Ahora que estamos ya inmersos en el curso escolar, puede que nos enfrentemos a situaciones desagradables con nuestros hijos e hijas. Bien porque sufran algún tipo de acoso de manos de sus compañeros, bien porque sean ellos los que lo inicien, o incluso que lo presencien de forma silenciosa, convirtiéndose de este modo en cómplices, probablemente sin pretenderlo.
Cuando escuchamos hablar de acoso escolar o bullying (en cualquiera de sus vertientes) pensamos siempre, inmediatamente, y es lógico, en cómo ponerle fin y en ayudar a la víctima. Nuestro temor y preocupación como padres es que nuestro hijo o nuestra hija pueda sufrir acoso por parte de sus compañeros, que sea la víctima en definitiva. Ponemos el foco sobre esta. Porque nadie quiere que suceda. Pero ¿qué pasa si, como dice a menudo Carmen Cabestany en Educar es todo, lo que ocurre es que nuestro hijo o nuestra hija es el acosador? ¿Qué hacemos en ese caso? Tenemos que trabajar, sobre todo desde casa, para educarles en la tolerancia, la empatía, el respeto y la reparación.
La diferencia entre líder y acosador
Porque quizá, cuando alguien nos dice que nuestro hijo, nuestra hija, podría estar acosando a otra persona, nos cueste creerlo o cuestionemos a quién lo dice. ‘¿Mi hijo? Qué va’. O, incluso, nos llenemos de orgullo y digamos que no es que esté acosando, es que nuestro hijo ‘es un líder’. Pero un líder no es aquel que impone su criterio, que trata a los demás desde una situación de poder o que afianza su posición desde el trato denigrante al otro. Un líder, aunque a veces se confunda con un acosador, al fin y al cabo es aquel que guía al resto desde una relación horizontal de colaboración, no jerárquica, motivándolos e influyendo para sacar lo mejor de cada uno.
No. Un acosador no puede nunca ser un líder. Aunque las películas, la publicidad o la sociedad nos haya vendido siempre la imagen de la ‘figura erotizada del chulo’, del ‘malote’ del que molaba enamorarse. Dylan en ‘Sensación de vivir’, ‘H’ en ‘Tres metros sobre el cielo’, Quimi en ‘Compañeros’ y tantos otros. “Es necesario que dejemos de erotizar al chulo y eroticemos al friki”, dice a menudo la socióloga Carmen Ruiz Repullo.
Y en esto, como en el bullying en general, no podemos responsabilizar a terceros. Ni a la televisión por mostrarnos determinado perfil, ni a la sociedad por penalizar o premiar a un tipo de persona, ni mucho menos a los propios menores. No son la causa ni la solución a este grave problema. No nos quedemos en el ‘hay que ver cómo están los jóvenes hoy’ o ‘falta mano dura’.
Nuestros hijos nos aprenden
La responsabilidad, como en todo lo que tiene que ver con la educación, la tenemos los adultos de referencia. Familias y escuela, pero sobre todo las primeras. Somos el principal agente socializador de los niños, el primer grupo social donde se van a sentar las bases para todo lo que venga después en su vida, los primeros en enseñar valores, normas y límites y los que más influencia tenemos. Las primeras relaciones e interacciones de nuestros hijos e hijas tienen lugar con nosotros, en casa. Si queremos erradicar esta lacra y que lo que más queremos no acabe convirtiéndose en un acosador o acosadora, cuidemos el lenguaje, el ejemplo que damos en los partidos de fútbol, cuando vamos al volante, cuando hablamos de otras personas delante de los pequeños.
Porque sí, familia, como decimos siempre en Educar es todo, el bullying somos los padres.