Nos cuesta comer saludable, no solo porque lleva un tiempo que puede que no tengamos (sobre todo si somos padres o madres), sino porque pensamos que es más caro. ¿Y qué pasa? Que cuando nos ‘ataca’ el hambre emocional, acabamos arrasando con una despensa y una nevera cargadas de alimentos procesados que nos acaban por hacer sentir mal. Y vuelta a empezar en ese bucle infinito de la deplorable relación con la comida que tenemos muchas personas de nuestra generación. ¿Qué podemos hacer? La divulgadora y especialista en nutrición María Pérez Espín acaba de publicar ‘Empieza hoy y cambia tu vida para siempre’, un libro en el que nos da no solo recetas fáciles, sino hábitos sencillos de seguir para cuidar nuestra alimentación y la de nuestros hijos. Hablamos con ella para que nos resuelva las dudas más comunes sobre este tema.
P. La mayoría de nosotros no hemos desarrollado una adecuada relación con la comida. Pero no queremos que eso se perpetúe con nuestros hijos, ¿qué podemos hacer?
R. Esto sucede por el llamado hambre emocional. ¿Qué pasa? Que si yo en mi nevera tengo fresas, yogur casero, canela, bizcocho de naranja, palomitas caseras, humus, guacamole… en lugar de galletas de chocolate o bolsas de patatas fritas. Cuando tienes ese hambre emocional, la única solución es no comprar esas cosas, porque si no lo compras no lo comes. Y contra ese hambre emocional no puedes luchar. A veces también se trata de fuerza de voluntad y de controlar la mente. Es una responsabilidad diaria y claro que no apetece. Pero si hacemos las cosas caseras y aplicamos a cada atracón un 80-20, lo llevaremos mejor.
“No podemos luchar contra el hambre emocional”
P. En educación y crianza se habla mucho del método 80-20. Es algo que como has comentado tú también lo incluyes en tu libro. Cuéntanos en qué consiste.
R. Los niños y los adultos necesitamos caprichos de vez en cuando, no tenemos una vida perfecta. La clave, tanto en la alimentación como en el ámbito social, es priorizar nuestra vida saludable, pero con equilibrio y sin culpa. Intentar comer lo más saludable posible para que ese 20% no nos afecte a la salud ni nos haga sentir aburrida. A mí en concreto no me gusta nada la palabra dieta y las restricciones, porque al final da resultados a corto plazo, pero tiras la toalla en el largo. Y a un niño no le puedes eliminar el azúcar radical a nivel social, porque luego están los cumpleaños… pero sí hacer un 80-20 de rutina/flexibilidad, porque no va a pasar nada por ir a un cumple y se coma un chocolate o una tarta, dado que predomina lo saludable.
Y pasa igual cuando te acostumbras a ese 80%. Si un niño no está acostumbrado es el primero que va a pedir las cosas sin azúcar, porque lo tiene normalizado y no le llama la atención. Cuando normalizas un estilo de vida sano, tu cuerpo te pide una pizza un sábado por la noche, pero te pide algo casero de masa madre, y sin querer lo acabas priorizando.
P. ¿Qué no debe faltar en nuestra cesta de la compra familiar?
R. Hay que seguir esa máxima de si no lo compras, no lo comes. Todo lo que añadamos a nuestro carro va a ser lo que tengamos en casa para nuestros hijos y para nosotros. Al final si tenemos ultraprocesados, nos va a apetecer eso porque tenemos ese hambre emocional del que hablaba antes. La mejor regla es no ir a comprar con hambre. Y también llevar muy planificada la compra. No puede faltar fruta, verdura, carne, pescado, huevos, semillas, frutos secos, y comida fresca sin etiquetas. Nuestros abuelos no comían alimentos con etiquetas infinitas. Al final lo que tiene que predominar son productos reales sin procesar. Y procesados que sean conservas o botes, congelados, lácteos… porque los que lleven cinco ingredientes o más son aditivos y conservantes que nos dañan la salud. Eso es lo que hay que eliminar en nuestra despensa, esos productos industriales.
P. Pero es más caro comer saludable, evidentemente…
R. Como todo en la vida es cuestión de prioridades, hay quien quiere gastarse un bolso de 100 euros, y yo no miro lo que vale el aguacate. O hay quien prefiere salir a cenar semanalmente y quien opta por hacer la comida casera. Hay que pensar que la salud es lo primero, porque a largo plazo me lo voy a ahorrar en medicamentos y tratamientos.
Y sí, es más caro comprar un salmón y un aguacate que un paquete de galletas, pero no hace falta el salmón y el aguacate. Una tortilla y un tomate es la mejor cena del mundo. ¿Y qué cuesta? ¿Hacer una pizza casera qué cuesta? Nos gastamos lo mismo que una congelada. Pero una cosa es más cómoda y las excusas tienen muchas puertas. Yo, por ejemplo, ahora estoy invirtiendo mucho en productos cosméticos sin tóxicos. Y estas cremas son más caras. Pero los móviles, las televisiones, los ordenadores son mucho más caros. Es cuestión de prioridades.
P. ¿Qué nos pasa, que cuidamos la alimentación de nuestros hijos sin problema, les hacemos galletas o bizcochos caseros… pero a nosotros nos da pereza o nos cuesta? ¿Es por un tema de falta de tiempo, de falta de dinero…
R. Pues que se ha normalizado comer mal y a comer bien se le llama dieta. Le extraña más a un compañero de trabajo que te lleves un plátano que un bocadillo. En las gasolineras, por ejemplo, no hay opciones saludables. Y todo esto en los adultos lo vemos normal. Si te pides una ensalada con amigos tienes el típico que te dice que si estás a dieta. Y en realidad lo que sucede es que el objetivo físico es una consecuencia de comer saludable, la razón primordial suele ser por salud y por un tema emocional y mental.
Con estas cosas siempre esperamos al día 1 (al día 1 de enero, al día 1 después de las vacaciones…) y no hay que esperar. Hay que hacerlo ya. De hecho, con nuestros hijos, el ejemplo es la mejor regla. Si tu normalizas beber agua, él va a beber agua, o va a cenar un tomate, si te vas a meter una pizza va a pensar que es injusto, y al final no puedes pretender que tu hijo coma sano si tu no lo haces.
P. Pero cuando tenemos hijos, es más difícil cuidarnos nuestra alimentación, nuestro descanso… cuidar todas esas partes que mencionas en tu libro. Y probablemente las madres y padres no descansamos ni comemos lo que deberíamos, ¿qué podemos hacer?
R. A ver, hay circunstancias en la vida, como puede ser un embarazo (el mío), en el que tenemos insomnio… y por muy buenos hábitos que tuviésemos antes, son etapas de la vida inevitables. Si no solemos descansar bien, intentemos no tener luces blanca o azul o pantallas delante para generar melatonina, tomemos una infusión antes de dormir, cenemos antes y ligero… yo por ejemplo si un día ceno pesado tengo pesadillas esa noche. Es decir, ¿por qué nosotros no aplicamos los horarios que les aplicamos a nuestros hijos? La misma rutina que seguimos con niños, hacerla nosotros.
Y luego si en una época de nuestra vida tenemos preocupaciones o no podemos comer o dormir bien, no pasa nada, esto no es milagroso, pero es verdad que buscar huecos para hacer estas cosas ayudan. El deporte, por ejemplo, nos ayuda, a nosotros y a nuestros hijos, a descansar.