En África no hay padre o madre que críe en soledad. Tienen muy claro que para educar a un niño “hace falta la tribu entera”, como reza un proverbio de ese continente. Pero ¿qué pasa cuando ese niño o esa niña nace, por ejemplo, en España? Hoy en día cuesta encontrar a una tribu que sostenga, apoye, acompañe y conecte con esa nueva persona en la que te conviertes cuando das a luz. Y, al igual que otras necesidades básicas u otros aspectos educativos que tienen que ver con nuestros hijos, la salud mental y el cuidado de la madre es fundamental, porque para el bebé siempre habrá brazos que lo sostengan pero, ¿quién sostiene a la madre que sostiene a ese bebé? Es aquí donde empieza la tribu.
“Para el bebé siempre habrá brazos que lo sostengan, pero ¿quién sostiene a la madre?”
Como dice Ana Acosta, escritora, terapeuta, mamá y autora de Metamorfosis de una madre, “las madres posmodernas estamos criando, en la mayoría de los casos, en soledad. La soledad es algo contemporáneo y desde la ciencia y la sociedad no se le da el peso que merece. Parece que ‘tanto generas, tanto vales’, y que lo reproductivo no es productivo. Y tenemos que tener en cuenta que los seres humanos evolucionamos como especie gracias entre otras cosas a la crianza comunitaria”.
“En esta sociedad vales lo que generas y lo reproductivo no es productivo”
Y es que maternar no es fácil, y hacerlo de una forma distinta a la establecida o a la normalizada durante décadas, menos. No hay espacios, no hay empatía, no hay preparación para ese momento. Existe información de sobra sobre el embarazo, sobre el parto, incluso sobre qué cosas materiales va a necesitar el bebé una vez haya nacido. Tenemos claro hasta el color de su habitación. Todo de puertas para fuera, pero nadie prepara para ese posparto, para la soledad, para lo de dentro, para la necesidad que una va a tener para interaccionar con otras personas en la misma situación, en el mismo estilo de crianza, en el mismo horario, en la misma etapa… para sentirse acompañada, sostenida, validada y comprendida, para tener un ratito y un espacio de desconexión como si de una terapia se tratase. Por todo ello, tener una tribu se antoja esencial.
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Además, a eso se une el sentirse juzgada, presionada y culpable mientras criamos. “Para echar una mano no tanto, pero para juzgar las personas siempre estamos listas. Tenemos que concentrarnos en el interior y no dar tanto peso al exterior, porque hagamos lo que hagamos a alguien le va a parecer mal. Siempre habrá quien opine. No juzguemos a una madre por cinco minutos de su vida. Todos podemos ser maestros si se nos da la oportunidad de mostrar a los demás lo que somos”, nos explica Ana.
“Es más lo que nos une a las madres que lo que nos separa”
¿Cómo encontramos a esa tribu?
Esta escritora y terapeuta nos da algunas claves:
- Podemos empezar por una tribu virtual. Es más sencillo si no somos extrovertidos
- Tener iniciativa y buscar ocasiones: un grupo de lactancia, un cumpleaños…
- Acercarnos a esa madre que está sola en el parque. Igual necesita una palabra de consuelo tanto como nosotras.
- Ser tolerante y empática con otros estilos de crianza
Y es que es más lo que nos une a las madres que lo que nos separa. Porque todas nos transformamos en un nuevo yo, vamos incorporando a la madre pero redescubriendo a la mujer que hay debajo. Como concluye Ana en su libro, “la maternidad nos da alas y terminamos siendo una mejor versión de nosotras”.
“La maternidad nos transforma en un nuevo yo, incorporando a la madre pero redescubriendo a la mujer que hay debajo. La maternidad nos da alas”
