Seguramente hayas oído hablar de los padres helicóptero. En Estados Unidos utilizan esta expresión para definir a los padres sobreprotectores, que sobrevuelan continuamente encima de sus hijos, que están pendientes de todo lo que hacen, intervienen mucho más de lo necesario, haciendo cosas por ellos que ellos podrían hacer por sí mismos, y quieren tener siempre el control.
Esta modalidad de padres tiene múltiples versiones: padres mánager (su objetivo es exprimir al máximo el talento de sus hijos, llevándoles al límite si es necesario), padres sherpa (van, como si de un sherpa del Himalaya se tratase, a cuestas siempre con la mochila de sus hijos), padres camareros (corren detrás de sus hijos en el parque para que mientras ellos juegan, se terminen la merienda), padres secretarios (sus hijos no necesitan agenda porque ya apuntan ellos todas sus tareas en la suya y llegan, incluso, a hacerles los deberes si ellos no saben hacerlos)…etc.
La periodista Eva Millet ya recogió este asunto en el año 2016 en el libro ‘Hiperpaternidad’, pero no ha perdido en absoluto vigencia. Es más, siguen surgiendo nuevas versiones de hiperpadres. La última: las madres y padres dron: Serían la versión siglo XXI de los padres y madres helicóptero. “La esencia es la misma, pero ahora disponen de un arsenal de nuevas tecnologías para sobreproteger y controlar en exceso las vidas de sus hijos” aclara Eva.
Sí, las mismas herramientas de las que nos quejamos las madres y padres, a causa del uso y abuso que hacen nuestros hijos de ellas, son las que utilizamos nosotros para “protegerles”.
“El debut son las aplicaciones que permiten controlar al bebé, incluso antes de que nazca. También las hay que registran cada uno de sus movimientos y cambios cuando han nacido, aunque estén perfectamente sanos. El móvil se convierte en una especie de cordón umbilical que no se corta nunca porque luego aparecen los grupos de WhatsApp de la clase, para ejercer de secretarios. Y cuando se les da a ellos el móvil, hay nueva oferta: apps de geolocalización e, incluso, de control de los contenidos de sus aparatos. Entonces encontramos otra acepción a mis variedades de hiperpadres: los padres-espía”.
Hablar de padres-espía nos lleva a hacernos una pregunta: ¿Estamos protegiendo a nuestros hijos o invadiendo su intimidad? Eva se inclina por lo segundo. “Me parecen bien algunos recursos tecnológicos, como bloqueadores de compras, del juego on-line y de contenidos pornográficos. También hay limitadores de uso, que me parecen útiles. Pero saber dónde está el hijo todo el rato me parece agotador (para padres e hijos) e instalarles una app de espionaje no me parece ético. Es como leerles el diario continuamente.
Lo cierto es que la sobreprotección es algo muy común en las sociedades actuales. Para Eva es “una especie de compensación al sentimiento de no dedicar suficiente tiempo a las criaturas. Sin olvidar un factor demográfico: se tienen menos hijos y estos son más preciosos, intocables. Nuestra sociedad aspira también a esta idea muy americana del “riesgo cero” y la búsqueda de la perfección, que fomenta el afán de sobreprotección. Un afán que se contagia. Cada vez se normalizan más estas actitudes”.
Más allá del agotamiento del que hablaba Eva que supone tanto para madres y padres como para hijos la sobreprotección, tiene muchos más riesgos. El primero sería su efecto limitante: “al no dejarles resolver por sí mismos sus problemas, les arrebatas la adquisición de autonomía (fundamental en la vida). Asimismo, si crías a tus hijos con miedo (al otro, al golpe de aire, al posible secuestrador, a que se caiga del columpio, a los insectos…) generas personas miedosas y ansiosas. La ansiedad es, básicamente, el miedo a lo desconocido y si no te han dejado experimentar un mínimo riesgo, la ansiedad te invade”, recuerda Eva. Y concluye: “muchas veces se sobreprotege para «hacer felices» a los hijos, pero la persona feliz es aquella que sabe solucionar las dificultades. Sobreproteger es desproteger.
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