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José María Avilés, autor de Educar en las redes sociales: “Detecto mucha falta de criterio educativo”

Educar en las redes sociales presenta una propuesta muy completa y necesaria para tratar el tema del buen uso de las redes sociales y la buena convivencia en el centro mediante actividades secuenciadas y pormenorizadas que implican el trabajo en equipo de docentes, padres y alumnos. Su autor, José María Avilés, es doctor en Psicología y experto en convivencia escolar. En esta entrevista, nos habla de la enorme aceptación que tiene su propuesta en la comunidad educativa, de la necesidad de que las Administraciones educativas inviertan recursos y tiempo en programas de convivencia y de la interesantísima figura de alumnos cibermentores. Y deja un mensaje a los padres y madres, a los que ve desorientados: educar en las redes sociales no tiene que ver con una capacitación técnica, sino con una educación moral y “tenemos que tomar conciencia de que la educación moral no es una responsabilidad que podamos detraer y ceder a otras personas y por tanto tenemos que emplear tiempo y ganas para remangarnos y ponernos a trabajar con ellos antes de que sea demasiado tarde”.

En tu libro dices que consideramos a los chavales de hoy en día como nativos digitales y parece que no necesitan ningún tipo de guía para moverse por este mundo digital. ¿Cuesta mucho convencer de la imperiosa necesidad de educar para hacer un uso positivo de las redes sociales?

Cuesta cuando no hay una cultura de trabajar la convivencia en las comunidades educativas. Cuando en la comunidad educativa se trabaja la convivencia habitualmente ya hay mucho camino que tienen recorrido. Pero decir que mi hijo maneja el móvil o se mueve bien por Internet, ¿qué le voy a enseñar yo a él?, ese discurso de que son nativos digitales o de que hay una brecha digital lo que oculta en el fondo y a veces justifica una excusa. No estamos hablando de nada tecnológico, sino de pautas educativas, que se necesitan tanto en la vida presencial como en la virtual. Renunciar a ellas es mucho renunciar, porque cuando un padre o una madre le ha comprado un teléfono móvil a un niño, está tomando muchas decisiones. Si no hay un acompañamiento, es como comprarle un cuchillo eléctrico o una máquina de coser… Hay una serie de instrucciones que tienen que ver con el funcionamiento del dispositivo y sobre la utilidad. Yo detecto mucha falta de criterio educativo cuando se toman esas decisiones: cuando se compra un móvil, cuando se abre un perfil en una red social por parte de un niño o niña. Parece que es como una especie de hito litúrgico, que cuando un niño cumple nueve años y hace la comunión te toca comprarle un móvil, y no cualquiera, claro, sino uno de última generación, incluso mejor que el de los propios padres. Es una deformación completa y absoluta, desde mi punto de vista. Lo que habitualmente nos encontramos los psicólogos cuando trabajamos en centros educativos es mucha desorientación por parte de las familias porque no son capaces de calcular la dimensión que supone ofrecer un dispositivo en muchos casos completamente abierto y sin ningún tipo de filtro a la mente de un niño o niña que no tiene herramientas psicológicas para gestionarlo. O nos sentamos con él y hacemos un acompañamiento y marcamos las pautas para que tengan criterio o si lo dejamos abierto se va a formar el criterio en base a sus apetencias. Ahora estamos viendo muchos usos problemáticos de los dispositivos en los centros educativos y padres que dicen que no son capaces de quitarles el móvil a sus hijos porque se vuelven locos. Yo creo que hay que poner sosiego, medida y mucho criterio y sentido común y desde el principio, porque claro, a los 16 año a lo mejor es demasiado tarde. Hay gente que dice que esto no tiene remedio. Nosotros no creemos que sea así, la educación siempre tiene lugar y es necesario proporcionarla, nadie dijo que fuera fácil, pero claro, si no te sientas, si no dedicas tiempo…Claro que es más cómodo dejarlo a todo traer, pero tiene consecuencias.

Hablas de que la salud socioemocional de los niños se ve afectada por un manejo sin guía. ¿Cuáles son los mayores riesgos para la salud socioemocional?

Me preguntas por los riesgos pero te voy a hablar de las oportunidades. Porque podemos llegar a pensar que todo lo que se deriva de esto son riesgos, peligros, cosas fatales, y no.

Si precisamente un programa tiene sentido es para explotar la potencialidad que la propia red tiene para los alumnos y para nuestros hijos. El poder de convocatoria, el poder de información, el poder de conocimiento, el poder de contagio, el poder de colaboración…

José María Avilés

Esto es absolutamente deseable, pero claro, tenemos que estar los adultos al lado para hacerlo explotar, para estimular las competencias digitales del alumnado para que esas competencias se desarrollen y al mismo tiempo darles herramientas para que sean capaces de manejar esos riesgos. Claro que hay riesgos, riesgos de tiempos de uso, contenidos de uso… Estos riesgos se están poniendo ahora de manifiesto porque muchos adolescentes no han sabido regular su relación con los dispositivos. Están todo el tiempo que les apetece, por ejemplo con el tema de los juegos online. Yo tengo entrevistas con familias habitualmente y se definen como incompetentes para retirar a sus hijos de las pantallas y que puedan hacer otra cosa que no sea jugar online. Los chicos a determinadas edades tienen que desarrollar otras habilidades: hablar con otros compañeros, jugar, estudiar… Establecer una relación sana con los dispositivos y con su uso es una oportunidad que hay que construir por parte de las familias y un riesgo que hay que educar. Otro de los riesgos tiene que ver con las finalidades de su uso. Las redes se pueden usar para cosas muy positivas y humanas, como el activismo digital, el compromiso social, el apoyar causas justas en plataformas o las podemos usar también para meternos con alguien. Este es otro de los riesgos que tenemos que regular y educar. Los códigos de convivencia que utilizamos en la vida presencial tienen que ser los mismos, los valores tienen que ser los mismos para la vida virtual. En definitiva, estamos hablando de valores morales, con la particularidad de que en el mundo virtual hay una sensación de anonimato, con lo cual se supone que nadie me está viendo, aunque no es así: si me están viendo, dejo rastro y se me puede rastrear. Estamos hablando de educación moral: por qué hacemos las cosas y si las hacemos de la misma manera cuando alguien nos mira que cuando alguien no nos mira. Los padres y profesorado tenemos que pensar que estamos ofreciendo modelos a nuestros hijos y alumnos. Si lo dejamos todo sin supervisar o sin intervenir, el niño lo va a seguir aprendiendo, de sus iguales, de los modelos que le gustan.

Tenemos que tomar conciencia de que la educación moral no es una responsabilidad que podamos detraer y ceder a otras personas y por tanto tenemos que emplear tiempo y ganas para remangarnos y ponernos a trabajar con ellos antes de que sea demasiado tarde.

En este trabajo preventivo y conjunto que propones en el libro, hablas de la necesaria colaboración entre familia, profesorado y chavales. ¿Cómo se articularía en todo este trabajo el papel de las familias? ¿A partir de qué edad propones todas las actividades que podemos ver en tu libro?

La edad a partir de la cual propongo estas actividades es cuando sea necesario, antes de que surjan los problemas y para hacer prevención.

Yo siempre digo que tenemos que intervenir desde el momento en el que un chico o una chica esté en contacto con dispositivos digitales o el mundo virtual. ¿Cómo hacerlo? Sin duda, como hacemos para otras cosas: quedar y hablar.

Nosotros solemos  trabajar con los sectores individualmente y colectivamente: nos reunimos con familias, nos reunimos con el alumnado y nos reunimos con el profesorado, y luego tenemos reuniones conjuntas entre padres, hijos y profesores para analizar problemas como el uso de dispositivos, el bullying, el sexting, la suplantación de identidad, el uso correcto de la comunicación… La mejor manera de trabajar es ante un problema buscar soluciones entre todos. Siempre intentamos llegar a acuerdos. Por eso todas las sesiones del libro tienen una estructura fija, que pasa siempre por un trabajo individual, en el que el chico o la chica reflexiona sobre una situación, sigue con un debate en pequeño grupo y acaba con qué aprendimos, es decir, la conclusión que saco de este trabajo que he estado haciendo, y por último con un compromiso, tanto individual como grupal. De todas las sesiones que trabajamos en centros educativos sacamos unas enseñanzas y un compromiso. Lo que he aprendido me puede comprometer a revisar mi móvil para ver qué es inadecuado, a revisar mi perfil en las redes sociales, a comunicarme con códigos de práctica comunicativa adecuados.

Todas las sesiones provocan que el alumno tenga que comprometerse a hacer algo, porque las investigaciones demuestran que no solo por conocer una cosa uno cambia la forma de actuar.

El modelo de trabajo que propones en el libro tiene a los alumnos como protagonistas. ¿Qué inquietudes os suelen plantear cuando trabajáis con ellos en los centros educativos?

Tienen muchas. Nosotros utilizamos un método que hemos puesto en marcha a nivel estatal, la cibermentoría. Los cibermentores y cibermentoras son chicos mayores que asesoran y guían a los más pequeños. En muchas ocasiones los niños pequeños no cuentan lo que les pasa, sobre todo a los adultos.

 Vimos que teníamos cierta dificultad para que nos contaran lo que les pasaba y por eso creamos los cibermentores como estrategia para que trabajaran con los más pequeños. Notamos una diferencia sustancial porque un niño no cuenta lo mismo a su familia o a su profesor que a un igual.

Los cibermentores suponen un potencial inmenso, trabajan con el profesorado incluso en las clases de tutoría para ayudar a los más pequeños a que les expongan sus dudas. Algunas de ellas tienen que ver con que a veces no tienen claro si están en un espacio público o uno privado, si una foto que han subido es adecuada o no, cómo tienen que responder a un insulto en una red social, si conviene responder o evitarlo. Cada uno cuenta en función de sus experiencias. Con ellos se suele reflexionar sobre las consecuencias que tiene actuar de una manera o actuar de otra. Que un cibermentor, que es un chico como tú y ha pasado por lo que estás pasando tú, te guíe según las consecuencias que puedan tener tus actos es una herramienta muy potente y una forma de hacer protagonista al alumnado de su propia convivencia digital.

¿Cómo funcionan las cibermentorías a nivel práctico?

De ello hablé más en profundidad en esta publicación que se encuentra en Internet. Son estudiantes desde 4º de la ESO a 2º de Bachillerato. Son por tanto chicos de 15 años en adelante, que han pasado antes por otros sistemas de apoyo entre iguales (han sido mediadores o alumnos de los equipos de ayuda) y ahora, cuando llegan a Bachillerato, colaboran con el profesorado para trabajar con los más pequeños, incluso con los de Primaria, de 4º a 6º. A los cibermentores les gusta mucho hacer esta tarea, se sienten mayores y referentes morales. Son chicos que tienen un recorrido, evidentemente cualquiera no puede ser cibermentor. Y cuando se convierten en cibermentores son capaces de trabajar incluso mejor que nosotros. Es un orgullo para los docentes y para sus padres, que ven que sus hijos crecen como personas y cómo hacen otras cosas que no es solo estudiar Lengua y Matemáticas. Ellos mismos reconocen que les gusta porque desarrollan otro tipo de valores.

En tu libro propones la creación de espacios y estructuras nuevas y estables, como estas actividades y las cibermentorías, para hacer frente a este reto y a esta oportunidad en los centros educativos. ¿Cómo ha sido recibida la propuesta por parte de la comunidad educativa y por parte de las autoridades educativas?

La comunidad educativa lo ha recibido con los brazos abiertos y la Administración educativa también de manera positiva pero el problema es que el propio sistema educativo, la estructura, favorece poco. Yo en realidad lo que hago es un planteamiento de cambio.

El sistema tal como está configurado a veces no favorece que haya un trabajo continuado, sistemático, porque tiene espacios y tiempos muy constreñidos. Las propias Administraciones educativas tienen que darse cuenta de que este tipo de trabajo es muy positivo y muy necesario y hay que habilitar tiempos, espacios, profesionales y formación para que pueda llevarse a cabo.

Estamos luchando para visibilizar todas estas estructuras y que tengan legitimación. Cuando la comunidad educativa lo ve lo apoya al cien por cien porque los chicos, tanto los que ayudan como los ayudados, se sienten muy reconocidos, las familias lo valoran como un trabajo en valores muy importante y el profesorado se involucra porque ve que es necesario trabajarlo. Pedimos a la Administración que habilite tiempos y espacios, que sea más flexible con las estructuras porque en la escuela y en la comunidad educativa debemos ocuparnos de aquello que importa.

¿Nos podrías poner el ejemplo de alguna actividad que haya tenido impacto?

Hay muchas, como la actividad de la arqueología digital, que busca que los chicos indaguen en su móvil y sus perfiles para ver cómo cuentan y a quién le cuentan las cosas o si tienen algo en su móvil que les puede poner en riesgo. Sobre los cibermentores, una actividad que tuvo muy buena acogida y que gestionaron ellos mismos, porque tienen ideas muy lúcidas, fue generar una campaña antiacoso en la red, creando lemas en Twitter y Facebook o códigos de buenas prácticas… A estas campañas se ha sumado de manera masiva la comunidad educativa. También organizamos un concurso de emociones: tuvieron que escribir en el móvil y en un bocadillo de cómic sobre una emoción e hicimos una puesta en común de todos los bocadillos sobre las emociones que nos generaba el vivir a gusto y en paz y lo pusimos en los patios de los colegios y quedó una cosa muy chula.

 No son solo actividades de prevención de riesgos sino también de disfrute.

¿Cómo podemos padres y madres prevenir daños para su salud socioemocional como estar enganchados al móvil o que su autoestima dependa de los likes?

Fundamentalmente es hablar con ellos, estar con ellos y acompañarles. El problema fundamental es que a veces no tenemos suficiente tiempo y nos escudamos en la brecha generacional y nos suena mucho a excusas. Se trata de hablar y compartir lo que a nuestros hijos les interesa, en qué están metidos, qué valoran, por qué hacen lo que hacen. Podemos preguntarles por qué es tan importante para ellos tener likes o cuántos amigos tienen en su perfil, si realmente todos son amigos, qué cualidades valora en un amigo… Esa idea mercantilista de la amistad, que muchas veces los chicos acumulan, es algo que en el ámbito de los adultos podemos tratar. ¿Cómo? Sentándonos y hablando con ellos, no hay otra forma. Tenemos que dedicarle tiempo y no me vale eso de “yo le dedico poco tiempo pero es de calidad”, esa es una excusa un poco pobre de que no tienes tiempo para estar con tu hijo.

Si un padre o madre o un docente quiere apostar por implantar un programa como el que propones en el libro, ¿cómo podría hacerlo?

La puesta en marcha requiere respaldo institucional y de la propia comunidad educativa. Hay una formación necesaria, nosotros formamos a equipos de profesores, a las familias y al alumnado en este modelo de cibermentoría y al profesorado en la propia gestión de la convivencia. Tiene que haber en el centro un debate sobre la necesidad de implantar un sistema para abordar estos temas y tiene que haber una apuesta política: hay que emplear tiempo y recursos para que esto llegue a buen término. El libro está muy bien secuenciado y las actividades tienen sentido en su conjunto.

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Imagen de portada: Priscilla du Preez /Unsplash

 

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