Juan tiene 11 años y está empezando a mostrar una actitud un poco negativa. Siempre ha sido un niño tranquilo y bueno, solía obedecer, hacer los deberes, era ordenado, etc. Todo lo que se podía esperar de un niño de 11 años.
Ahora parece siempre enfadado, sobre todo cuando sus padres se dirigen a él. Su actitud es tan desafiante que ha llegado a decir: “ ¡no me da la gana!” alguna vez su madre le ha pedido que apague la televisión. Nunca antes lo había hecho. Sus padres sienten que está construyendo un muro a su alrededor y se está transformando en un jovencito contestón y poco accesible. Lleva la contraria en todo momento y, aunque haya algo que le guste, si son sus padres los que lo proponen, se niega.
La semana pasada fue a casa de un amigo y entre los dos decidieron que querían ir a atletismo juntos. Cuando sus padres le fueron a buscar les dijo que quería cambiar de deporte y ellos le dijeron que no había problema. En ese momento él volvió a parecer el niño tranquilo y agradable que siempre fue. Les ayudó a recoger la compra y se fue solo a hacer los deberes.
Sus padres se dieron cuenta que siempre había ido a fútbol, pero que nunca le había gustado practicar este deporte. Le apuntaron en 1º de primaria y, aunque a veces quiso dejarlo, nunca se lo permitieron.
Los días siguientes los padres de Juan empezaron a abrir la mano en ciertas cosas que saben que él puede decidir solo. Juan responde mostrándose tranquilo, agradecido y mucho más conectado con ellos.
Ese era el problema, avanzar con él dejándole escoger, responsabilizarse y motivarse con sus propias decisiones.