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¿Qué quieres ser de mayor? o ¿quién quieres ser?

Este artículo está dedicado a mi hijo David, del que aprendo tanto cada vez que hablo con él y que me inspiró a escribirlo. También a mi hijo Alfonso, que ha sabido intentar labrarse su propia identidad, proyecto, sin escuchar los miedos de los demás. Y también a mi hija, Blanca, que tan bien expresa lo que siente y parece tener claro quién quiere ser.

Te preguntaron muchas veces, desde que eras muy pequeña o pequeño: “¿Qué quieres ser?”.

Al principio dejaste volar tu imaginación con profesiones que te parecían divertidas, arriesgadas o las que desarrollaba ese personaje de los dibujos animados al que tanto querías. A los “mayores” – tus padres, tíos, abuelos, sus amigos – les gustaba mucho escuchar tus “supuestas locuras”: quiero ser probador de colchones, piloto de fórmula 1, rey o reina, quiero ser el que más mande o el que pare todas las guerras, modelo, bombero, profesora como la señorita Alicia (es probable que en tu época todavía se estilara el D. para los profesores y el señorita para las profesoras).

Los “mayores” reían y te animaban a seguir con esos sueños tan fantásticos que a ti te parecían un asunto muy serio, un proyecto de vida.

Poco a poco la pregunta fue adquiriendo un halo de mayor seriedad y alguien puso una primera objeción a tus sueños sobre qué ser en la vida. Quizás esa primera objeción estuviera relacionada con el dinero :“Ganan poco”; o sobre su utilidad: “Nadie va a pagar porque pruebes unos colchones. Ya eres mayorcito para dejar de decir tonterías”. Sobre lo improbable de tus sueños: “Uuuyyy, solo uno de muchos miles ha llegado a ser Fernando Alonso”.

Un tiempo después alguien te echó un jarro de agua bien fría y adquiriste conciencia de que a tus diez años ya eras mayor y deberías dejar de decir lo primero que se te ocurriera, se espera de ti capacidad para razonar, madurez: “¿Pero tú te crees que a mí me gusta lo que hago?… Trabajo para que podamos vivir en esta casa, puedas ir al cole, comer. Hay muchos gastos que pagar”.

A partir de entonces empezaste a preguntar: “¿Se gana mucho dinero siendo….? ¿es fácil llegar a serlo?  ¿con qué se gana más?”. Y se lo preguntabas a quien considerabas que podía darte la información concreta de cuáles son los pasos adecuados para resolver esa misteriosa ecuación de trabajar, que te paguen y no tengas que preocuparte del dinero. Ya habías escuchado muchas discusiones en casa: “Es que no llegamos a final de mes”, “tú te crees que el dinero crece los árboles ¿o qué?”, por lo que empezabas a sospechar que tu respuesta a la pregunta “¿qué quieres ser de mayor” iba a tener en mucha consideración los ingresos esperados.

Lo que había empezado como un juego había llegado a su final, ahora estabas en octavo de EGB o en cuarto de la ESO, quizás en COU o segundo de bachillerato y debías tomar tu decisión, se supone que era “tu decisión”. La que iba a resolver qué ibas a ser. “Estudia lo que te apetezca, pero estudia una carrera”, “asegúrate unos ingresos y después haz eso que dices que tanto te gusta”, “no conozco a ningún filósofo que se gane la vida de eso” o “solo quieren ser profesores los que no pueden elegir otra cosa”.

Desde los cuatro hasta los diecisiete años te habían hecho la misma pregunta centenares de veces: “¿Qué vas a ser?” o lo que es lo mismo “¿cómo te vas a ganar la vida? ¿qué papel vas a jugar en el engranaje económico?”. Había llegado el momento, el día de decidir y tenías tus dudas, que tan poco te gustaban.

Quizás tu respuesta estuviera llena de tantas dudas porque la pregunta estaba mal planteada desde el inicio. Quizás hubiera sido más fácil prepararse para saber quién querías ser, en lugar de qué querías ser.

A nuestros hijos -los que ya los tenemos mayores- les hemos hecho la misma pregunta: “¿Qué quieres ser de mayor?”, tantas veces como nos la hicieron a nosotros y quizás con más agobio, tensión y ansiedad. Nunca es tarde (y por supuesto casi nunca es pronto) para cambiar el qué por el quién,  para preguntarles y repreguntarles: “¿Quién quieres ser en la vida?”. La pregunta es mucho más interesante, nos ofrece la posibilidad de ser mentores, de hablar de nuestro papel en todos los aspectos de la vida, no solo en el laboral.

Te sugiero que te lo preguntes, quizás encuentres que te sientes con una sana incomodidad, con una fortaleza nada arrogante, con una sabia felicidad.

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Leo Farache

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