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Marina Escalona: “Cada padre elige cómo le cuenta la vida a su hijo y lo hace del mismo modo que se la cuenta a sí mismo”

La creadora del manifiesto y movimiento educativo 'Aprendemos todos' nos explica por qué es tan importante auto educarse y hacer ver a nuestros hijos que la tristeza, el miedo o la rabia son oportunidades de crecimiento en lugar de escenarios de drama.

A veces los padres y madres no podemos más. Pero a veces son nuestros hijos los que explotan, los que colapsan, los que ‘se paran’. Marina Escalona, creadora del manifiesto y movimiento educativo ‘Aprendemos todos’ y madre de tres hijos nos explica qué podemos hacer cuando eso sucede y, sobre todo, cómo podemos evitarlo. Para ello debemos auto educarnos primero, porque nadie nos ha enseñado a sostener nuestro dolor o nuestro colapso, y mucho menos el de las personas que más queremos: nuestros hijos. Y porque ellos se merecen poder con la vida, en lugar de ser nosotros quienes asumamos su mochila vital.

 

1.‘Mamá, me he parado por dentro’ es un título que a primera vista puede preocupar e incluso alarmar a muchos padres y madres… 

 

Lo entiendo, pero no deja de ser una realidad cada día más presente en aulas y hogares. Cuando los niños y adolescentes de la “sociedad del bienestar” empiezan a dar, cada vez en más número, esta voz de alarma será que algo no estamos viendo. Pero mi intención no es estresar más a los padres, sino todo lo contrario. El libro es una ruta por aquellas partes de nuestra configuración como seres humanos que deben estar atendidas y nutridas para que la fuerza para vivir que trae cualquier niño al nacer se mantenga intacta. Tener un hijo es el acto más valiente y generoso que podemos hacer; supone decir sí a la vida sin condiciones, pero nadie nos ha preparado para sostener nuestro propio dolor, y menos para sostener el de las personas que más amamos: nuestros hijos. Este amor nos hace especialmente vulnerables y queremos evitar este dolor a toda costa. Blindamos la vida de nuestros hijos para evitar que nada les roce, sin darnos cuenta que esos roces son los que les enseñan a crecer, a sentirse capaces, a que vaya naciendo en ellos un “sí puedo” claro y rotundo, lleno de confianza en ellos mismos y en la vida.

“Nadie nos ha preparado para sostener nuestro propio dolor, y menos para sostener el de las personas que más amamos”, Marina Escalona

2.Hablas de cómo, de repente, nuestros hijos colapsan por cualquier razón. En esos momentos, ¿cómo debemos actuar los padres y madres? 

El primer paso es no asustarse. Ya sé que es fácil decirlo y que nuestra reacción automática suele ser entrar en pánico, pero es el momento de convocar toda la confianza que sea posible en que nuestro hijo puede sin duda dejar atrás esa encrucijada si nos ponemos a ver juntos qué ha ocurrido. La solución siempre está en un encuentro nuevo entre padres e hijos. Los hijos siempre vienen a resetearnos, a actualizarnos, a poner a prueba nuestro amor: ¿Cuántas definiciones de la vida tienes?, ¿a cuántas miradas nuevas te abres?, ¿qué estás dispuesto a replantearte por mí, por ver quién soy, por atender lo que necesito o mi forma de ver el mundo, aunque esté muy alejada de la tuya?

La sobreprotección equivale a decirle a nuestro hijo: “tú no puedes con la vida. Ya me encargo yo de hacerlo por ti”. Al final se creen esta incapacidad y se sienten bastante inválidos o se acostumbran a que se lo demos todo hecho, con todos los derechos y sin ningún deber o compromiso con las atenciones que requieren los que les rodean, tiranizando a su padres con sus exigencias, aunque sean sutiles.

 

3.Es algo que también nos pasa a los adultos, que nuestro motor interior se para, y muchas veces no sabemos cómo volver a arrancarlo. ¿Cómo podemos ser capaces de ayudar a nuestros hijos cuando nosotros mismos estamos ‘parados’?

Esta es la clave de la cuestión, pues ciertamente educar es auto-educarse. Lo que no tenemos para nosotros mismos, no lo tenemos para nuestros hijos. Si vivimos desde un espacio interno de carencia, miedo, resignación o sufrimiento, eso es lo que va a llegarles a ellos. Tiene en ellos mucho más impacto nuestro estado emocional o vital interno que cualquier otra consigna de palabras que podamos enunciar para ellos. Recuerdo a una amiga que me contaba cómo un día hablaba con sus hijos de 5 y 7 años sobre la idea de que todos hacemos algo bien en la vida. Su madre hacía unas croquetas que les encantaban a sus hijos y les preguntó: “Por ejemplo: ¿qué hace bien la abuela?” Para su sorpresa, sus hijos le contestaron: “sufrir”.

En ese momento ella se dio cuenta de que sus hijos habían percibido con mayor claridad  desde dónde vivía su madre, que el valor de sus deliciosas croquetas.  Por eso, esta es una pregunta que se repite como un mantra a lo largo del libro: ¿desde dónde vives la relación con tus hijos, con la vida, con lo que eres,…? ¿Estás viviendo lo que quieres vivir y con quién quieres vivirlo? O estás saliendo a la calle cada día desde un estado interior de resignación o negación de ti mismo. Esta verdad interior es de vital importancia, pues nuestros hijos se hacen fieles a nuestros dolores y nos los muestran para que los atendamos en ellos, ya que no somos capaces de atenderlos en nosotros mismos. Así de grande es el amor entre ambos.

“Tiene en nuestros hijos mucho más impacto nuestro estado emocional o vital interno que cualquier otra consigna de palabras que podamos enunciar para ellos”, Marina Escalona

4.¿Cuál sería esa señal que nos está indicando que es el momento de pedir ayuda? ¿Hay algún instante que podamos anticiparnos antes de que llegue ese colapso para así poder evitarlo?

Yo creo que los padres intuyen con claridad que las cosas no van bien en sus hijos, pero mientras no supongan grandes problemas seguimos adelante con nuestros programas de vida que cada día son más exigentes. La vida de adultos y niños está llena de actividades e información de forma excesiva. Siempre hay algo que tenemos que atender: clases, trabajos, formaciones, redes sociales, actividades extraescolares, sesiones de gimnasio para mantenernos en forma, acontecimientos  y celebraciones familiares, compras, viajes, … No queda prácticamente tiempo para lo sencillo: mirarnos, escucharnos, vernos, pasear, aburrirnos juntos, … .

Hay niños que cumplen perfectamente el programa establecido: estudian y sacan sus cursos adelante, pero hay una tristeza o pasividad muy llamativa. No dan problemas, pero algo en ellos está desvitalizado. Otros son un reto constante a nuestra paciencia, pues viven enfadados, rabiosos, por cualquier cosa saltan o responden con violencia; son como un polvorín andante. Pero hay algo que para mí es la clave, y es estar atentos a ver si estamos viendo verdaderamente a nuestro hijo o a la imagen interior que hemos creado de lo que debe ser, hecha a la medida de nuestras expectativas; del programa que hemos creado para él en base a lo que creemos que es garantía de éxito en el futuro. Un futuro que percibimos muy demandante, imaginando fracasos que nos llenan de angustia.

La forma de evitar este colapso es trabajar día a día, y desde la cuna, su fortaleza interior, en vez de crear barreras de protección a su alrededor

 

5.Ofreces recursos prácticos que los padres y madres podemos aplicar en nuestro día a día con nuestros hijos, y lo haces en forma de juegos… ¿qué tipo de pautas y herramientas son?

Hablo de las dinámicas más importantes de la vida como de juegos, pues necesitamos con urgencia quitarle peso a lo que estamos viviendo. Hablar de “los juegos del vivir” es entender que de todo podemos hacer un ejercicio de re-creación, hasta de disfrute, si sabemos tomarlo como tal. Manejar en nuestro propio beneficio algo tan poderoso como nuestras emociones,  pensamientos o nuestra dimensión creadora es el aprendizaje más valioso de nuestra vida. Vivimos dentro de pensamientos que generan estados emocionales que convocan determinadas experiencias. Desde esta perspectiva, somos creadores de nuestra realidad.

El libro es un repaso a estos “juegos del vivir” para que los propios padres se acerquen a ellos con este espíritu. Podemos contarnos la vida de forma trágica o densa, como un trabajo o esfuerzo titánico; o con la ligereza y ganas de descubrir algo nuevo de un juego. Detrás de cada encrucijada o prueba nos aguarda un descubrimiento nuevo; un nuevo regalo que nos ayude a ser más y mejores. Si desde pequeños nos hablaran de la tristeza, el miedo o la rabia como oportunidades de crecimiento en vez de escenarios de drama, nuestra vida sería completamente distinta y no dejaríamos de crecer.

Cada padre elige cómo le cuenta la vida a su hijo y lo hace de la misma forma que se la cuenta a sí mismo. Podemos narrársela  como un camino de lágrimas o batallas, o como una sugerente carrera de obstáculos donde sus piernas se van a ir haciendo a cada salto más fuertes y donde siempre va a haber un regalo al otro lado de la valla. Siempre lo hay si aprendemos a verlo.

“La sobreprotección equivale a decirle a nuestro hijo: tu no puedes con la vida, ya me encargo yo de hacerlo por ti”, Marina Escalona

6.¿Lo tenemos más difícil los padres de hoy en día (que hemos sido educados de otro modo y que contamos con una sociedad más compleja) para educar a nuestros hijos?

Ciertamente educar hoy es más difícil. Los dispositivos móviles han acelerado la vida. Vivimos en la inmediatez y eso ha hecho que seamos más reactivos y superficiales, por pura supervivencia. La falta de tiempo nos roba profundidad y consciencia de lo que estamos generando a cada paso. Las cosas se quedan sobrehiladas, en vez de ser cosidas a conciencia, para que duren. Nos cuesta mucho ser pacientes y dar espacio a los procesos orgánicos, y por lo tanto lentos, que requieren los niños para que las cosas se vayan dando en ellos. No hay niño que no pueda atravesar sus encrucijadas si tiene el apoyo de los que le quieren y la fe en que podrá hacerlo.

En este sentido la educación de hoy en día en los colegios tampoco nos ayuda. Tenemos tecnologías y habilidades suficientes para que cada niño se acerque al conocimiento desde su hambre de saber y con los tiempos y formas que requiera para un mejor aprovechamiento de este. Pero la escuela ofrece caminos y tiempos uniformes y muchos niños son atropellados por exceso o por defecto de estímulos y demandas. Tampoco nos ayuda el colegio a saber quiénes somos ni qué podemos aportar al mundo. Nuestra dimensión creadora, arrolladora en la infancia, se va mermando poco a poco hasta desaparecer. 

Dicho todo esto, quiero subrayar que no he hecho del libro un canto a todo lo que está mal, sino a todo el espacio de crecimiento que nos aguarda en el camino más sagrado y trascendente: el de ser padres. Nuestros hijos son seres misteriosos que han venido a través de nosotros pero no son nuestros. Disfrutamos de la compañía mutua en este viaje para que el amor incluya en cada generación una nueva posibilidad de ser humano; más grande y mejor que en su anterior generación. Nuestros bisabuelos y abuelos estarían orgullosos de vernos avanzar firmes y seguros hacia una vida mejor que la que ellos tuvieron. Con esto daríamos sentido y reconocimiento a sus sacrificios y esfuerzos. Cuántos hombres y mujeres han sostenido la vida en el pasado, con enormes renuncias, para que nosotros estemos aquí ahora honrando con nuestra felicidad todo ese esfuerzo.

Espero que este libro ayude a los padres a disfrutar más de su trascendente papel, de sus hijos, de la vida y de ellos mismos, pues el principal cometido para cualquier ser humano es el de aprender a amarse a uno mismo. 

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Lara Fernández

Lara Fernández

Periodista especializada en Educación y maestra de Educación infantil
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