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La empatía es un abrazo emocional

¿Por qué nos cuesta tanto a veces ser empáticos con nuestros hijos? María Ángeles Jové Pons nos invita a reflexionar sobre nuestra capacidad de acompañar emocionalmente a nuestros hijos y habla de los principales obstáculos que nos encontramos en ese camino y nos recuerda el gran bienestar que nos produce sentirnos comprendidos.

La empatía es un abrazo emocional

¿Por qué nos cuesta tanto a veces ser empáticos con nuestros hijos? María Ángeles Jové Pons, de AEIOU Coaching, nos invita a reflexionar sobre nuestra capacidad de acompañar emocionalmente a nuestros hijos y habla de los principales obstáculos que nos encontramos en ese camino: quitar importancia a sus sentimientos, tender a salvarlos del problema que causa esa emoción en lugar de escucharla, dramatizar en exceso, distraerles de esa emoción porque estamos incómodos con ella o entender que si les escuchamos se van a salir con la suya. Y nos pregunta cómo nos sentimos cuando alguien se muestra empático con nosotros. ¿No queremos lo mismo para nuestros hijos?  

En AEIOU decimos que la empatía es un abrazo emocional. ¿Qué te sugiere a ti? ¿Cómo fue aquel momento en el que alguien sintió empatía por ti? Seguramente, sentiste que te comprendía, que se ponía en tu lugar, lo cual te hacía sentir muy bien y reconfortado. Probablemente además sentiste alivio como si al compartir tu pena esta se mitigara. También que tu alegría crecía al repartirla con quien sintió tu felicidad de corazón.

Empatía significa tomar conciencia, mostrar inquietud por los sentimientos, necesidades y preocupaciones ajenas. Significa “sentir con”, tomar perspectiva y ponerse “en los zapatos” del otro.  Implica alcanzar una mayor comprensión de los demás, captar sentimientos, emociones y otros  puntos de vista. ¿Somos empáticos con nuestros hijos? Para ser empático es imprescindible que uno mismo sepa reconocer las propias emociones y sepa gestionarlas. Al reconocer e identificar mis emociones soy capaz de reconocer e identificar las emociones de mi hijo, es decir, las puedo ver en el otro.

¿Qué nos impide ser empáticos con nuestros hijos?

No sé lo que piensas tú, yo creo que uno de los principales obstáculos para sentir empatía con mi hijo es el miedo a que crea que puedo compartir su punto de vista. Tu hijo llega a casa del colegio y no quiere estudiar, con lo que se pone a jugar con la videoconsola. Tú piensas que tiene que estudiar sí o sí, por lo que la empatía aquí no entra ni sale para nada, no sea que piense que puede escaquearse. En realidad, si te detienes un poco y dejas tu papel de “supervisor”, puedes empatizar con él perfectamente. Seguro que entiendes que no le apetezca estudiar, que puede estar cansado después de todo el día en el colegio, que además acaba de llegar de entreno y se ha desplomado en el sofá como si fuera un peso muerto. Lo entiendes aunque no compartas su punto de vista, que consiste en no querer estudiar. “Hijo, entiendo que estés cansado y que no te apetezca nada estudiar. Yo tengo que prepararme una reunión para mañana y en estos momentos preferiría hacer cualquier otra cosa. Así que te entiendo perfectamente y además tienes que estudiar porque mañana tienes un examen. Descansa 15 minutos y nos ponemos juntos a trabajar, ¿vale?”. Con independencia de que finalmente los deberes se hagan o no, estudie o no estudie (creo que es más fácil hacer algo después de que uno se haya sentido comprendido, aunque no siempre funciona) tu hijo sabrá que tienes en cuenta sus sentimientos, que sabes cómo se siente y estarás construyendo relación. También puede ser que entréis en una guerra de poder, los deberes tampoco se hagan, no estudie nada en toda la tarde y acabéis los dos con un enfado monumental.

Otro obstáculo en el que caemos fácilmente es el apego a nuestra propia historia. Cuando hemos pasado por experiencias similares, a veces puede ser un obstáculo para empatizar porque damos por sentadas muchas cosas. Nos perdemos en nuestra propia historia. Pensamos que la otra persona ha vivido lo mismo que nosotros y dejamos de escuchar (en realidad no salimos de nuestros zapatos). “Que se deje de pamplinas, yo también he pasado por eso y las cosas no son así y punto”. Escuchar con prejuicios y dejar que nuestras ideas y creencias influyan a la hora de interpretar lo que les ocurre nos separa y aleja de nuestros hijos.

Cuando son muy niños también podemos ser muy poco empáticos cuando quitamos importancia a sus sentimientos o los ridiculizamos. “Va, no seas llorica que no es para tanto”. Ojo, porque muchas veces no lo hacemos con mala intención, pues creemos que es una forma útil para consolar. “No pasa nada, por lo menos no has perdido todos los cromos y te quedan unos cuantos”. ¡Qué daño puede hacer ese “por lo menos”! Es como si quisiéramos relativizar las cosas, pero a tu hijo le va a saber a incomprensión. Tampoco podemos caer en el “animar sin más, dar la razón o seguir la corriente”, tu hijo es un niño pero sabe cuando intentas manipularle y eso no es empatía. Todo esto lo único que hace es bloquear la comunicación e impedir que se produzca una buena relación empática.

Tampoco empatizamos cuando caemos en la sobreempatía. La empatía en exceso hace que nos olvidemos de nuestros propios sentimientos y, por lo tanto, de lo que necesitamos nosotros como personas. Empatizar es irse a los zapatos del otro pero para volver a los nuestros y recuperar nuestro foco. Se trata de entenderlo pero no de quedarse ahí, porque si nos quedamos en los zapatos del otro perdemos nuestros recursos y no le podemos ayudar. Está bien darnos cuenta de las necesidades del otro y también saber qué necesitamos nosotros, se trata de lograr un equilibrio.

Otras veces confundimos la empatía con las ganas de ayudar. Con toda la buena intención no queremos que sufran y buscamos enseguida una solución. Estamos tan volcados en la acción que solo pensamos en lo que podemos hacer para solucionarles la vida cuando, en realidad, tan sólo buscan sentirse comprendidos. Muchas veces, no hay nada que hacer, nada que solucionar y es el compartir lo que sienten, “sentirse sentidos”, lo único que les hace bien a nuestros hijos, lo único que les alivia y reconforta. “Chico, lo siento mucho. Sé la ilusión que te hacía y lo mucho que has luchado por conseguirlo. Te comprendo. No tengo palabras. Te agradezco de corazón que hayas querido compartirlo conmigo”.

Cuando son muy pequeñitos padecemos cuando lloran y queremos cortar a toda costa ese momento para que se acabe pronto. Pretendemos consolarles con distracciones (“Mira, mira, mira cariño este animalito” “toma el iPad, mira los dibujos, cuántos colores”) para que pongan rápidamente el foco en otra cosa, cualquier cosa, que no les conecte con el momento que están viviendo. Hemos de detener este impulso. Esto no es empatía. Esto no es consuelo. En realidad quien no está cómodo con su emoción eres tú. A quien molesta su lloro o tristeza es a ti. Tu hijo simplemente está disgustado y la forma funcional que tiene para demostrar y expresar esa emoción es llorando. Acompañar y consolar a tu peque no es ni dramatizar con él ni conseguir evitar o reprimir esa emoción. La emoción es necesaria. Si reprimimos la forma que tiene de expresarla le llevamos a un callejón sin salida, pues o somatizará la emoción o buscará otras vías disfuncionales para expresarla. Así, acompaña a tu hijo, permite que transite esa emoción consolándole con unas palabras cariñosas, un abrazo, unas caricias y pasado este primer momento ya estará preparado para reconducir la situación a otro lugar.

 


 

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