Normalizar el fracaso ayuda a la vida de nuestros hijos

Se suele decir que los cazatalentos americanos valoran mucho que los candidatos hayan fracasado. La razón para esa valoración positiva es que fracasar tiene una causa y una consecuencia positiva: haber intentado una aventura y habernos recuperado, respectivamente.

Desconozco si es del todo cierta esta valoración tan positiva del fracaso, pero sí que sé con certeza que el miedo al fracaso hace que el miedo nos invada y nos atenace, nos impide tener iniciativa, en definitiva, ser nosotros mismos.

El miedo al fracaso se contagia, se educa. Trasladamos a nuestros hijos una alta valoración del éxito que se contrapone a la crítica al fracaso. Si nuestros hijos descubren una manera diferente de estudiar, quizás les recomendemos hacerlo como todos, que ya está comprobado y que los “experimentos los hagan otros, los nuestros con gaseosa”.  Llegado el momento de elegir un futuro profesional, preferimos lo convencional al riesgo de aquello que les emociona, pero que quizás no tenga “agua en la piscina” (demanda de trabajo). No queremos que nuestros hijos fracasen, nos duele aunque los cazatalentos americanos lo valoren tanto.

Lo bello de homenajear al fracaso es apreciar el valor del intento

En Finlandia, el espejo donde tantas veces nos miramos para copiar sus buenas ideas educativas, instauraron en el 2010 el Día internacional del fracaso, que tiene como objetivo rendirle un homenaje a ese acontecimiento, el de fracasar, que es uno de los caminos casi seguros para llegar al éxito. Así, los grandes empresarios, artistas, emprendedores finlandeses se acercan por las aulas para hablarles a los alumnos de sus fracasos, para normalizar eso que a nosotros nos parece tan terrible.

El fracaso tiene un lado amargo, nadie lo pone en duda. Y nadie puede asegurar que quien fracasa vaya a tener éxito. Creo que lo bello de homenajear al fracaso es apreciar el valor del intento. Propongo que nos fijemos como mantra educativo, tanto para nosotros (educarnos para educar) como para nuestros hijos, apreciar el valor del intento.

  • —Hija, felicidades. Lo has intentado.
  • —Sí, mamá, pero he fracasado.
  • —Así es hija, pero tu intento es ya un éxito.

 

Otro aspecto bello del fracaso es el que se deriva de esta breve conversación: su reconocimiento. Empeñados en no enseñar “nuestros calzoncillos rotos”, nos empeñamos en ponerle parches lingüísticos a la realidad del fracaso. No queremos que la gente que nos rodea sepa que hemos fracasado porque eso, en nuestra cultura, significa ser peor. En cambio, reconocer nuestros fracasos nos pone en la pista de salida a intentarlo de nuevo, sea cual sea el fracaso: laboral, amoroso, artístico.

Para que nuestros hijos no se contagien de nuestros miedos y les impidamos ser quienes puedan llegar a ser, será conveniente que los animemos a intentarlo con todas sus fuerzas, les hagamos saber que si fracasan el mejor remedio es volver a intentarlo (otra vez con todas sus fuerzas). Hablémosles de nuestros miedos, de nuestros fracasos para que interioricen que el ser humano disfruta de la grandeza y debilidad de ser vulnerable.

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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