Ahora que hemos dejado atrás la Navidad y nos preparamos prácticamente para afrontar el Carnaval (sí, vamos de celebración en celebración y tiro porque me toca), vuelve a asaltarnos ese sentimiento de autoexigencia.
Es una sensación que crece cuando nos conectamos a Instagram y vemos a esas madres perfectas confeccionando ellas mismas los disfraces de sus hijos, haciendo las mejores recetas y más originales para causar sensación en el colegio o entre los vecinos y llegando a todo sin despeinarse. Todo lo contrario: con tiempo para hacerse ondas, maquillarse y ponerse unos tacones. Y nosotras con un moño mal hecho, casi con la cara sin lavar y, por supuesto, con un disfraz del mejor bazar del barrio.
Y es que la madre del siglo XXI parece que tiene que tener todos los roles del mundo: emprendedora, madre, hija, esposa, enfermera en casa, cocinera, costurera, psicóloga, maestra, trabajadora, compañera, médico, podóloga, nutricionista, deportista, ama de casa, abogada y hasta albañil, vamos, una superwoman. Ya está bien de echarnos encima la mochila de las profesiones infinitas que nos autoimponemos encima con una sonrisa bien dibujada en la cara.
Ya está bien de echarnos encima la mochila de las profesiones infinitas que nos autoimponemos encima con una sonrisa bien dibujada en la cara.
Parece que no se nos puedan dar mal las manualidades, porque hemos de hacerlas con nuestros hijos como si fuésemos monitoras de ocio y tiempo libre; parece que no se nos puedan dar mal los postres, porque tenemos que ser unas chefs dignas de Le Cordon Bleu; parece que no se nos pueda dar mal el bricolaje, porque tenemos que poder fabricar una mesilla con material reciclado que ni Kristian Pielhoff (el mítico presentador de Bricomanía); y parece que no se nos puede dar mal la alta costura, pues tenemos que saber confeccionar disfraces elaborados y perfectos como si fuésemos la mismísima Coco Chanel. Pues no, oiga. Habrá a quien le guste hacer alguna de estas cosas, aunque no se le dé especialmente bien, y las disfrute junto a sus hijos, compartiendo momentos que algún día serán recuerdos inolvidables. Pero ya está bien del ‘do it yourself’.
Ni eres menos madre por no saber hacerlas, ni quieres menos a tus hijos por no sumarte a la moda instagramera de fabricar todo por ti misma y presumir de ello en las redes. Queremos ser las madres perfectas, pero ya estamos siendo suficientemente buenas. Nuestros hijos, el día de mañana, no van a recordar si lucieron el mejor disfraz hecho por su madre en noches de insomnio o si comieron la mejor tarta de queso de su padre. Los recuerdos que van a tener nuestros hijos tienen más que ver con esos ratos junto a ellos, quizá intentando pegar una pata de pulpo hecha con goma eva, o tratando de batir unos huevos para un bizcocho que no subió lo suficiente mientras de fondo se escuchaba a Luli Pampín. Nuestros hijos recordarán cómo cada viernes teníamos noche de peli y pizza casera (que sí, a veces se quemaba) y cómo cada Halloween buscábamos en el parque piñas para fabricar lámparas caseras que daban mucho miedo.
Ni eres menos madre por no saber hacerlas, ni quieres menos a tus hijos por no sumarte a la moda instagramera de fabricar todo por ti misma
Ese es el ‘do it yourself’ que deberíamos seguir, ese que no nos boicotea, ese que acepta nuestras imperfecciones y el que ayuda a nuestros hijos a ver que sus padres no somos perfectos ni lo pretendemos y, por lo tanto, ellos tampoco han de serlo. Porque nuestros hijos no nos necesitan perfectas, nos necesitan felices.
Ese es el ‘do it yourself’ que deberíamos seguir, ese que no nos boicotea, ese que acepta nuestras imperfecciones y el que ayuda a nuestros hijos a ver que sus padres no somos perfectos ni lo pretendemos
