Resolver conflictos es uno de los grandes retos que tenemos las familias. En mi caso, cuando me piden ayuda para gestionar alguna situación, la primera pregunta que les hago es: ¿Qué es lo que te molesta, realmente, de tu hijo?. Normalmente, la primera respuesta suele ser: “No, molestar, molestar nada”, aunque cuando empezamos a bucear un poco siempre salen algunos “pero…”
- Que me llame cuarenta veces una vez que ya está en la cama, me desespera
- Que no quiera vestirse por las mañanas, me pone de los nervios
- Que no recoja su cuarto, me desquicia
- Que tenga sordera selectiva, me crispa
En definitiva, te molesta que haga ese tipo de cosas. Y si damos un paso más y reflexionamos sobre presiones externas…
- El hijo de mi vecina siempre obedece
- Mi prima consigue que sus hijos colaboren
- Las madres de sus amigos no tienen ningún conflicto para sacarle del parque
- Mis amigas casi no utilizan pantallas
Y seguro que te vienen a la cabeza muchas más, ¿verdad? Hoy quiero que reflexionemos sobre dos cosas: La información que recibe nuestro cerebro y cómo gestionamos los pensamientos que tenemos cuando eso ocurre
Nuestro cerebro recibe información sesgada
Cuando surge un conflicto, nuestro cerebro observa el entorno y echa mano de situaciones similares, puede ser que las hayamos vivido en primera persona o que nos las hayan contado. Es cuando llegan los pensamientos de “Pero si ayer todo fue de maravilla”; “por qué mi vecina no tiene problema para que se vayan a la cama”, “¿qué haría mi prima en esta situación?”
Y llega el agotamiento porque parece que todo el mundo sabe resolver los conflictos mejor que tú. Pero te voy a decir una cosa: Ningún conflicto es igual a otro y ninguna familia es igual a otra. La información que recibe tu cerebro está totalmente sesgada. Solo estás viendo un momento determinado, una situación particular y no tienes una perspectiva completa ni de la situación ni del conflicto.
“Cada momento, cada situación y cada persona es diferente, esta es la razón principal por la que no existen recetas de cocina en la crianza”.
Solo ves lo que quieres ver, bueno o lo que quiere enseñarte la otra persona, por eso es fundamental que dejes de compararte. Cada momento, cada situación y cada persona es diferente, esta es la razón principal por la que no existen recetas de cocina en la crianza. Lo que fue bien ayer, no tiene porque funcionar hoy. Y lo que le va de maravilla a tu vecina no tiene porque funcionar en tu casa, así de simple y así de complejo al mismo tiempo…
Los pensamientos que llegan cuando tenemos que gestionar situaciones
Nuestro cerebro tiene el don de hacernos la vida lo más fácil y placentera posible, ¡está programado para ello! Por eso cuando surge un conflicto, nuestra primera reacción es buscar culpables, es decir, echamos balones fuera para no tener que sostener la situación desde nuestra responsabilidad. A la hora de resolver conflictos, no tenemos acostumbrado a nuestro cerebro a profundizar en el por qué de lo que sentimos. Ni a bucear sobre lo que, de verdad, nos molesta. Y mucho menos a escuchar, sostener y gestionar nuestras emociones.
Esto hace que nos sintamos vulnerables cuando una situación se nos escapa de las manos. Si tenemos un culpable significa que no somos nosotros los que no sabemos, sino que hay un agente externo al que responsabilizar.
Y a tu cerebro no le gusta sentirse vulnerable, ni tampoco sentir que ha fallado, ya sabemos la penalización que existe ante los errores… Y, desde luego, le resulta mucho más fácil culpar a los demás sobre esa emoción desagradable que se ha despertado en ti.
Por eso, tu cerebro busca la vía de escape más sencilla para que vivas el menor tiempo posible esa situación desagradable. Pero esto es solo la punta del iceberg, te estás quedando en la superficie de la situación, por eso los conflictos continúan y se repiten.
Pero, ¿cómo resuelvo los conflictos desde el origen?
Con honestidad, responsabilidad y descubriendo qué es lo que, de verdad, te molesta de esa situación. Para esto, necesitas enseñar a tu cerebro a analizar y reflexionar sobre tus pensamientos para crear nuevas rutas a la hora de resolver los conflictos.
Y voy a darte una herramienta que te servirá para esto. Cuando se despierte en ti una emoción que te desagrade:
- Pregúntate: “¿Qué es lo que me molesta de esta situación?”
- Escribe tu respuesta
- Cuando la tengas escrita, pregúntate: “¿Y qué es lo que me molesta de esto (de la respuesta que has escrito)?”
- Nuevamente, escribe tu respuesta
- Y vuelve a preguntarte: “¿Qué es lo que me molesta de ello?”
- Continúa escribiendo tus respuestas y preguntando sobre ellas “¿qué es lo que me molesta?”
Llegará un momento en el que la respuesta será siempre la misma, y ahí tendrás el verdadero motivo por el que esa situación despierta en ti esa emoción que te desagrada y te cuesta gestionar.
Como en todo, no esperes un cambio de la noche a la mañana, ni tampoco que será sencillo llegar a ese motivo ;. Pero a medida que vayas practicando, tu cerebro irá centrándose más en la búsqueda de soluciones que en los culpables.