Admiro a los jóvenes. ¿A todos? No. Admiro a los jóvenes que son capaces de pensar por sí mismos, que crean su propia corriente de pensamiento, que son capaces de ejercer la autocrítica, que son curiosos. ¿Quién no admira a una persona así?
Uno de esos jóvenes a los que admiro se llama Aitor. Le he visto cuatro veces en mi vida y siempre me he llevado de nuestras conversaciones alguna frase que se ha convertido en regalo.
Los hijos vienen sin manual de instrucciones.
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Ayer, mientras conversábamos con otras dos jóvenes -también admirables- los adultos reparamos, en un momento de la conversación, en sus progresos, en cómo había cambiado físicamente gracias al ejercicio (Aitor hace calistenia). Él le quitaba importancia, diciendo “no es para tanto”, a lo que los “mayores” nos oponíamos: “Es que has pegado un gran cambio, podrías subirlo a tus redes sociales, le dijimos”- bromeando.
- “¡Qué va, qué va!” -se rió-. “Prefiero que me subestimen”- dijo Aitor.
Lo dijo con una seguridad y humildad aplastante, como suele hablar. Seguridad y humildad pudieran parecer contradictorias. Pero, en su caso, no lo son.
- “¿Y por qué?” – le interpelé, curioso.
- “Ponerte a subir cosas a las redes sociales poniéndote muy guapo, pareciendo más de lo que en realidad eres va a suponer una frustración cuando te conozcan. Yo prefiero sorprender, que no esperen de mí lo que después pueden descubrir”.
Si todos -jóvenes y menos jóvenes- pensáramos como Aitor -reflexioné conmigo mismo- se acabarían muchos problemas. Una sociedad integrada por personas que no quieren parecer más de lo que son, sino ser más de lo que aparentan. Personas que quieran sorprender agradablemente a los demás.
Muchas madres y padres sufren viendo a sus hijos querer ser quienes no son en las redes sociales. Muchísimos jóvenes sufren comparándose con otras personas que muestran una imagen de belleza, felicidad que no se corresponde con la realidad.
Tanto sufrimiento se cura con el pensamiento. Nuestra misión como madres y padres es propiciar ese pensamiento crítico, sosegado, inteligente que permita a nuestros hijos vivir hacia dentro sin depender de lo que otros digan fuera.
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