embargo, este ideal puede convertirse en un arma de doble filo, tanto para los docentes como para las familias que confiamos en ellos.

Como padres, a veces caemos en la trampa de valorar más la vocación que la formación o la profesionalidad de los docentes. Nos sentimos tranquilos al pensar que nuestros hijos están en manos de alguien que “ama su trabajo” pero, ¿es esto suficiente? ¿No deberíamos exigir también que esos docentes estén bien preparados, tengan acceso a formación continua y trabajen en condiciones dignas?

 

¿Es realmente necesaria la vocación para ser un buen docente?

Es innegable que aquellos docentes que sienten una verdadera pasión por enseñar pueden crear un ambiente de aprendizaje más enriquecedor para nuestros hijos. Sin embargo, reducir la calidad de la enseñanza a una cuestión de vocación puede ser problemático. Al hacerlo, corremos el riesgo de ignorar otros factores cruciales, como la formación pedagógica, el conocimiento específico de las materias y la capacidad para adaptarse a un entorno educativo en constante cambio.

Es posible que un docente sin una “vocación ardiente” pero con una formación adecuada y un compromiso profesional, pueda enseñar de manera igualmente efectiva. Y como padres, deberíamos valorar y exigir esta profesionalidad más allá de la pasión que se asume en la vocación.

 

La vocación como justificación de condiciones laborales precarias

La idea de la vocación docente, aunque inspiradora, se convierte en una trampa para justificar condiciones laborales que, de otro modo, serían inaceptables. Como padres, podemos estar contribuyendo sin querer a esta justificación. Al asumir que un maestro trabaja “por amor al arte”, podemos caer en la complacencia y no exigir mejoras en las condiciones en las que enseñan a nuestros hijos.

Si como familias valoramos la vocación por encima de todo, estamos perpetuando la idea de que los docentes deben aceptar trabajar bajo cualquier condición, con recursos limitados y sin el apoyo necesario. Esto, a largo plazo, afecta directamente la educación que reciben nuestros hijos.

 

La delgada línea entre hobby y trabajo

La pregunta que le hicieron a mi amiga en la peluquería, si era maestra por vocación o por dinero, es una muestra del pensamiento colectivo: se tiende a ver la enseñanza, especialmente la de los más pequeños, como algo más cercano a un hobby que a una profesión seria. Pero, ¿le preguntaríamos a nuestro médico o a nuestro abogado si ejercen por vocación o por dinero?

Es hora de que como padres dejemos de infantilizar la profesión docente. Es necesario que entendamos que ser maestro no es solo “cuidar” de nuestros hijos mientras estamos en el trabajo, sino educarlos, formarlos y prepararlos para el futuro. Y para esto, se necesita mucho más que vocación: se necesita formación, apoyo y unas condiciones laborales adecuadas.

 

La culpabilidad que genera la idealización de la vocación

La idealización de la vocación docente no solo afecta a los maestros, sino también a las familias. Cuando idealizamos esta vocación, podemos sentirnos culpables por exigir demasiado o por esperar que los docentes cumplan con expectativas casi imposibles. Debemos recordar que, detrás de esa “vocación”, hay profesionales que también necesitan apoyo y reconocimiento para desempeñar su labor de manera efectiva.

 

Una responsabilidad compartida

La responsabilidad de asegurar una educación de calidad es compartida entre las familias y los docentes. Como padres, tenemos una responsabilidad crucial: no caer en la trampa de creer que la vocación es suficiente para garantizar una buena educación para nuestros hijos. Debemos valorar la profesionalidad, la formación y el compromiso de los docentes, y exigir que se les proporcionen las herramientas y condiciones necesarias para enseñar de manera efectiva. Es fundamental que apoyemos a los docentes en su desarrollo profesional y que exijamos que se tomen decisiones educativas basadas en evidencia y no solo en la inspiración vocacional.

De la misma manera, los docentes tienen una responsabilidad igualmente importante. No deben caer en la trampa de creer que la vocación por sí sola es suficiente para cumplir con su labor. La pasión por enseñar, aunque es un componente valioso, no debe reemplazar la necesidad de reflexionar sobre la práctica educativa y de mantenerse al día con las mejores prácticas basadas en evidencia. Los docentes deben equilibrar su vocación con una actitud crítica y proactiva hacia la formación continua y el desarrollo profesional.

Al final, la educación de nuestros hijos depende tanto de la vocación como de la profesionalidad de los docentes. Como familias, es nuestro deber defender un entorno educativo que valore ambos aspectos, asegurando que quienes educan a nuestros hijos tengan todo lo que necesitan para hacerlo bien. Trabajando juntos, podemos contribuir a un sistema educativo que no solo inspire, sino que también garantice una enseñanza de alta calidad.

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Patricia Valero

Patricia Valero es maestra de Educación Infantil, Licenciada en Psicopedagogía y Máster en Investigación educativa. Su labor docente la llevó a convertirse en educadora certificada en Disciplina Positiva en primera infancia y formadora en competencia digital. Desde hace más de una década, compagina la enseñanza con la divulgación de contenidos educativos en la red. Su labor se centra en ofrecer a las familias y profesionales de la educación recursos y estrategias que promuevan una crianza respetuosa y consciente. Ha encontrado en la disciplina positiva una herramienta poderosa para acompañar a los niños en su desarrollo, fomentando un entorno de aprendizaje basado en el respeto mutuo, la empatía y la colaboración. Como formadora en tecnología, entiende que la educación digital debe ser una extensión de la crianza respetuosa que desarrolle competencias digitales que permitan un uso seguro, crítico y creativo de la tecnología.Desde su recién estrenado rol de madre y educadora, sigue explorando nuevas formas de acompañar a los más pequeños en su desarrollo, ayudando a las familias a encontrar el equilibrio entre el ruido de la información masiva que recibimos diariamente.

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