¿Cuándo debemos intervenir los adultos en los conflictos de nuestros hijos?

A menudo, les vemos tan indefensos, que salimos en su rescate, pero ¿dónde está el límite? ¿Cómo podemos ayudarle sin restarle autonomía y confianza en sí mismo?

En ocasiones, nos sentimos abrumados porque no sabemos hasta qué punto debemos intervenir en los conflictos que les van surgiendo a nuestros hijos. Por un lado, somos conscientes de que ellos deben ir responsabilizándose de sus “problemas” para desarrollar su autonomía. Por otra, les vemos, a menudo, indefensos ante según qué situaciones. Lo cierto es que nuestros hijos e hijas necesitan resolver sus propios conflictos, pero antes, necesitan herramientas para hacerlo.

Habilidades para gestionar conflictos

Antes de pararnos a pensar cuándo debemos intervenir o no, primero debemos plantearnos si nuestros hijos tienen las habilidades necesarias para hacerlos frente. Begoña Ibarrola, psicóloga, nos muestra en el curso de nuestra plataforma “aprender a gestionar conflictos”, que los conflictos se pueden ver como amenazas o como oportunidades para aprender. Debemos verlo como la segunda opción, pero necesitamos figuras de referencia y entrenamiento para hacerlo.

Begoña propone las siguientes actuaciones:

Aprender a dialogar

Es importante que aprendan a hablar sobre el conflicto, que cuenten cómo se han sentido y qué los ha llevado a la discusión. Pero, sobre todo, no deben sentirse juzgados, puesto que eso los llevará en futuras ocasiones a no externalizarlo.

Hacer preguntas para reflexionar

Una vez que están más calmados, se les puede preguntar: “¿Para qué pegas a tu hermano/a?”, “¿crees que hay otra forma de conseguir eso que quieres?”, “¿qué más podéis hacer los dos para poneros de acuerdo antes de pelearos?”

Buscar soluciones

Sin duda esta es la más importante, pues es la que les ayuda a generar un pensamiento más creativo y no se centra en la queja. Esta sería una propuesta de la psicóloga Adriana Díaz. Se hace el brainstorming (lluvia de ideas), con tres rondas de aportación de soluciones:

  • Primera: todos los miembros involucrados aportan soluciones al conflicto. ¡Se apunta todo! (aunque para el adulto no tenga sentido lo que diga su hijo).
  • Segunda: el adulto recapitula todas las soluciones, y comienza a eliminar algunas que no sean viables, (de ambas partes).
  • Tercera: se llega a un acuerdo sobre qué solución se va a tomar, y se establece el tiempo para llevarla a cabo. Recuerda que lo interesante es que sea el propio niño el que tome la decisión, y se haga responsable.
  • Generar acuerdos y compromisos. Establecer los compromisos a los que llegarán las personas involucradas y por supuesto, cumplirlos.

Lo esencial es hablar y tratar los conflictos, se deben exponer, si no, terminarán explotando y aumentando la rabia entre las personas implicadas.

Cuándo debo intervenir en una pelea

El sentido común es la herramienta básica con la que decidiremos si nuestros hijos se van a beneficiar o no de nuestra intervención. Cuando vayamos a actuar, parémonos a pensar: ¿esto lo podrían resolver ellos mismos? Preguntémonos para qué le queremos decir lo que tengamos en mente, o para qué vamos a actuar como estamos pensando.

Begoña nos invita a no maximizar los conflictos, es decir, que las pequeñas tiranteces de su día a día dejemos que sean ellos quienes lo resuelvan. Intervengamos cuando ellos mismos nos lo pidan o cuando no sepan cómo resolverlo, estemos a su disposición para darles ideas, pero siendo ellos los que busquen las soluciones.

Por supuesto, siempre hay líneas rojas infranqueables:

1. Cuando haya violencia física o esté en peligro su seguridad.

2. Cuando se involucren adultos en el proceso.

3. Cuando el problema es de gran envergadura como, por ejemplo, acoso.

La resolución de conflictos permite aumentar la autoestima de nuestros hijos y su capacidad para desenvolverse en la vida. Como madres y padres deseamos que en el futuro sean capaces de resolver todo aquello que se les presente. Al fin y al cabo, la realidad es que no vamos a estar siempre que se les presente uno. Y como decía la experta en desarrollo personal y talento Noelia López Cheda: “si resolvemos todos los problemas de nuestros hijos, nosotros somos el problema”.

 

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Silvia Sánchez Ovejero

Como educadora infantil y pedagoga pasé toda mi infancia jugando a ser maestra, me fascinaba la idea de ser un referente para alguien y preparar mis clases. Años después, ese rol pasó a ser realidad. Desde ese momento sentí la necesidad de compartir con el mundo todas mis ideas, porque la educación, si no se comparte, no llegará a ser transformadora. Ser maestra implica ser todas las versiones que necesitan cada uno de tus alumnos para hacerles ver quiénes son y quiénes podrán llegar a ser.

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