La consultora de crianza y bloguera Miriam Tirado ha querido darle otra mirada a eso que, durante siglos, se ha perpetuado y nos ha impedido mostrar nuestros sentimientos. “Yo no podía ser como era, tenía que disimular ser distinta porque me decían que lloraba por todo y que todo me afectaba. Todo lo sentía con mucha intensidad y ha sido de mayor cuando he empezado a comprenderme. Y no quiero que los niños vivan eso“, explica.
Es por eso por lo que ha escrito ‘Sensibles. Un cuento para abrazar lo que sentimos’, para que la gente deje de juzgarse a sí mismo por su forma de sentir. Hablamos con ella sobre la importancia de la educación emocional y sobre cómo podemos ayudar a nuestros hijos a gestionar su sensibilidad.
¿Cuán importante es validar lo que sentimos y lo que sienten nuestros hijos?
Es básico para una buena salud emocional poder saber que lo que sentimos es legítimo y válido. No es nada a lo que debamos temer. Todo lo que sentimos es lo que nos hace únicos y maravillosos. Cada uno siente a su manera y no se pueden comparar formas de sentir. Tenemos que aprender a amar nuestra manera de sentir.
¿Cómo podemos saber si nuestro hijo es un niño altamente sensible y cómo podemos ayudarle a gestionar esa sensibilidad?
En este libro yo quiero hablar de sensibilidad, no solo de alta sensibilidad. Todos nos podemos sentir identificados, porque todos tenemos la capacidad de sentir. Los niños altamente sensibles son los que más sufren porque no la conocen, sienten que son distintos a los demás, con su extrema capacidad de sentir, y lo pasan mal. El saber que nuestro hijo es altamente sensible nos ayuda a saber que lo que le ocurre es normal, que no es un problema, una debilidad, un obstáculo, sino algo natural, que vive el 20 o el 30% de la población mundial, Tenemos que saberlo acompañar. Creo que no es importante la etiqueta, sino el hecho de que eso tranquiliza a los padres y así pueden comprender a sus hijos.
“Tenemos que quitarnos la idea de evitar que nuestros hijos sufran. Van a sufrir igual. Es algo inherente a estar vivo. No se trata de evitar el sufrimiento, sino de ayudarle a surfearlo”
A muchos padres y abuelos nos cuesta doblemente este acompañamiento emocional porque nos hemos educado siguiendo la máxima de no expresar sentimientos…
Por eso quería incluir una visión con más perspectiva de la vida y cuento con gente mayor en mis cuentos. En ‘El hilo invisible’ incluí a una abuela. Esta vez ha sido el abuelo Tomás, que es una excepción a lo que suele suceder hoy en día. Los adultos a veces nos agobiamos y a mí concretamente los abuelos me han servido de ancla siempre. Su visión me ha ayudado a poner distancia. Creo que es importante porque yo soy altamente sensible y mis hijas también. Y a los padres, estando en la primera línea de juego, nos cuesta sobrellevarlo, pero el que está en segunda línea le pone distancia y me gusta dar este valor y hacerlo con alguien que ha vivido lo mismo, porque la alta sensibilidad es hereditaria. Por tanto, alguno de los abuelos del protagonista también lo era.
¿Entonces de unos padres altamente sensibles nace necesariamente un hijo altamente sensible? Esto puede generar un sentimiento de culpa en muchos padres…
No es una condición imprescindible. Siempre tenemos herencias buenas y no tan buenas de nuestros padres. Si lo tienes es que alguno de tus padres lo es. Los que lo vivimos con culpa no vemos lo increíblemente que es y las posibilidades que tiene. Si no lo vives así te alegras porque hace mucho bien en el mundo. Estos niños ven el mundo con unos ojos más sensibles y precisamente no vamos sobrados de sensibilidad en el mundo. Los niños altamente sensibles sufren cuando son pequeños, pero podemos ayudarles y convertirlo en una fortaleza para que crezcan sabiendo que es un superpoder. Les hará bien, pero primero los padres tenemos que sentir eso. Aquí entre nuestro trabajo, porque parece que lo vivimos como algo malo y tenemos que quitarnos la idea de evitar que nuestros hijos sufran. Van a sufrir igual. Es algo inherente a estar vivo. No se trata de evitar el sufrimiento, sino de ayudarle a surfearlo.
¿Hoy en día la educación emocional tiene la importancia que merece?
Creo que no. Estamos a años luz. Vamos en pañales, pero vamos avanzando. Estamos dando pasos. Ayer hablaba con una niña de 15 años y le pregunté si en el colegio o en el instituto hacían algo sobre este tema y me dijo que no. Nada. Nunca. Era la primera vez que escuchaba hablar de lo que le estaba contando. Nos queda muchísimo por hacer. Aunque en parte gracias a la pandemia se ha hablado más de educación emocional y salud mental y espero que esto se impulse en el entorno familiar y escolar, porque es algo básico.
¿Qué te llevó a plantearte escribir cuentos no solo para entretener a los más pequeños, sino también para darles herramientas de gestión emocional?
El hecho de sentir que los niños podían estar mejor si entendían lo que les ocurría y, además, podían expresarlo. Los cuentos son una herramienta increíble porque les identifica y eso penetra en ellos. Sienten que no son raros ni hacen algo incorrecto, sino que les libera y lo comprenden mejor, y así pueden comunicarse mejor. Por lo tanto, los demás les entendemos mejor. Mi labor profesional siempre la he encaminado a ayudar a los niños y a los padres a conectar mejor. Es algo que veo esencial.
¿Qué huella quieres que dejen tus libros tanto en los padres como en los hijos?
Me gustaría que les ayudara a conectar con el amor y que al pensar en los temas que trato sientan una punzada de amor, sientan que lo han pasado bien y conectar con esos momentos que la lectura les haya podido traer. Al final la vida son momentos, pues que recuerden esos momentos.
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