María Luisa Ferrerós: “Cambiando la alimentación de nuestros hijos podemos pasar de gestionar enfados cada día a que estén tranquilos”

"Somos lo que comemos". ¡Cuántas veces habremos escuchado esta frase a lo largo de nuestra vida! Pero ¿y si te decimos que según lo que coma nuestro hijo estaremos favoreciendo que se concentre mejor y aprenda más? ¿O que tenga menos rabietas? ¿O que duerma mejor? La cosa cambia y no hay que hacer complicados doctorados para realizar pequeñas modificaciones sencillas e nuestro día a día.

La psicóloga y experta en neuropsicología y conducta infantil María Luisa Ferrerós tiene claro que podemos corregir conductas inadecuadas en niños y adolescentes a través de la comida. Por eso nos ha dado unos cuantos trucos para que nuestros hijos coman y coman bien, así como ideas de menú y claves para entender por qué nuestro hijo puede estar teniendo un problema cuyo origen puede estar en los alimentos que está tomando. Acaba de publicar el libro ‘Dime qué come y te diré cómo se porta’. Hablamos con ella en Educar es todo.

 

P. ¿Cuál es el mito más extendido que tenemos los padres en torno a la alimentación de nuestros hijos?

R. Sin duda, el de que la grasa es mala. Ahora hacemos las patatas fritas en la airfryer, pero tenemos que saber que a los niños les va bien el aceite de oliva, cocinado en casa, eso sí. Es decir, la grasa no es mala. Nosotros preferimos suprimirlo porque le quitamos las calorías, pero nuestros hijos las necesitan. Así que el pescado rebozado frito en casa con aceite de oliva, por ejemplo, es bueno. La grasa es buena, siempre que sea saludable.

 

P. Lo que sí parece que tenemos claro es el efecto del exceso de azúcar en nuestros hijos, sobre todo en su conducta y desarrollo cognitivo. ¿Nos falta todavía información sobre el papel que otros nutrientes tienen por ejemplo sobre la concentración o el aprendizaje? 

R. Sí. Los padres y madres tenemos claro que tiene que haber alimentos saludables en comidas y cenas, pero en los desayunos y meriendas nos quedamos cojos. Y a veces ocurre que nuestros hijos ni siquiera desayunan. Tenemos un problema grave porque son dos comidas importantísimas que normalmente se están haciendo con un exceso de dulce. El dulce tenemos que saber que no es malo en sí mismo, hablamos del dulce propio de los alimentos, el dulce real de las frutas por ejemplo. El problema es el azúcar añadido. El azúcar procesado da un subidón de energía que vuelve a nuestros hijos hiperactivos, pero a la media hora les baja y les hace una montaña rusa emocional llena de ansiedad, irritabilidad… se empiezan a encontrar mal, se bloquean… y suele pasar que después de las meriendas excesivamente dulces vienen las pataletas. Hay una relación clara entre estas dos cosas (azúcar y pataletas). 

En cuanto al resto de minerales, nutrientes… hemos de saber que lo que construye nuestro cerebro junto con la grasa es el magnesio, hierro, zinc, omega 3, fósforo, omega 6… Por eso, si no contamos con ese entorno, los componentes de nuestro cerebro no subsisten. Y todos estos nutrientes suelen ser deficitarios en la dieta actual de los niños. Antes se consumía más aceite, más pescado, aceitunas, no solo aguacate, se comía anchoa, caballa, jurel… no solo salmón. Se comían frutos secos… ahora hay exceso de pasta, de hidratos y de comida fácil, y poco verde y poca fruta (espinacas, plátano…). Tenemos que volver a un equilibrio en las cinco comidas y basar nuestro plato en hidrato, grasa buena y proteína. Desayunar por ejemplo huevos, tostadas, jamón, queso… y no hacer desayunos deficitarios en grasa y en proteínas.

 

P. ¿Cuál sería un ejemplo de menú ideal para el desarrollo cognitivo y para la conducta de nuestros hijos?

R. Yo empezaría con un desayuno de yogur griego con plátano o kiwi y cereales integrales, con un poquito de chocolate negro. Continuaría a media mañana con una tostada de aceite y embutido. Para la comida haría una hamburguesita triturada de pescado o pollo, brócoli y huevo y le incorporaría tomates Cherry y espirales de colores. ¿La merienda? Una tostada con pasta de cacao. Y para la cena, si a nuestro hijo le cuesta dormir, le pondría una ‘dieta somnífera’ de patata hervida y judías verdes, un poco de pasta y un arroz con leche.

Al final es cuestión de planificarse y de ser consciente del impacto que va a tener este cambio en nuestro hijo. Piensa que somos lo que comemos y hay que tomar conciencia de eso, porque además ese cambio puede hacer que pasemos de gestionar enfados cada día a tener a los niños tranquilos.

 

P. Y si queremos prevenir la ansiedad, la inapetencia o la tristeza en nosotros o en nuestros hijos, ¿a qué alimentos debemos prestar atención? 

R. Hay que tomar mucho fruto seco, mucha fruta y verdura y omega 3, que está en la carne y el pescado. El chocolate negro también es buenísimo y es un ‘ansiolítico’. Y los hidratos de carbono de digestión lenta (arroz o pasta integral). Piensa que los deportistas comen pasta. Otra cosa que es muy buena es la horchata, que es una de las bebidas vegetales de mejor calidad, y que en Estados Unidos además se ha puesto muy de moda. Pero ha de ser una chufa artesana, no la del súper.

En este sentido, piensa que la apatía y la ansiedad la encontramos muchísimo en adolescentes. ¿Por qué? Los adolescentes acaban alimentándose básicamente de patatas fritas y pizza. Y eso lleva de todo menos sano. Por eso es tan importante para los padres y madres observar los comportamientos de nuestros hijos. Hemos de pensar si algo pasa, que puede estar en la esfera emocional o social, pero también en la esfera alimenticia. Veremos qué está comiendo, qué esta desayunando y merendando. Y esto es importante porque le puede afectar realmente. Es cierto que esto en adultos no se nota tanto porque ya estamos construidos y aguantamos más, pero ellos están en el proceso y los cambios han de ser nuestra señal de alarma, nuestro indicador.

 

Es muy importante para los padres y madres observar los comportamientos de nuestros hijos. Hemos de pensar si algo pasa, que puede estar en la esfera emocional o social, pero también en la esfera alimenticia.

 

P. ¿Con este libro vamos a entender mejor eso de que ‘el estómago es el segundo cerebro’?

R. Ahora ya tenemos evidencia científica de que es así, el cerebro está super conectado directamente con el intestino. Este está directamente conectado con las emociones porque se segregan todos los neurotransmisores para producir las hormonas del bienestar (dopamina, serotonina…). Así que sí, es muy importante tener un intestino saludable sin añadidos ni disruptores hormonales porque afectan al estado de ánimo. Fíjate si no en el típico día que no desayunas. Estás de mal humor porque no tienes nutrientes, te faltan. O cuando te sobran… Es decir, esto te afecta. El cuerpo es un reloj de precisión y si no funciona algo la sincronización hormonal se ve afectada.

 

P. ¿Y qué hay de cierto en eso de que la alimentación de nuestros hijos durante los primeros 1.000 días de su vida es lo que va a marcarles para siempre?

R. Estamos muy pendientes en el embarazo y durante el primer año de nuestros hijos. Y luego nos olvidamos. Que si la sal, que si el azúcar… y ya cuando empiezan el cole ni te cuento. Aquí no se trata de prohibir el dulce, es hacer dulce real. Por ejemplo si mezclas la fruta con gelatina (que es colágeno, es proteína) y lo metes en cubitos, tienes unas chuches saludables y dulces.

 

P. ¿Y qué podemos hacer cuando nuestro hijo no come? Sigue siendo una de las preocupaciones más extendidas entre los padres y madres…

R. Lo primero, mucha paciencia. Convertir la comida en premio o castigo es lo que no hay que hacer, porque estás dando un valor emocional a la comida. Y acaban ellos aprendiendo a hacer chantaje con la comida (dicen ‘no como si no me compras un móvil’, por ejemplo). Cuando hay un niño inapetente hemos de intentar no forzar. Hay trucos de psicología inversa, como poner el plato más grande, porque le parecerá que hay menos, o practicar ‘la ilusión de doble alternativa’, es decir, que elija entre dos opciones. También es muy importante hacer platos combinados, por ejemplo, tres tomatitos, dos guisantes y una tortilla; y que vea que se va acabando las cosas y se motiva. Y que haya variedad de colores. Se trata de convertir la comida en un juego. Si no le presionamos, irá comiendo, cuanto más presionemos, peor.

 

Convertir la comida en premio o castigo es lo que no hay que hacer, porque estás dando un valor emocional a la comida

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Lara Fernández

Periodista especializada en Educación y maestra de Educación infantil

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