Seguramente ya habrás oído hablar de la ley del espejo que nos invita a ver el mundo exterior como un espejo en el que se refleja nuestra imagen. Según esta teoría, al observar ese espejo podríamos vernos con toda nuestra luz y oscuridad. La luz son aquellos rasgos que mostramos al mundo y la oscuridad representa las sombras de nuestro mundo interior, todo lo que queremos esconder a los demás de forma consciente o inconsciente. Siguiendo esta particular manera de ver el mundo, cada una de las personas que se van presentando en nuestra vida se convierten entonces en un espejo en el que podemos ver nuestro propio reflejo.
Imagina que nuestro compañero de trabajo hoy actúa con ira y rabia hacia nosotros. La tendencia natural es que reaccionemos también con esos mismos sentimientos hacia él. Pero quizás, si la situación nos da la oportunidad de parar y reflexionar, podamos reconocer un poco de nuestro propio mundo interior en el rictus de amargura del compañero. En la medida en que nos damos la oportunidad de hacer esta interpretación, la situación puede cambiar mucho. Podemos empezar a ser conscientes de que sin saberlo, también hoy nosotros nos sentimos frustrados y enfadados por algo. Y quizás si continuamos pensando un minuto más, podemos llegar incluso a encontrar el porqué de esa rabia interior. Y cuando reconocemos y nos permitimos nombrar un sentimiento desagradable, notamos que poco a poco ese sentimiento se va esfumando. Y lo hace porque lo que ponemos en palabras pierde parte de la fuerza que tenía en el silencio. Nombrar los sentimientos también nos permite dar el primer paso en el proceso de aceptarlos.
Cuando repartimos enfado y amargura, la vida no dejará de devolvernos un poco más de lo mismo
Si volvemos una vez más a esta situación con nuestro compañero de trabajo enfadado que nos falta al respeto, imaginamos que nosotros también hubiésemos respondido de manera parecida. Estaríamos perpetuando esa situación desagradable sin resolverla y además generando más desasosiego en nuestro interior. Porque cuando repartimos enfado y amargura, el espejo (la vida al fin y al cabo), no dejará de devolvernos un poco más de lo mismo.
En cambio, si en lugar de verle a él enfadado, intentamos vernos a nosotros mismos en la imagen que él nos proyecta, quizás podamos descubrir que tampoco nosotros nos hemos respetado ni valorado en los últimos días. Tiene entonces mucha lógica pensar en la posibilidad de que como nosotros mismos no nos respetamos ni valoramos, los demás harán lo mismo con nosotros. Hacernos consciente de ello puede suponer el punto de partida de un cambio en el rumbo de nuestra vida para al menos empezar a conocernos mejor. Y ahí es donde podemos empezar a trabajar para construir una verdadera autoestima desde la humildad de reconocer que carecemos de ella
Creo que con este ejemplo habremos podido comprender todo el autoconocimiento que esta “ley del espejo” nos puede aportar. El crecimiento personal siempre se convierte en sabiduría y fortaleza interior así que si nunca hemos puesto en práctica esta forma de ver la vida, os animo a que empecéis a hacerlo ahora.
Los hijos vienen a enseñarnos
¿Y por qué os invito a miraros en el espejo del alma de vuestro hijo? Porque ellos son los mejores espejos en los que nos podemos mirar. Siempre digo que los hijos vienen a enseñarnos. El Universo nos trae con nuestros hijos todo un repertorio de carreras universitarias para el autoconocimiento y desarrollo personal. No desaprovechemos esa preciosa oportunidad de aprendizaje que nos brindan.
Así que cada vez que nuestro hijo haga algo que nos irrite, buscad dentro de vosotros. Y hablo con la voz de la experiencia y la humildad de quien ha aprendido mucho con sus hijos y sabe que todavía le queda mucho por aprender. Te cuento.
Mi hijo mayor en sus primeros años de vida me generaba con mucha frecuencia sentimientos de ira y rabia. ¿Por qué estaba siempre pidiéndome y demandando atención de forma tan constante casi sin dejarme respirar? ¿Por qué su crianza me exigía estar continuamente alerta y sin parar de pensar? ¿Por qué sentía que siempre estaba retándome? ¿Por qué esa inquietud mental continua? ¿Por qué no podía nunca parar “su máquina de pensar”? ¿Por qué esa forma de actuar a veces algo impulsiva? ¿Por qué siempre está insatisfecho con todo? ¿Por qué no puede parar hasta salirse con la suya en todo? Pues imagino que si has leído hasta aquí ya sabes la respuesta. Y yo ahora también, pero me costó años reconocerme en él. Reconocer a la misma niña que yo fui y que en el fondo nunca dejamos de ser. Ese pequeño niño interior que todos llevamos dentro y que nos habla, pero que la mayor parte de las veces no podemos escuchar. ¿Cómo pude no ver algo tan evidente durante esos primeros años? Pues no lo sé. Sí puedo recordar ahora con una pícara sonrisa la cara de mi madre cuando yo me quejaba de la inquietud mental continua de mi hijo. En ese momento ella me escuchaba muy callada, nunca se pronunció. Y me alegro de que así fuese porque hay descubrimientos que sólo a nosotros nos corresponde hacer y este es uno de ellos.
Hay descubrimientos que sólo a nosotros nos corresponde hacer
En el momento en el que pude reconocer mi reflejo en el espejo del alma de mi hijo, empecé a recordar escenas de mi infancia y eso me trajo muy buenos momentos y también la comprensión de que eso mismo que ahora veía en mi hijo y me irritaba, estaba dentro de mí. Esa inquietud mental, esa cabeza que nunca para de pensar, esa insatisfacción frecuente, ese mismo tesón. Y también fui consciente de que como todo esto en algún momento de mi vida me había incomodado a mí misma o a los que me rodeaban, fui creando máscaras para tapar. Creo que al ver en él lo que yo había intentado esconder de mí a lo largo de mi vida, surgía el mismo deseo de “taparlo” en él.
Reconocerme todo esto, supuso un antes y un después en la relación con mi hijo y en la relación conmigo misma también. Desde ese momento pude ver a mi hijo tal y como es, y además sentir toda la ternura y amor que siente una madre al ver a su hijo, más toda la ternura y amor que nos genera recordarnos a nosotros mismos pequeños y vulnerables. Y cada vez que ahora veo en él todo esto, en lugar de sentir rabia, me hace reír por dentro y a veces también por fuera. Recordando y recordando, empecé también a reconocer que precisamente eso mío que yo había intentado tapar y esconder había sido lo que me había llevado a ser la persona que ahora soy. Que esa inquietud mental, tesón y persistencia me habían llevado a construir lo que hoy tengo más importante en mi vida: mi persona y mi mundo interior, mi familia, mi salud y la de los míos, mi propósito de vida. Así que ahora cada vez que mi hijo me tiene horas hablando sobre la muerte o sobre el cuerpo humano, o que cuestiona cada cosa que le pido o que capta cada sentimiento que (cada vez menos) le pretendo ocultar o que no cesa hasta dejarme extenuada de pedir de mil maneras lo que quiere conseguir, no puedo hacer otra cosa que sonreír por dentro porque estoy recibiendo mi más fiel reflejo.
Y mirarnos en el espejo del alma de nuestros hijos puede traernos mucho amor también por nosotros mismos. Porque nadie es capaz de querer de una forma tan incondicional y pura como lo hacen ellos. Nadie nos va a admirar tanto como lo hacen ellos. Y por eso te animo a recoger tu reflejo en ellos.