Casi desde el principio me di cuenta de que mi hijo no era como muchos otros niños.
A los dos meses, no había parado apenas de llorar ni de día de noche. Pedía el pecho continuamente, nada parecía consolarle. Solo conciliaba el sueño al bracito, y apenas intentar acostarlo se despertaba llorando. El período más largo que permanecía dormido eran 25/30 minutos.
Yo veía otras mamás con sus bebés plácidamente dormidos en el cochecito de paseo y pensaba: ¿Qué le pasa al mío? Nuestros paseos eran incluso violentos, pues no paraba de llorar y gritar mientras duraba el paseíto. Y la gente venga preguntar: ¿Qué le pasa? Y venga a dar consejos: que si tendrá flato, que si serán los cólicos, que si mejor ponlo de ladito…
Y yo oscilando el sentimiento de: “No hago nada bien con este crío” o “a este crío le pasa algo”.
Así fueron pasando los meses. Al nene la introducción de los sólidos tampoco le vino bien. La cuna nunca la llegó estrenar. Debía ser que tenía pinchos invisibles. Solo dormía al bracito, y poco.
Era muy movido, cada día más. Y no se entretenía con nada.
Hamaquita delante de la tele: berridos.
En la cunita con el móvil precioso girando y haciendo lucecitas: berridos.
Paseos por el parque: berridos.
Paseos en el coche: súper berridos (alguien me aconsejó que probara a darle una vuelta en el coche, que algunos niños se tranquilizaban. Pues tampoco).
Y así los meses se convirtieron en años. Y mi niño, que por otra parte era inteligente, divertidísimo, afectuoso, creativo y muy sensible, siguió siendo un niño intenso, muy apegado a nosotros, con mucha necesidad de atención y contacto físico. Y con una verborrea y perseverancia que agotaba a cualquiera.
Y llegó un día en el que por casualidad escuché el término “Niño de Alta Demanda”. Y no me hizo falta ni seguir leyendo para saber, que casi con toda probabilidad, estaban hablando del mío.
Efectivamente, los niños de alta demanda existen. No son bichos raros, ni están enfermos, ni tienen ningún trastorno psicológico. Eso sí, reúnen una serie de rasgos y características que tienen que ver con su temperamento. Son niños cuya crianza no es, a priori, tan relajada ni sencilla como la de otros nenes. Exigen y necesitan mucho de todo: de afecto, de tiempo, de contacto, de paciencia. Pero, sobre todo, de entenderles. De entender por qué se comportan así, y qué necesitan de nosotros.
Mi agotador niño de alta demanda va a cumplir seis años. Y es la alegría de mi casa. Nos ha hecho vivir en una montaña rusa, cuestionarnos como padres, ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros, y también, nos ha enseñado a ser creativos en la educación, flexibles, y a adaptarnos. Y la mejor lección de todas ha sido comprender que, como padres, nuestra más importante responsabilidad es conocer bien a nuestros hijos, para saber qué necesitan de nosotros.
Este es el relato que nos ha enviado una madre sobre su hijo de alta demanda, al igual que muchas otras madres y padres que nos han consultado por este tema. Por eso hemos querido darle la importancia que se merece. Queremos abarcar el tema de los niños y niñas de alta demanda de una manera transversal, para ello lo hemos desgranado en diversos vídeos en los que la psicóloga Úrsula Perona nos ayuda a despejar todas las dudas que podamos tener sobre las niñas y niños de alta demanda. A partir de hoy subiremos un vídeo cada día a nuestras redes sociales. Si creéis que tenéis un niño de alta demanda, ¡no os perdáis esta serie de vídeos!
Aquí os dejamos el primero, empezamos por lo más importante, ya que hemos descubierto que hay mucha confusión respecto a este término: “¿Qué es un niño de alta demanda?”.