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“Todo lo que aprendemos jugando se entiende, retiene y reproduce mejor”, Patricia Ramírez

Entrevista a Patricia Ramírez

Hay conflictos cotidianos con nuestros hijos que nos desesperan, como que se vayan a duchar, que se coman las verduras, que recojan su habitación… ¿Hay alguna receta mágica para que hagan estas tareas sin que supongan un drama? Receta mágica como tal, no, pero Patricia Ramírez nos echa un cable en su último libro, Educar con serenidad, en el que nos ofrece un montón de juegos y  soluciones creativas para hacer con nuestros hijos. ¿Qué te parece proponer a tu hijo un concurso de catas para que pruebe nuevos alimentos? ¿Y un campeonato de España de poner la mesa? Hemos hablado con la autora del libro sobre estas ideas y sobre cómo educar con serenidad.

Portada del libro de Patricia RamírezPatricia, ¿cómo surgió la idea de escribir este libro?

Yo doy talleres para padres que se titulan Educar con serenidad, y en los talleres los padres me decían que los juegos que yo les decía eran muy chulos pero que a ellos no se les ocurrían. Es normal. A mí no se me ocurriría hacer un informe médico porque no soy médico. Me decían que por qué no sacaba un libro con esos juegos, y al final me lancé a hacerlo.

Jugar se asocia a pérdida de tiempo, a irresponsabilidad. ¿Por qué no lo vemos como un sistema de aprendizaje?

Lo vemos como una conducta infantil, porque los que se dedican a jugar son los niños. De mayores, parece que si estás jugando es que no te tomas la vida en serio, cuando es todo lo contrario. Hoy sabemos que los animales más evolucionados son los que más tiempo le dedican al juego, y que jugar es un tipo de aprendizaje con el que uno nace, es un aprendizaje natural. Todo lo que aprendemos jugando se entiende, retiene y reproduce mejor. Entonces no nos tenemos que olvidar que jugar es un aprendizaje al que le tenemos que sacar partido. Además es que cuando tú aprendes jugando, aprendes en un ambiente calmado, en el que superarte es mucho más fácil.

Desde tu experiencia, ¿consideras que hay muchos padres desesperados?

Sí, completamente. Están desesperados, no porque no sepan educar a sus hijos, sino que están desesperados por una serie de variables: el ritmo frenético que llevamos, la acumulación de tareas en el trabajo, el querer llevar una vida más saludable y no lograrlo porque no encontramos el tiempo, el tráfico. Claro, llegas a casa por la tarde, te pones a hacer los deberes con ellos (o a acompañarles), hacer cena, que se vayan a la ducha, y parece que los niños son la gota que colma el vaso, pero eres tú quién lo has ido llenando a lo largo del día, entonces los padres no están desesperados por los hijos, sino porque se les acumula muchas cosas.

Patricia RamírezDe hecho, dices en el libro que no es que ellos nos saquen de quicio, sino que nosotros perdemos los papeles.

Exactamente, como digo que “el chocolate no engorda, engordas tú que te lo comes”. Con los niños pasa lo mismo. En el momento en que tú interpretas “me está sacando de quicio, yo no puedo con él, siempre me reta, siempre tiene que negociar”, cuando estás con todo ese discurso tóxico contigo misma, al final terminas saltando, porque ves el comportamiento de tu hijo como una amenaza, como un reto. Pero si lo entendiésemos de otra manera, como: “Ah, me está retando, quiere aprender a negociar, esto es bueno para él porque en un futuro querrá negociar con los otros adolescentes para rechazar el alcohol que no quiera beber”. Entonces, si yo interpreto que está negociando y poniéndome al límite como una conducta que es un aprendizaje para él, seguramente lo voy a sobrellevar de otra manera.

¿Qué recomendación le das a los padres?

Mi mayor recomendación es que intentemos educar desde la paciencia y desde el respeto absoluto al niño. Yo creo que al niño no se le respeta. En el momento en el que lo gritamos, lo zarandeamos, lo comparamos con el hermano, no estamos respetando a la persona. Eso no lo haríamos nunca con un amigo. Si tú a un amigo le gritas, le das un pellizco o un azote, pierdes a ese amigo. Y no lo hacemos a un amigo porque le queremos y le respetamos, ¿por qué lo hacemos entonces con los niños? Todo eso que vamos haciendo deja profundas cicatrices, baja la autoestima, crea una dependencia emocional. Tenemos que tener mucho cuidado con la huella que dejamos al educar.

¿Por qué hacemos esto? ¿Por lo que nos han enseñado a nosotros generaciones pasadas?

Totalmente. Somos varias generaciones que venimos del “aquí mando yo”, “en esta casa se hace lo que yo diga” y “cuando seas mayor, en tu casa harás lo que tú quieras”. No había otra manera. Entiendo que las madres y los padres lo hacían lo mejor que podían, y entendían que el castigo y el grito eran una forma de poner orden y autoridad. Hoy en día sabemos que no, que la autoridad te la da la credibilidad y los vínculos de confianza que generas con tu hijo, y que por encima de todo está el respeto, el amor y crear una sana autoestima y una persona con confianza y autonomía para que pueda desenvolverse en la vida. Si tú educas con el grito, con el castigo o con un azote porque entiendes que eso es poner límites y que a ti eso no te ha dejado ningún trauma, si los niños interpretan que esa es la forma de tener razón, poder, si eso lo hacen los padres que son los que más les quieren en el mundo, también van a permitir que se lo hagan sus parejas o sus amigos, porque es lo que han aprendido, que para tener razón tienes que gritar.

¿Seguimos pensando que si no somos serios y rectos van a hacer lo que les dé la gana?

Sí, eso se piensa, pero no es correcto. Los padres tienen miedo a perder la autoridad, pero la autoridad la puedes tener desde el tono de voz conversacional. Y por supuesto que es imprescindible poner límites a los niños, los niños nacen sin límites. Pero vamos, que los adultos somos los primeros que nos saltamos los límites, cuando cruzamos con el semáforo en rojo, o hablamos en el coche por el móvil. Si hacemos una lista de quién se salta más límites al día, los adultos ganamos por goleada. Los límites son importantísimos e innegociables, pero la manera en cómo los ponemos es la clave. Podemos poner límites desde la paciencia, desde el respeto.

Dices en el libro que “tu hijo será lo que proyectes en él, lo que tú le hagas creer que es”. ¿Cómo hacemos para no caer en las etiquetas? (Al final, es muy fácil caer en ellas y juzgar).

Cada vez que juzgas y cuelgas una etiqueta a tu hijo, la persona tiende a comportarse según la visión que tiene de sí misma, y la visión que los niños tienen de sí mismos es la que nosotros proyectamos, no elaboran una visión hasta mucho más tarde. Por tanto, en lugar de poner la etiqueta “eres un desordenado”, es mejor dirigir la crítica constructiva al comportamiento. “¿Te importaría recoger tu cuarto? ¡Vamos a hacerlo divertido! ¿Cuál es tu canción favorita? Tenemos que conseguir recoger antes de que acabe la canción, ¡no me creo que seas tan rápido!” Sale disparado. Igual no todos, pero la mayoría salen disparados.

Justo eso te iba a preguntar. En el libro ofreces muchos ejemplos, como la Olimpiada de la ducha o poner música a lo Mary Poppins para recoger los juguetes. ¿Pero eso funciona con todos los niños y todos los padres?

Con todos los niños no puede funcionar porque todas las personas somos distintas, y no sabemos emocionalmente que está pasando con cada niño, pero sí te aseguro que la mayoría de los adultos y de los chavales responden al juego. La gente quiere jugar, ¡da igual la edad que tengas! Yo digo que el libro no es para momentos en los que tienes tal desorden en casa que ya necesitas un profesional, tipo Hermano Mayor, pero sí es para prevenir y para conseguir que la mayoría de conductas cambien desde la diversión y la paciencia.

Tenemos claro que el castigo no es bueno, pero ¿qué hacemos cuando nuestro hijo ha hecho algo mal, ha pegado a su hermano o se ha tirado toda la tarde viendo la tele en lugar de hacer los deberes?

Cuando un niño hace algo mal, el castigo es ese aprendizaje que queremos tener con ellos a través de hacerles sentir mal, pero en la escena de “estás castigado, te vas a tu habitación”, no hay un aprendizaje. Cuando alguien se porta mal tenemos que analizar qué ha pasado y enseñarle la manera correcta. Primero hay que preguntar qué ha pasado, luego, buscar la emoción: “¿Por qué has pegado a tu hermano?” Hay que dejarle claro que en casa eso no se permite, porque en casa nos tratamos con respeto, y la consecuencia es pedirle que vaya donde el hermano, le pida perdón y repare el daño. Decirle, por ejemplo, que le haga un dibujo al hermano, pidiéndole que le respete también a él.

 

Patricia Ramírez destinará parte de los ingresos de las ventas del libro a distintos proyectos de la ONG Cooperación Internacional.

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Ana Nieto

Ana Nieto

Periodista.
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