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“No puedo educar a los hijos de los demás, bastante tengo con los míos”

¿Hasta qué punto tenemos nosotros que educar a los demás niños cuando nos encontramos con una situación que afecta a nuestro hijo o nuestra hija?

Pongámonos en situación: una familia va al parque con su hija pequeña (unos dos años), algo muy común que se repite cada día. Cuando la pequeña llega, quiere encaramarse a uno de los columpios que está libre y lo hace. Rápidamente llega un niño un poco más mayor que, tirándole de la ropa, intenta que la niña se quite y abandone la silla en la que está sentada. Los padres de esta le hablan con buenas palabras: ‘cariño, en lugar de tirarle de la ropa y empujarle ¿por qué no le preguntas si cuando acabe de jugar te deja el sitio?’. Pero esa frase no surte efecto y el incómodo momento continúa mientras la niña está a punto de llorar porque aún carece de la asertividad necesaria para decirle al niño que no le gusta ese trato.

Si existe la suerte de que los padres del niño anden por allí cerca y lo vean, puede que sean ellos los que le pongan el límite. Si no, puede que les toque a los padres de la niña continuar gestionando la situación, dada la corta edad de ambos.

 

¿Qué podemos hacer?

Esta situación se produce con frecuencia y quizá nos asalte la pregunta de hasta qué punto tenemos nosotros que educar a los demás niños.

La respuesta parece fácil: hasta ningún punto. Para la maestra especializada en crianza respetuosa, musicoterapia, juegoterapia y madre de cuatro niños Sara Noguera (de Kimudi crianza) nos toca hacer “un ejercicio de contención adulta emocional”.

Claro que cuando es nuestro hijo o nuestra hija la que se ve envuelta en una situación incómoda o poco segura, nos cuesta dejar a un lado la responsabilidad como padres de protegerlo mientras tratamos de inculcarle aquellos valores que consideramos justos. Y es en este punto donde tenemos varias opciones.

 

  • No decir nada: Muchas veces por respeto o por evitar el conflicto con otros padres, incluso por carecer de asertividad (nadie nos enseñó a cultivarla) permanecemos al margen, en un segundo plano, a riesgo incluso de que nuestro hijo o nuestra hija viva una situación que sabemos de antemano que es injusta. Otra variante de esta actitud es la de evitar esos lugares que sabemos que son controvertidos o polémicos, como puede ser el parque, y esto al final implica un perjuicio para nuestro hijo.
  • Hacer lo que sus padres no hacen: Podemos pensar que, o bien porque esos padres no se han dado cuenta de lo sucedido, o bien porque están a otros asuntos (móviles, charla con otros adultos), nos toca a nosotros explicarle a ese niño la importancia del respeto a los turnos, de no quitarle las cosas a otro menor o de no agredir. Esto sí nos puede crear un conflicto con otros padres que pueden ver que nos inmiscuimos en su forma de criar. Además, no siempre surte efecto con el niño en cuestión. Para Sara, el acto de guiar al niño debería ser “algo puntual”.
  • Poner límites entre adultos. Este punto tiene que ver con el anterior, dado que una situación nos puede llevar a un conflicto con otros padres. “Es un ejercicio buenísimo aprender a poner límites entre adultos”, nos explica Sara. Esto se traduce en decirle “oye, ha pasado esto y yo no soy quién para decirle nada a tu hijo o a ti, pero yo tengo muy claro lo que voy a permitir o no para con mi hijo”. Aquí deberíamos evitar los juicios de valor, intentar ser empáticos y objetivos y alejarnos de posiciones ofensivas o defensivas.
  • Intervenir en lo que tiene que ver con nuestro hijo: Partimos de que la responsabilidad de la crianza y la educación de los niños reside en sus propios progenitores. Pero la libertad de uno acaba donde empieza la del otro y al final vivimos en una sociedad, somos seres sociales y nos relacionamos con otras personas. Así pues, se hace casi imposible no intervenir cuando nuestro hijo o hija está inmerso en la situación, ya sea porque está siendo agraviado o porque sea el que agravia. Sobre todo si los padres del otro niño no aparecen ni intervienen. “En este sentido, tenemos que intentar no caer en la sobreprotección y en la tentación de intervenir si puede resolver el conflicto sin nuestra participación. Es cierto que si lo que sembramos en nuestros hijos tiene que ver con el respeto, la asertividad, la tolerancia y la justicia, pronto serán ellos mismos los que, en una situación similar, gestionen y resuelvan por sí mismos, incluso cuando simplemente estén mediando con otros dos iguales.

Hay situaciones en las que como adultos deberíamos intervenir, y esas son las que tienen que ver si nuestro hijo corre peligro o está inmerso en un desequilibrio claro de fuerzas físicas o verbales. Si tu hijo o hija está en riesgo siempre participa, ya sea para cubrir o para dar herramientas”, nos aconseja Sara Noguera. La calma y las herramientas que le ofrezcamos en esa situación serán claves que utilizará cada vez que se vea inmerso en una escena similar. La intervención en este caso irá siempre dirigida hacia nuestro hijo. Del mismo modo que si es él quien tiene esa actitud agresiva para con otro menor.

No olvidemos que nuestros hijos siguen estando delante en este tipo de situaciones y siempre, siempre, nos aprenden.

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Lara Fernández

Lara Fernández

Periodista especializada en Educación y maestra de Educación infantil
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